Rafael Ortega Basagoiti

Mozart, ¿el enigma de la vida misma?

Nunca podremos llegar a entender verdaderamente a los grandes artistas de la historia. Las asombrosas concepciones y obras de Miguel Ángel no nos proporcionan ninguna información sobre la persona de Miguel Ángel, incluso nos lo hacen incomprensible. Lo mismo sucede con Shakespeare o con Mozart. Sus obras son incomprensibles, demoníacas, supraterrenales: no poseemos la vara de medir para valorarlas. Los pequeños solo pueden asombrarse ante los grandes y permanecer en silencio, celebrarlos con júbilo o dejar que los iluminen”.

Nikolaus Harnoncourt, “Diálogos sobre Mozart”, Ed. Acantilado 2016, p. 104.

Qué bueno es leer y releer a menudo a quienes, además de conocedores, son sabios. Harnoncourt era uno de ellos, y sus reflexiones sobre Mozart (vertidas en el libro citado y en algunos otros, además de entrevistas y artículos diversos) resultan tan pertinentes como inspiradoras. Como el propio fundador del Concentus Musicus reconoce, después del romanticismo “vemos al artista como un gigantesco autobiógrafo”, pero para Mozart era la música como tal el objeto de la comunicación, no él o su acontecer vital. Es curioso, por ejemplo, que en el contexto de ocasiones dolorosas como la última enfermedad de su madre, fuera capaz de componer obras tan luminosas y exultantes como la Sinfonía nº 31 K 297 ”París”. El veinteañero Mozart vería morir a su madre muy poco después del estreno de esta brillante, vigorosa, vitalista y chispeante. Como señala Harnoncourt, “sin duda la persona estaba triste, pero el compositor trabajaba como quería y como debía”.  Esa luz está decididamente presente en esta exultante interpretación que el propio Harnoncourt firma al frente de la Filarmónica de Viena (https://youtu.be/3uj8P9G3OAU).

Sin embargo, ese Mozart, cuyas obras que Harnoncourt dice (probablemente con mucha razón) que nunca podremos entender del todo, habla siempre (de nuevo sus palabras) “del ser humano, directamente, con un lenguaje que prende inmediatamente en nuestro interior de una manera en que no pueden hacerlo las palabras.”

Viene este pequeño preámbulo a cuento de algunos pensamientos que se me vinieron a la cabeza en que por casualidades profesionales (discos a comentar) he estado escuchando bastante Mozart estos últimos días, y leyendo los escritos que les acompañaban.

El primer disco en el turno es uno reciente de Reinhard Goebel al frente de los Berliner Barock Solisten. No voy a reproducir aquí el comentario que está reservado a las páginas de Scherzo, pero sí apuntaré algunas cosas para las que allí no habrá espacio. Goebel (1952), alumno en materia violinística de Franzjosef Maier, Eduard Melkus y Marie Leonhardt, fue (y sigue siendo) uno de los grandes nombres del movimiento historicista, muy especialmente desde que fundó a principios de los setenta el grupo Music Antiqua Köln. Las grabaciones trepidantes, atrevidas, radicales pero fascinantes (hoy siguen siéndolo) que este grupo realizó para Archiv de los Conciertos de Brandenburgo y las Suites orquestales de Bach son ya parte distinguida de la historia de la interpretación del barroco. También lo fueron sus recuperaciones de músicos entonces infrecuentes (Heinichen, Rosenmüller y el también en aquel momento poco frecuente Biber) o su reivindicación de Telemann, con otras grabaciones igualmente legendarias como la de su Tafelmusik. Es sabido por los buenos seguidores de este artista que en 1990 hubo de dejar de tocar debido a una distonía focal, pero (ahí es nada la fuerza de voluntad que se requiere) no se arredró y aprendió de nuevo a tocar… ¡de zurdo! La salud, sin embargo, le seguiría persiguiendo y en 2006 colgaría definitivamente el arco para centrarse en la dirección.

Goebel, como Harnoncourt (a quien ha sucedido como profesor en el Mozarteum de Salzburgo), mantiene el nervio, la energía y buena parte de sus radicales planteamientos interpretativos, aunque instrumentalmente se ha alejado de lo radical en cuanto al empleo de instrumentos originales (los puristas defienden que se ha pasado al lado oscuro). De tal guisa que en 2014 dirigió por primera vez a los Berliner Barock Solisten, conjunto de instrumentos modernos nacido desde algunos solistas de la Filarmónica de Berlín que intenta acercarse a la práctica históricamente informada (PHI) de la interpretación pretérita pero con instrumentos de nuestros días. Su grabación de los Brandenburgo con ese conjunto para Sony en 2017 fue justamente premiada y celebrada por público y crítica (les dejo aquí un arrollador ejemplo: el movimiento final del Tercer concierto: https://youtu.be/mRCZkkvFxMo; pueden encontrar el resto en Youtube).

Ya metidos en el podio, Goebel acaba de producir un disco enteramente mozartiano con ese conjunto, en el que las dos obras más significativas son dos serenatas: la escrita en re mayor K 239 (Salzburgo, 1776) y la conocidísima Pequeña música nocturna en sol mayor K. 525 (Viena, 1787, pocos meses después de fallecer su padre). Escuchando la primera, no pude sino recordar el contraste brutal que ofrece Goebel frente a la primera versión que yo conocí en mi juventud (hace más años de los que quiero recordar): la de Karajan y sus filarmónicos de Berlín. Al final de este artículo encontrarán los enlaces de ambos (y también los de Harnoncourt y su Concentus Musicus, que demuestran que dentro de la PHI ¡se pueden mover en coordenadas radicalmente distintas!), de forma que pueden ustedes mismos sacar sus conclusiones.

En el folleto acompañante sale a pasear el Goebel más provocador, y tras la lectura de la primera página del folleto, donde dispara como una ametralladora sobre «lo repetitivo» del repertorio, mencionado las cuatro estaciones de Vivaldi, el Adagio que no es de Albinoni y unas cuantas cosas más, uno empieza a preguntarse dónde va a terminar el provocador director germano. Y al final, acaba conduciéndonos a su faceta musicológica en la que luce en primer lugar su decisión (que justifica o explica un poco de aquella manera) de incluir como primer minueto (el original mozartiano se perdió) en la K. 525 uno breve de Thomas Attwood, que fue discípulo de Mozart. El preámbulo parece, a todas luces, excesivamente largo y prolijo respecto a «lo repetitivo» para terminar en esa conclusión que, además, liga tangencialmente con el lamento por lo repetitivo.

Y sin embargo, respecto a ese asunto de «lo repetitivo», que por otra parte tantas veces asalta las líneas de textos como ese (o de determinadas críticas), lo relevante está justo en la interpretación de Goebel. ¿Por qué? Para mí es muy sencillo. Es cierto -y también lo destaca Harnoncourt en algún otro apartado de sus escritos- que Mozart, al contrario que otros compositores posteriores, fundamentalmente del romanticismo, componía para sus contemporáneos, y era también consciente de que solo una minoría de ellos apreciaría realmente su música. Es igualmente verdad que en aquella época interpretar cosas del pasado era algo raro. La música que se interpretaba era la del momento, y después (le pasó al mismísimo Bach, pero también a Mozart) básicamente desaparecía de la circulación. La cosa cambió con el romanticismo, y, en nuestros días, la tendencia es la inversa: mucho más repertorio pasado que presente. Aunque para explicar el particular de nuestros días habría, quizá, que adentrarse en el tema, a menudo espinoso, de lo accesible e interesante de mucha de la creación contemporánea. Tranquilos, no pienso adentrarme en tal territorio.

Pero dejando de lado dicho asunto, hay que preguntarse si ese «cansancio» del que habla Goebel (y otros muchos, pienso en algunos colegas críticos de algún que otro distinguido medio generalista) por la repetición del repertorio es algo más «snob» o indicativo de alguna otra cosa. Porque el que suscribe, francamente, no se cansa de ahondar en las bellezas del tan denostado repertorio. Quizá la razón sea la que apunta Harnoncourt en la cita inicial: que se trata de obras finalmente inabarcables, a cuyas entrañas apenas nos llegamos a asomar tras muchas escuchas o interpretaciones. Quizá la razón sea que anidan en ellas bellezas elusivas, que tal vez solo ven la luz para nosotros tras muchos acercamientos a las mismas. Quizá otra razón, ¿por qué no? es que algunas de ellas solo se nos hagan evidentes de la mano de interpretaciones excepcionales que sepan llegar a esas entrañas y presentárnoslas de manera directa. ¿No es acaso ese, finalmente, el delicado, complejo y esforzado trabajo del intérprete?

Me cuesta pensar en cansarme de contemplar La Gioconda, Las Meninas o la Capilla Sixtina. Me cuesta pensar en cansarme de leer las grandes obras de la literatura o de ver las mejores obras de teatro (también susceptibles, como las musicales, de interpretaciones que destaquen diferentes lados de la pieza). ¿Por qué habría de cansarme de escuchar a Mozart, aunque las obras que menciono las haya escuchado ya cientos de veces desde mi infancia? ¿No habría que pensar más bien que, si existe cansancio ante esas obras, sea porque la interpretación de turno no hace justicia y no porque la obra misma haya agotado su belleza de tanto como ha sido interpretada? Yo diría… que sí.

Cuando escuchaba una y otra pensaba una y otra vez en tantas diferentes visiones de Mozart. Desde las masivas, a menudo plomizas, impregnadas de una tradición nacida después de Wagner en las que el polvo de maquillaje ha limado aristas y contrastes hasta casi hacerlas desaparecer, hasta las más atrevidas llegadas tras la PHI.

Y acababa llegando a una conclusión parecida a la de Harnoncourt: es inabarcable. ¿Qué es Mozart? ¿El cantable? ¿El tierno? ¿El elegante? ¿El refinado? ¿O quizá el juguetón? ¿el inquieto? ¿el vitalista? ¿el dramaturgo? ¿Un poco de todo ello? Quizá con los años, más que decantarme por alguno o algunos de ellos, me voy convenciendo más de lo que no es… No es edulcorado, almibarado, cursi ni blandengue. No es plomizo, denso, rebuscado ni, por supuesto, válgame Dios, aburrido. No es, tampoco, un innovador, y eso lo señaló Harnoncourt en otro lugar (léase el capítulo 18 de su libro “El diálogo musical”, titulado rotundamente así: “Mozart no fue innovador”). Y sin embargo fue un genio. Un genio atrevido que nos pasma en su directa sencillez, en su abigarrada complejidad (ese pasaje del Don Giovanni en el que tres pequeñas orquestas tocan simultáneamente, cada una con compás diferente, es una memorable demostración de desorden ordenado), y que nos contagia de un plumazo vitalidad, alegría, energía y trepidación contagiosas, pero también delicadeza, elegancia y ternura en un canto de una sensibilidad exquisita.

La música que contiene el disco de Goebel es, en una gran medida, luminosa y atrevida, y a atrevimiento pocos le ganan al fundador de Musica Antiqua Köln, así que el placer y la vitalidad están asegurados. Por cierto, el minueto de Thomas Attwood incluido en la K. 525, no desentona, independientemente de que la justificación de Goebel parezca un poco abigarrada.

Vino después el segundo disco. De Harnoncourt, para un sello desconocido por el firmante hasta ahora: Prospero. El disco tiene de entrada una carga emotiva evidente, porque se trata del concierto de despedida del maestro de sus queridas huestes de Zurich, en noviembre de 2011, después de una larga relación cuyo inicio se remontaba a mediados de los setenta. Harnoncourt estaba ya seriamente enfermo (moriría cinco años después) y solicitó que los ensayos de la Gran Partita K.361 de Mozart tuvieran lugar en su propia casa de St Georgen, en la alta Austria. En el concierto se presentaba esta obra junto a su muy querida Quinta de Beethoven. El disco se completa además con ensayos de los movimientos segundo y tercero de esta sinfonía, con el detalle de que el folleto contiene transcripción al inglés de las indicaciones de Harnoncourt, lo que los aficionados que no saben alemán agradecerán en lo que vale.

Y nuevamente, escuchando esa maravilla que es la Gran Partita (también atípica en su concepción: si la K. 239 presenta una inusual -pero hermosísima- combinación de cuerdas con timbal, la K. 361 une doce instrumentos de viento y un contrabajo) me vinieron a la cabeza más reflexiones. La primera: cómo cambió Harnoncourt su concepción de la obra desde su grabación con los Wiener Mozart Bläser en 1984 (https://youtu.be/D464LdNEmWg; los enlaces a la interpretación con el conjunto suizo que se comenta aparecen también al final de este artículo).

La segunda es que la música que contiene esa serenata es de una belleza simplemente extraordinaria. Y de una intensidad irresistible en las manos de Harnoncourt. El manejo de los minuetos es impagable. La tranquila pero nada caída cantinela del oboe en el genial Adagio está dibujada con una riqueza de colores y acentos sencillamente memorable. No parece posible trazar el trío del primer minueto con más elegancia en ese rubato, ese “der aufstampfende auftakt”, término que define bien Adam Fischer (discípulo de Harnoncourt) como “un ritardando rústico en la parte final de un compás que precede a un ligero retraso de la primera parte del siguiente, ejecutada con más acento, utilizado principalmente en minuetos”. Esa nota casi suspendida, esa pausa evidente pero más corta de lo que parece, dota a esos minuetos y tríos de un sabor especialísimo, entre lo danzable y, efectivamente, lo rústico, y encontraría posteriormente la continuidad de su camino en los valses de Strauss. Y el final, desenfrenado, jubiloso, juguetón, divertido, es traducido aquí con una vibración contagiosa.

Y sí, Mozart es todo eso: es luz y alegría, energía, broma y diversión, ternura y delicadeza, elegancia y refinamiento, y también drama y desolada tristeza. Es, como señala Harnoncourt, la vida misma. Tal vez por eso es tan enigmático. Y tal vez por eso lo sentimos tan próximo e inmediato. Y seguramente por eso lo encontramos fascinante y no nos cansamos (al menos algunos) de volver sobre él una y otra vez. ¿Se explica? Yo creo que con interpretaciones como estas, no es difícil, la verdad.

Ya tienen materia para saborear y para disfrutar, y para pensar si tal vez hay algo, o mucho, de verdad en esas reflexiones que he compartido aquí.

Por cierto, y a raíz de mi último artículo sobre los despropósitos escénicos, leí también lo que declaraba al respecto el director austríaco. Es igualmente ilustrativo:

Los directores de escena tienen la importancia que tienen, ni más, ni menos. Cuando se convierten en el centro de la representación, es que algo no funciona. Actualmente hay tendencias en la ópera para las que la dirección escénica es un fin en si mismo, y eso va en detrimento de la música. Los directores escénicos de ese tipo se sienten presionados, se espera de ellos que se distingan y que hagan interpretaciones sociológicas. A menudo lo único que se consigue son payasadas” (del libro citado al principio, p. 147). Otro más que se suma a la lista que apunté en mi artículo anterior sobre la materia. Solo queda decir Amén. Y para que se rían un rato (o al menos es lo que intenté), mi última bitácora de Scherzo sobre el particular, con un relato satírico: https://scherzo.es/blog/soy-fresador/

 

ENLACES MUSICALES AL CONTENIDO DE ESTE ARTÍCULO

Mozart: Sinfonía nº 31 “París”– III. Allegro (Filarmónica de Viena – Böhm): https://youtu.be/tqqK3rdfFL0

Mozart: K 525 – Bayerische Rundfunk SO – Goebel: https://youtu.be/5wtNvUDSVKM

Mozart: K 525 – Berliner Barock Solisten – Goebel:

  1. Allegro: https://youtu.be/3wRZhbX1648
  2. Menuetto (Thomas Attwood): https://youtu.be/b8yZBoCQTQE
  3. Romance: Andante: https://youtu.be/b63yoPuYkwQ
  4. Menuetto: https://youtu.be/Y97_hcbYlfA
  5. Rondeau: allegro: https://youtu.be/5Pcn7rOc5lE

Mozart: K 525 – Filarmónica de Viena – Böhm: https://youtu.be/nPbxIT9W1AY

Mozart: K 239 – Berliner Barock Solisten – Goebel:

  1. Marcia: Maestoso: https://youtu.be/ie4-pE8qZFM
  2. Menuetto/Trio: https://youtu.be/gGGpCoZ7pKE
  3. Rondeau: Allegretto: https://youtu.be/2KoyEm9CA5c

Mozart: K 239 – Concentus Musicus Wien – Harnoncourt:

  1. Marcia: Maestoso: https://youtu.be/W8t6Qrn1feQ
  2. Menuetto/Trio: https://youtu.be/H0Hx-5LZpnI
  3. Rondeau: Allegretto: https://youtu.be/iR2_d8-eBhs

Mozart: K 239 – Filarmónica de Berlín – Karajan: https://youtu.be/foDqeL4L5C4

Mozart: K 361 – Philharmonia Zurich – Harnoncourt:

  1. Largo-Allegro: https://youtu.be/pGorDT96l7E
  2. Menuetto: https://youtu.be/jqwKrl5u8OI
  3. Adagio: https://youtu.be/KcXtnOcn4tk
  4. Menuetto: https://youtu.be/i2bpRZIgRLY
  5. Romance: https://youtu.be/uWcbb4LWSyU
  6. Tema con variazioni. Andante: https://youtu.be/vhXxuGyuDbg
  7. Finale – Molto allegro: https://youtu.be/7WEYdHL9q1A
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