Rafael Ortega Basagoiti

Ah, che scena è questa!

Hace unos días lamenté en redes sociales la desafortunada (además de empalagosa hasta la repulsión) afirmación del alcalde de Burgos que, en un documental sobre Dudamel y sus recientes conciertos conmemorativos de la efeméride que acaba de cumplir la catedral de la ciudad castellana, pretendió emular el dicho popular sobre los jueves (ese que empieza diciendo lo de “tres jueves hay en el año…”) y, con total falta de pudor, sentenció: “tres Gustavos hay en la música que brillan más que el sol: Gustav Mahler, Gustav Holst y … Gustavo Dudamel”.

No hubo desmayos, ni rubores faciales, ni “trágame tierra”, ni “mira, un burro volando”. Y es que el exceso de la cultura veneradora hacia el dios-intérprete, que ha sido ampliamente comentado desde muchos medios, con escaso éxito, ha adquirido carta de naturaleza. Todos, y también quien esto firma, quizá contribuimos en cierta medida al asunto. Aunque lejos está, al menos en el ánimo del que suscribe, llegar a la exageración, en la que parecemos superarnos a diario.

Hay varios fundamentos en la admiración hacia el músico que interpreta, porque como señalé en otro artículo reciente (https://scherzo.es/margen-ma-non-troppo/) al comentar la libertad que ejerce (o no) el intérprete, éste es elemento imprescindible en que la música, que descansa inerte en la partitura, cobre vida cada vez que un músico lo hace posible con su instrumento o su voz.

Ese mismo hecho abre todo un abanico de posibilidades. Cada interpretación es un mundo, cada intérprete también. Y en la medida en la que consigan que esa recreación lleve de su personalidad la dosis justa, pero permitan que el creador (el compositor) y su obra se erijan en verdaderos protagonistas, la labor de los intérpretes es absoluta y justamente admirable. De hecho, es también una riqueza, también admirable, del propio hecho musical: que no hay dos interpretaciones idénticas, ni siquiera del mismo intérprete.

Sin embargo, la creciente comercialización de la sociedad, a la que no es ajena la cultura, y la compulsiva, hasta enfermiza, necesidad de búsqueda de ídolos cercanos, han ido hipertrofiando progresivamente esta cultura de veneración al intérprete hasta el punto de elevarlo a una categoría que a muchos se nos antoja inapropiada por manifiestamente excesiva. Lo fue, creo que sin duda, el caso ilustrado al principio de este comentario. Pero hay, desgraciadamente, ejemplos diarios, o casi.

Sin ir más lejos, ayer mismo me topé con el anuncio que publicó Deutsche Grammophon en redes sociales, cuyo pantallazo encabeza este artículo. Llamo su atención sobre el hecho de que el nombre de Wagner aparece sólo una vez, en el texto introductorio, porque lo que se lee sobre la imagen contiene el título de la obra (El Holandés errante), el nombre del director de escena (Dmitri Tcherniakov) y el de la directora de orquesta (Oksana Lyniv). Qué boda sin la tía Juana. Por darle bola al escenógrafo y a la perspectiva de género, que no quede. Pero a Wagner, que le vayan dando.

O igual es que estaba Wagner ocupado y no tenía tiempo para holandeses errantes, porque andaba dándole los últimos toques a la más singular Tosca de los últimos tiempos, la del Teatro Real. “Tosaca”, según escupió una locutora de Televisión Espantosa el otro día: https://twitter.com/alvaromartingmz/status/1418486049689452546?s=20). Quizá acompañaba en el menester compositor a “Pusini”, un compositor italiano novel que aspiraba a una oportunidad, como El Platanito.

La locutora no tenía su día, y a Kaufmann le llamó “Johans”. Le faltó el canto de un duro para montar una escena, la reconocida… “escena de la locutora”. No se rían, no, que ya hubo una vez una colega suya que se refirió a la “escena de la locura” de Lucia di Lammermoor como la “escena de la locutora”.

Claro que igual se estaba refiriendo a aquel día inolvidable en que Encarna Sánchez le montó el numerito en vivo y en directo a José María García, que aquello sí que fue una escena. Este desliz de Televisión Espantosa me recordó a un colega suyo que dio una noticia sobre Barenboim en el Telediario y, creyéndose (erróneamente) con micrófono cerrado, sentenció tras la misma: “nunca sé si se dice Barenboim o Barenbuá”. Toma castaña.

Pero volviendo a la materia, cuando todavía no nos hemos recuperado del ascenso de Dudamel al podio de Mahler y Holst, nos llega este anuncio de DG. Evidentemente la nueva producción de Tcherniakov es noticiable, y la presencia de Lyniv (asistente de Petrenko en Baviera) como primera mujer en el podio de Bayreuth lo es igualmente, sin duda. Pero ¿hasta el punto de que el nombre de Wagner no figure en la imagen del anuncio? Uno diría que algunas cosas están llegando demasiado lejos…

Tanto que lo último que he encontrado en materia de shows es… a Antonio Banderas dirigiendo una orquesta “de bandas sonoras” (esto de las bandas sonoras es otra epidemia que habrá que analizar algún día). Ahí va el enlace: https://www.elespanol.com/cultura/20210726/antonio-banderas-dirige-propia-orquesta-marbella/599460063_2.html. Aconsejo una tila previa para aquellos con el músculo cardiaco proclive a la taquicardia y las extrasístoles.

Con semejante panorama no he podido sino recordar a Leporello en el Don Giovanni mozartiano, que en la escena de la estatua exclama aquello de: Ah, che scena è questa!

Efectivamente: ¡Qué escena es esta! Y lo que es peor: las que nos quedan.

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One thought on “Ah, che scena è questa!

  1. Ayer, en la piscina, tras realizar unos ejercicios en el agua, una amiga me decía: L…, tú que sabes tanto de estas cosas, dame un masaje. Le respondí: gracias, sé muchas cosas, pero no sé dar un buen masaje.
    Y perdió todo el interés por mi…. Peor para ella.
    Pues eso, que para despertar interés (el interés cotiza) hay que estar en el candelero (perdón, «candelabro») como sea, al precio que sea, aunque suponga perder la estima, la vergüenza y la compostura. Total, otros vendrán y con toda seguridad lo van a hacer peor.

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