Optimismo, temor, quejas, ansiedad, quizá un poquito de autosugestión, de encontrar argumentos que nos ayuden a concluir que nuestra decisión o comportamiento está justificado. De todo eso hay en nuestros días pandémicos. Hay quienes ven venir una segunda bofetada mayor o igual que la de marzo. Hay quienes, por el contrario, están convencidos de que el tema ha pasado o al menos ha perdido mucho gas. Hay también quien se ha liado la manta a la cabeza y ha decidido tirarse a la piscina y aplicar aquello del pintor que, preparando un retrato, e interrogado sobre la identidad del retratado, respondió: “si sale con barba será San Antón, y si no, la Purísima Concepción”.
Hay evidente ansiedad, incluso empeño, como he señalado en otras ocasiones, por recuperar inmediatamente la normalidad de siempre (la de antes), algo que no deja de sorprenderme porque es a todas luces evidente (y esto no es mi opinión, es la de toda persona mínimamente documentada en la materia, por no hablar de todas las organizaciones científicas que se ocupan del asunto) que la susodicha normalidad va a tardar en volver.
Pero parece que, en lugar de adaptarnos a este tiempo diferente durante el tiempo que tarda en llegar el remedio, preferimos rebelarnos y no aceptar que la situación es la que es. A ese ansioso empeño le acompañan ingredientes inevitables, como la resistencia, muchas veces radical, y que a mí personalmente me sorprende, a nuevas alternativas como las plataformas online, por mucho que, pese a las muchas protestas, estén surgiendo como setas tras la tormenta, la última, conocida hoy por el que firma, a cargo de la fundación de mi querido señor sinónimo, ay, qué cosas tengo, quería decir sin ánimo… de lucro. Alternativas que son en todo caso reemplazos temporales, y más tarde complementos, del concierto con público, nunca sustitutos definitivos.
Escucho en los últimos días varios formatos de queja expresando reivindicaciones sobre la seguridad de la actividad cultural. Aunque entiendo y comparto los sentimientos en que se basan tales reivindicaciones, me resulta complicado formular rotundas afirmaciones sobre la seguridad de determinadas actividades en términos absolutos. La actividad cultural, como muchas otras, es segura o no en función de cómo y dónde se desarrolle. Un concierto, con los músicos y el público a 2 metros, mascarillas y en ambiente abierto, es, con toda probabilidad, bastante seguro.
Pero se ha señalado, con razón, que el contagio en ambientes cerrados es casi 19 veces más probable que en ambientes abiertos (https://www.medrxiv.org/content/10.1101/2020.02.28.20029272v2.full.pdf; otro artículo más “divulgador” aquí: https://www.nytimes.com/2020/05/15/us/coronavirus-what-to-do-outside.html#click=https://t.co/CE3xIGAItC), y de hecho, la británica Gwen Knight, del Centre for Mathematical Modelling of Infectious Diseases, ha hecho una interesante y concienzuda recopilación de casos publicados en diferentes fuentes, artículos científicos y periodísticos (https://docs.google.com/spreadsheets/d/16wtnHe4hM6I7TFHXVpLXY8R4GAUzAJ-7NWbKIVvsVuA/edit#gid=0). El análisis de dicha recopilación ofrece un dato significativo, en tanto que apenas el 4% de los focos estaría originado por una actividad desarrollada en un ambiente exterior.
El resumen de todo ello es que el mismo concierto descrito más arriba ya sería menos seguro si se realiza en un ambiente cerrado. Unas diecinueve veces menos seguro, según esos informes. Si además hay menos distancia y se practica la mascarilla inexistente, y el público está también más juntito… tendría bastantes dudas en considerarlo seguro. Y aunque es cierto que, de momento, y aparte de los casos descritos (y alguno sobre el que se ha guardado silencio) en coros, no hay informes de contagios ocurridos en conciertos, también lo es que la casuística de conciertos en ambiente cerrado es, de momento, limitada. La ausencia de contagios en dichos ambientes hasta ahora bien podría ser, por tanto, una mera cuestión de azar. Incluso en ambiente abierto, la casuística tampoco es abundante. De hecho, España es, creo, uno de los países que más actividad concertística está recuperando, con Festivales como el de Granada, y ya mismo en El Escorial o Santander, funcionando a buen ritmo. Y no nos olvidemos del Real. El Real está poniendo La Traviata con el 50% del aforo (cerca de 900). Para contraste, en Baviera el otro día abrieron la mano de 100 a 200 espectadores en locales cerrados y de 200 a 400 en abiertos. En EEUU Chicago y Los Ángeles han dicho “bye bye” hasta diciembre como poco. Y en Bélgica también han dicho aquello de tararí, que te vi. Así que, después de todo, igual aquí estamos siendo más atrevidos, parece.
Indudablemente, hay en todo esto de la “anormalidad” que vivimos ahora, ejemplos que no ayudan a la tranquilidad. Esos programas de televisión donde entrevistador y entrevistado se sitúan a un metro (si llega…), sin mascarilla… ¿cómo se entiende eso cuando el otro día, en el homenaje a las víctimas de la Covid 19, todos los asistentes, la orquesta y el coro (bien es cierto que estos llevarían, supongo, las perfectamente inútiles adquiridas al avispado empresario valenciano), portaban mascarillas en un ambiente tan abierto como el de la Plaza de la Armería? Más aún ¿quién entiende que la misma televisión que emite ese programa con ese entrevistador y entrevistado en distancia insegura, conecte con una corresponsal que está en la calle, sola… y lleve mascarilla?
Ninguna de estas contradicciones se entiende (o yo al menos no lo entiendo), pero creo que sería equivocado el clásico argumento de “si se permite eso, permítase lo otro”. Siempre defenderé que perpetrar un disparate no justifica porfiar en el despropósito. No hay que olvidar, además, que a la sensación de inseguridad colabora en buena medida la estupidez del personal. Uno no sabe, por ejemplo, si en la localidad de al lado le va a tocar un negacionista inconsciente o un irresponsable. Y de irresponsables tenemos una colección. En las últimas horas hemos sabido que un equipo de fútbol se metió entero en un avión sabiendo que uno de ellos era positivo para la Covid 19. Ahora creo que llevan ya una docena. Todavía estoy por ver qué sanción les cae por un delito contra la salud pública. Anteayer escuché una entrevista con una rastreadora que se quejaba, con toda la razón, de que advirtiendo a algunos contactos de contagiados que deberían guardar cuarentena, le contestaban que “no estaban por la labor” y hasta le negaban información sobre sus contactos. Mientras las cosas estén así, poco estamos haciendo por la seguridad.
Y como vivimos tiempos de postureo, debo confesar también que, en esa cierta alergia a la contundencia en determinadas afirmaciones, cada vez que oigo o leo a un organizador lo de “todas las medidas de seguridad”, me echo a temblar. El “todas” incluye a veces cosas que creo bastante inútiles, como la desinfección del calzado o a toma de temperatura (a la que escapan los asintomáticos, que ahora mismo son más del 60%), pero sobre todo más de una vez permite cosas nada seguras, como que los espectadores estén a un metro y que los músicos tampoco están muy separados, por no mencionar que, en algún caso, la orquesta practicaba la política de la mascarilla voluntaria o el momento oreja. Y si esa es la seguridad, pues qué quieren que les diga, me parece una seguridad bastante insegura. Una cosa es que el contagio sea más difícil en ambientes abiertos y otra que sea imposible y que pensemos que el ambiente abierto permite hacer el concierto tal cual se hacía antes.
Así que yo diría que sí, que la cultura es segura… como casi todo, si se organiza con cuidado, se realiza con verdadera conciencia y medidas de seguridad como es debido. Defina “todas”, por favor. Si no, estaremos corriendo el riesgo de que el azar, cualquier día de estos, deje de sonreírnos y nos encontremos algún caso de contagio importante en un concierto. Y eso sería una catástrofe.
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Les dejo enlaces a mis últimos artículos para Scherzo:
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Pues como siempre, muy clarito
Clarisimo para lobulos frontales meridianamente razonables. No debemos apoyar el que se haga literal el «Ars longa, vita brevis» para colectivos finales de la cadena epidemiologica. Un abrazo Rafa.