Rafael Ortega Basagoiti

Hasta siempre, Fernando

Se nos ha ido hace un par de días Fernando Peregrín (Madrid, 1948-2023), ingeniero de Telecomunicación, ateo tan convencido como defensor de la ciencia (a la que donó su cuerpo) y de la argumentación que en ella se basaba, melómano apasionado y conocedor, muy especialmente del mundo de la lírica, cuyos recovecos había penetrado desde todos los rincones, aprovechando la larguísima y envidiable experiencia de haber podido ver, escuchar y, en muchos casos conocer, a primeras figuras del canto y de la dirección musical. Y, desde esa experiencia y conocimiento, crítico extraordinario de la cosa musical en distintos medios.

Cuando era joven (yo, él me ganaba en algunos años) leí y aprendí de las crónicas que publicaba en Ritmo, junto a otros colegas, luego también amigos, como José Luis Pérez de Arteaga, q.e.p.d., Arturo Reverter o Enrique Pérez Adrián. Mi relación con personal con Fernando fue tardía, hace apenas cinco años, justo cuando abrí este blog. Se convirtió en seguidor habitual del mismo, y posteriormente establecimos contacto personal y comenzamos a intercambiar experiencias y sensaciones. Tardamos bien poco en conectar muy bien, porque ambos compartíamos opiniones sobre muchas materias, encabezadas por los disparates que se producen en los teatros de ópera hoy en día.

De hecho, uno de sus últimos mensajes se refería a una propuesta que tenía de Revista de Libros para un ensayo sobre tales disparates. Quería citar una pequeña tribuna que yo acababa de publicar en el suplemento “La Lectura” de “El Mundo”, y que le había parecido muy acertada. Pero ya estaba con las fuerzas menos que justas. Escribió: “Si mejora el tono de mi salud, tal vez lo escriba. Ahora mismo estoy muy desganado, muy cansado, con una anemia tremenda y una tensión por los suelos.” Me temo que esta vez no llegó. Creo que sí llegó a ver la Arabella del Real, pero no me llegaron sus impresiones. Supongo que tampoco le acompañaban las fuerzas.

En estos años he compartido con Fernando todo tipo de cosas. De música y también de medicina. Con ocasión de la pandemia hemos hablado largo y tendido sobre la ristra de disparates que presidió demasiadas decisiones de nuestros gobernantes, y sobre la alucinante ignorancia del personal sobre cómo actuar en lo referente a vacunas y pruebas. Pero sobre todo hemos compartido nuestro rechazo a esas boutades escénicas que tanto nos invaden hoy en día, y también nuestra añoranza de una época en la que pudimos ver y disfrutar a grandes figuras de la dirección orquestal.

Anécdotas y chascarrillos (que no pueden hacerse públicos) de cantantes, directores, escenógrafos o empresarios a montones, aunque la discreción obliga a guardar silencio sobre ello. Pero recuerdo con agrado los buenos ratos que hemos pasado con ellas. En tiempos recientes le encantaba mandarme fotos de escenas indescifrables y preguntarme qué opera era. Yo no paraba de decirle: “Fernando, con esa puesta en escena, puede ser cualquier cosa”.

Una de las últimas cosas que le envié fue una foto de la delirante propuesta de Calixto Bieito sobre el Julio César de Handel en Amsterdam, con un desfile de retretes en primer plano (a Bieito le encantan los retretes, los ha empleado repetidamente en sus propuestas). Me contestó: “Bien se estará riendo Bieito, que cobra a precio de plutonio”. Si hay un cotilleo que sí puedo desvelar es el que me contó tras la Salomé de Strauss de la Nacional el año pasado. Comentando sobre directores, me dijo que en cierta ocasión había preguntado Carlos Kleiber (era un auténtico fan de Kleiber), tras verle una Elektra magnífica en la Royal Opera, allá por el año 77, por qué no añadía Salomé a su repertorio. Kleiber le contestó: “Encuéntreme una Salomé realmente buena y la haré encantado”.

Vamos a echar de menos a Fernando, sus experiencias, su conocimiento, su anecdotario, su conversación sin fin, su resistencia a los límites de extensión (con ocasión de la propuesta antes mencionada del ensayo para Revista de Libros, me decía que no soportaba que le impusieran límites de extensión; yo le decía: “Fernando, a mí tampoco me gusta, pero cuando se escribe para una publicación en papel… la limitación de espacio es inevitable”. Y él contestaba: “Lo sé, pero no puedo con ella”.

Con motivo de la reciente publicación del libro “Música, maestro – De Mahler a Dudamel”, que escribí junto a Enrique Pérez Adrián, comentamos sobre uno de los videos cuyo código QR figura allí, en el que Carlos Kleiber se desespera con un bajo (creo que Kurt Moll) entrando a destiempo en uno de los pasajes de El Caballero de la Rosa de Strauss. Me parece un vídeo graciosísimo que sirve para recordar a Fernando con todo cariño, y creo que como a él le hubiera gustado: con una sonrisa musical despertada por uno de los artistas a quien más admiraba:

https://youtu.be/UliFpkJyRAM

Hasta siempre, Fernando. Te vamos a echar de menos. Seguro. Pero con una sonrisa y con permanente pasión por la música.

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3 thoughts on “Hasta siempre, Fernando

  1. Gracias Rafael por esas bonitas palabras en recuerdo de mi padre. Gracias por compartir el video que no había visto pero sí oído hablar. Me sacó una sonrisa. En el 99, cuando yo tenía solo 11 años, mi padre con desmesurado entusiasmo, me llevó a ver a Carlos Kleiber al Palau de la Música, en Valencia. ¡Qué gran regalo me hizo! Como bien dices, él amaba la música y amaba a Kleiber.
    Un abrazo.

    1. Un abrazo, Elena. ¡Y tanto que lo amaba! Lo mucho que hemos podido hablar de Kleiber en estos últimos años, madre mía. No podré evitar recordar a tu padre cada vez que vea o escuche ópera, ni cada vez que vea o escuche la música de los Strauss.

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