Ha pasado por Madrid el ruso Arkadi Volodos (San Petersburgo, 1972), que llegó al piano ya pasados los 15 años y que se formó en buena medida en Madrid, en la Escuela Reina Sofía, con su compatriota Dmitri Bashkirov. Volodos es, sin duda, uno de los más grandes pianistas de la actualidad. Asombró en sus inicios con eso que yo llamo un repertorio “pirotécnico”, de obras de imposible dificultad, que despachaba con una perfección pasmosa y con una facilidad insultante. Pero el gran virtuoso ha devenido músico de talla excepcional. No se prodiga mucho, pero lo que hace, se esté o no de acuerdo con su planteamiento, siempre tiene el mayor interés. Acabo de hacer la reseña de su concierto madrileño para Scherzo (esta reseña saldrá solo en la revista de papel, aunque ya les anticipo que fue espléndido). Pero el motivo por el que escribo esta nueva entrada sobre Volodos es que, repasando entrevistas (y no es persona muy dada a ellas) con él, he localizado una de El Mundo, de febrero del año que acaba de terminar https://www.elmundo.es/baleares/2018/02/04/5a76f31a268e3e275c8b4647.html, en la que el titular ya llama la atención: “No conozco nada de James Rhodes, la música clásica no se puede consumir como una Coca Cola”.
Yo tampoco conocía nada de James Rhodes, traído hasta la saciedad por algunos medios, con El País a la cabeza, hasta que una amiga me llamó la atención sobre el asunto. Y como suelo hacer en estos casos, antes de leer nada… escuché. Lo que escuché fue tal disparate (el Preludio de la Primera Partita de Bach) que se me quitaron las ganas de escuchar nada más. Entonces leí y descubrí todo lo que había detrás, eso que ahora llaman la “intrahistoria” que en realidad es la historia a secas, sin “intra” ni nada, y en la que el papel estelar lo tenían los execrables abusos a que el británico fue sometido en su infancia. Nada que ver con la música. La rotunda afirmación de Volodos era respuesta a una pregunta del entrevistador que rezaba así: “James Rhodes está entregado a la popularización de la música clásica y trata de ejercer una función didáctica. Sostiene que solo hay que saber cómo acercarla al gran público. ¿Está de acuerdo?” Tras el contundente comienzo, que lógicamente se ganó los honores de titular de la entrevista, proseguía Volodos: “… Siempre fue para élites y si se quiere llegar a entender hay que sacrificar toda la vida para hacerlo. Incluso con esa dedicación, hay gente que no llega a conseguirlo. A mis 45 años, creo que no se puede popularizar esta música. El mundo acelerado consumista no encaja con ella.” La reflexión del gran pianista ruso contiene algunos ingredientes interesantes, una parte de certeza (desgraciada, todo hay que decirlo) y creo que cierto porcentaje de relativa exageración. La música clásica ha sido para élites, desde luego, pero las élites han sido más y más reducidas en aquellos sitios donde se ha despreciado cualquier intento de que forme parte significativa de la educación, esa materia tan importante en la que unos y otros han dimitido de su responsabilidad y parecen empeñados en meter ya no la pata, sino el cuerpo entero. Creo excesivamente pesimista la conclusión de que es inútil cualquier esfuerzo de hacer llegar la música clásica a la generalidad de la población o al menos a una parte significativa de ella. Quizá sea una cierta rebelión contra ese pesimismo la que guía mis empeños en este blog y en los seminarios divulgativos que estoy impartiendo. Pero hay una cosa cierta en la afirmación de Volodos: Si se quiere entender bien esta música, hay que dedicar mucho tiempo y mucho esfuerzo, y eso, como él mismo señala, se pega de tiros con lo que es, lamentablemente, una verdad de dimensiones catedralicias: el mundo acelerado consumista no encaja en ella. Encaja mejor en la estructura simple, básica, de otras músicas en las que, utilizando palabras de Volodos en otro punto de la entrevista, apenas hay un par de armonías y tres notas de melodías. Es cierto que estamos en el mundo de las prisas y de lo ligero, lo light. Una novela de cuatro tomos o una ópera de cuatro horas tienen poco futuro en el mundo en el que se supone que el “consumidor” debe digerir el “producto” en un tiempo cada vez más reducido. Es también cierto que, en ese mundo de prisas, hasta los profesionales son instruidos para acelerar todo: el estudio, el ensayo… todo. Hasta el punto en el que se llega a distorsionar el objetivo de la interpretación y, al fin, la esencia de la misma obra de arte: desentrañar, exprimir, disfrutar de su belleza. Todo ello puede ser sacrificado, al menos en parte, en beneficio del ahorro del tiempo, como si el día del Juicio Final fuera a ocurrir mañana mismo.
Tiene razón Volodos, la música clásica, en la rica complejidad de su belleza, encaja mal en este acelerado mundo, por todas las razones apuntadas. Pero, aunque creo que es realista aceptar que no puede ser un fenómeno de masas, no me parece aceptable resignarse a que quede restringida a una élite compuesta solo por quienes, espontáneamente, decidan dedicar ese esfuerzo y tiempo para conocerla y disfrutar de ella. No creo que es razonable bajar los brazos ante una realidad que solo quienes conocemos algo de la materia podemos contribuir a cambiar, porque, en ese caso, igual estamos, en cierto modo, siendo corresponsables del desatino. Igual estoy siendo excesivamente idealista, pero quiero pensar que quienes de una forma o de otra nos dedicamos al asunto musical, tenemos una responsabilidad “didáctica” y hemos de intentar limitar el daño que, al enriquecimiento que la música clásica puede llevar a las personas, está haciendo ese “mundo acelerado” al que se refiere con acierto Volodos. Una cosa está clara: si no lo hacemos nosotros, eso no ocurrirá por generación espontánea. En ese caso, la élite no solo no dejará de serlo, sino que, por desgracia, será cada vez más reducida. Y no necesito decirles lo que pasa, inexorablemente, con lo que se va reduciendo sin freno… ¿Tiempo y esfuerzo? Pues sí, yo aconsejaría desde luego que se dediquen ambos. La música siempre paga ese esfuerzo y ese tiempo con unos honorarios de espíritu que traen un elevado interés consigo.
Para que esto no termine en clima tan pesimista, les invito a que cierren los ojos y escuchen esta maravilla de Intermezzo, segundo del Op. 118 de Brahms, en la prodigiosa interpretación de Volodos, cuyo disco dedicado a una selección de obras para piano de este compositor es, por abreviar, formidable. Aquí tienen al Brahms crepuscular, en el tramo final de su vida, hablando con una nostalgia serena, llena de emoción, también de paz, y siempre de vida. Espero que lo disfruten como merecen tanto la obra como la interpretación.
https://www.youtube.com/watch?v=GGRlrkxJExQ
Totalmente de acuerdo con la educacion para ampliar el auditorio de la clasica musica, al menos para que llegue a espiritus sensibles. Tu «Enfumayor» es una herramienta importante, a la par que divertida, para ello. Gracias Rafa. Al auditorio de Jazz nos viene muy bien, ampliando nuestra a cultura musical con diversion esforzada o esfuerzo divertido. Lo de la educacion y la sensibilidad tambien reza para el Jazz, al menos en los ambientes de superiores licenciados en que me muevo, desde Davies, Jarret, Corea, Evans, Coltrane, Rollins, Peterson, Metheny…. . Magnifico el Intermezzo crepuscular. un abrazo
Gracias Sir Lawrence! En estos tiempos de desidia profesional creciente en los medios y de dimisión en materia educativa, uno seguirá haciendo esfuerzos por defender que el camino es justamente el contrario: cada vez más rigor y cada vez más educación. Espero que sigáis disfrutando! Un abrazo