Rafael Ortega Basagoiti

Dios, los móviles y los instintos asesinos


No cabe duda de que la irrupción de los móviles en los eventos donde es menester el silencio del público, da mucho de sí. Sin ir más lejos, el bueno de Sir Simon Rattle,

en una entrevista que le hicieron en Codalario y que fue citada hace unos días por motivos menos jocosos en otro lugar de este blog (https://www.codalario.com/simon-rattle/portada/simon-rattle-estoy-muy-feliz-de-empezar-una-nueva-vida-en-londres_7225_2_22067_0_1_in.html), se refería al asunto con una cáustica ironía británica: “No estoy normalmente a favor de la pena de muerte pero en ocasiones la contemplaría. No hay muchos sitios en nuestro mundo de hoy en los que 2000 personas estén en silencio y quietas tanto tiempo. Esto es algo casi imposible fuera de nuestra modalidad artística. Puede interferir el sonido del móvil u otros ruidos pero el tipo de silencio y concentración de un concierto como el de anoche no se encuentra incluso ni entre los feligreses que van a la iglesia. ” Se refería el maestro a ese final impagable de la Novena de Mahler, en el que hay que contener el aliento mientras la música se desvanece en una agonía aparentemente interminable (que con Bernstein parecía en verdad interminable). Porque en efecto, ese final sobrecogedor es el típico en el que la irrupción del móvil de turno despierta toda clase de instintos asesinos. Me recordó el asunto un chascarrillo que me envió un amigo por whatsapp el otro día y que rezaba así: “Cuando entras en esta iglesia, es posible que escuches la llamada de Dios. Pero es poco probable que te llame al móvil. Gracias por apagar tu teléfono. Si quieres hablar con Dios, entra, elige un lugar tranquilo y habla con Él. Si quieres verlo, envíale un WhatsApp mientras conduces”. Si algún cura ha tenido la suficiente coña como para escribir esto, se merece un homenaje popular masivo por su fino sentido del humor. Anda que no tiene guasa el gachó, hasta humor negro (lo del whatsapp mientras conduces es la bomba). Pero hay que reconocer que para las salas de concierto podría discurrirse un texto similar, en lugar de los muy finos (y constantemente ignorados) requerimientos al personal para que apague sus teléfonos móviles, dado que no solo incordian a la audiencia y a los artistas, sino que tienen la muy perversa manía de sonar en el momento más suave, íntimo y recogido. Sí, justamente ese en el que la audiencia ha conectado con el intérprete, porque, como muy bien señala Sir Simon en esa entrevista, el público es parte de la interpretación. Pero claro, el entusiasmo interpretativo no nos debe hacer perder el norte. La participación del público se espera silenciosa, espiritual, intelectual. En ningún caso se invita a la audiencia a que contribuya al regocijo general con instrumentos de ningún tipo, ni cordófonos, ni aerófonos, ni electrónicos, ni de percusión. La audiencia es parte de la interpretación, pero en lo que se refiere a la generación de sonidos, la suya es una participación que en la partitura aparecería como tacet, o sea, preferiblemente calladitos. Dicho esto, y como quiera que las advertencias finas no dan resultado alguno, y que, por el contrario, el que suscribe (y a buen seguro muchos más) se han sentido por momentos (como Sir Simon) capaces de llevar a cabo ejecuciones sumarísimas por delitos de lesa música, propongo una leyenda admonitoria más contundente. Que meta miedo, vaya. Podría ser algo así: “Se ruega a los espectadores que desconecten sus teléfonos móviles. Quedan advertidos de que su vecino de localidad (no el que está delante, porque a ese le pilla incómodo) puede atizarles una oblea (o dos, o tres, queda a su juicio) o producirles heridas inciso-contusas de consideración diversa si su teléfono incurre en intrusismo durante la ejecución del concierto. El auditorio no se hará cargo de los costes de la Casa de Socorro. El espectador-atizador queda autorizado a utilizar como ayuda para su encomiable labor de martillo de herejes cualquier herramienta contundente o incisiva que considere oportuna. Las armas blancas son más aconsejables porque no hacen ruido.” Al fin y al cabo, lo del whatsapp mientras conduces no está tan lejos…

Compartir

2 thoughts on “Dios, los móviles y los instintos asesinos

  1. Muy de acuerdo. La plaga del ruido del móvil es especialmente dañina en los conciertos. Hay gente que lo pone en vibrador y también es horrible. Creo que habría que eliminarlo/apagarlo en los sitios públicos.
    Con tu comentario he recordado que hace unos meses, en el Auditorio Nacional, se quejó un señor por un zumbido que se estuvo escuchando durante todo el concierto. Parecía de un aire acondicionado o similar. Ante la queja, el empleado se encogió de hombros y este señor, muy molesto le espetó: “Es que también he pagado por el silencio”. Le hubiera aplaudido allí mismo más que a David Afkham!
    Me encantó.
    También me ha encantado este blog! Enhorabuena

Responder a Rafael Ortega Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

 

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.