Les prometí dar cumplida cuenta de Fausto en el Teatro Real, y a ello voy, tras asistir a la representación el 4 de octubre, que fue retransmitida por el canal Mezzo (de pago, la TV pública parece que está a otros menesteres, ya se sabe, y por supuesto, el Marqués a lo suyo)
y grabada para su posterior comercialización en DVD. Como servidor está decidido a llevar la contraria a quienes quieren relegar la música a segundos lugares (o terceros, o cuartos, vaya usted a saber) en beneficio de la inclemente satrapía de los directores de escena, empezaré por el aspecto musical. Se ha señalado en otros círculos, creo que con verdad, que Fausto es probablemente la ópera más celebrada del romanticismo francés tras la Carmen de Bizet, bien es cierto a que mucha, muchísima distancia de ésta. No es que ello diga mucho en cuanto al esplendor de la ópera francesa del período, un tanto gris tras el brillo alcanzado en el barroco por Lully o Charpentier. Pero es lo que hay. La partitura de Fausto tiene momentos muy afortunados, sobre todo en un acto tercero muy conseguido, pero no termina de convencer, al menos al que suscribe, en un tramo final que parece cosido de manera un poco forzada. Dicho esto, y tras los patinazos de la pasada temporada en una Carmen tan cutre y olvidable en lo escénico como perfectamente prescindible en lo musical, y una Aida que salvó los muebles en lo escénico (por una vez) pero que naufragó de manera escandalosa en lo musical, complace informar que el nivel musical de este Fausto se movió en el aprobado alto y, en algunos aspectos, en el notable. A la cabeza de lo mejor de la noche el polaco Piotr Beczala, que dibujó un Fausto vocalmente excelente, elegante, adecuadamente lírico y con soltura y cuerpo en el registro agudo, como pudo apreciarse en su bellísima aria Salut! demeure chaste e pure, del acto III, uno de los momentos cumbre de la noche sin duda alguna. Vocalmente correcta pero por momentos algo fría se antojó la letona Marina Rebeka, una Marguerite que no siempre pareció convencida, especialmente en el famoso aria de las joyas, despachado sin gracia ni sugerencia expresiva. Mejor en el final de la obra, donde pareció más entregada y suelta, pero en todo caso, globalmente, la suya pareció una prestación a medio gas, con la sensación de que tenía materia para dar más. Bien es cierto que quizá la cosa escénica (luego volveré a ello) tuvo algo que ver. Pisaroni, que tan bien se desenvuelve en muchas óperas barrocas, dibujo un Mefistófeles vocalmente correcto, aunque corto de cuerpo cuando cantaba en el tercio trasero de la escena, con lo que la canción del becerro de oro, que debiera sonar sardónica y con ese punto desmadrado al que invita la música, resultó un tanto alicorta. Por lo demás, su dibujo teatral tuvo poco del maléfico personaje bien conocido. Pasable sin más el Valentin de Stéphane Degout, más convincente en su retrato dramático que como voz baritonal de verdadero atractivo, y correcto el Siebel de Serena Malfi, que debía sentirse bastante ridícula en su indumentaria colegial. Debutaba Dan Ettinger en el foso, y lo mejor que puede decirse de él es que concertó con general acierto, salvo algún desajuste transitorio en el coro inicial del segundo acto. Pero aparte de la faceta concertadora, no hubo en su dirección, un tanto tosca y de grueso trazo (como su gestualidad) lugar para las exquisiteces de matiz o para la recreación de un clima dramático convincente. Dejo para el final la cosa escénica, que merecería en si mismo un capítulo específico. La cosa no empieza bien cuando abrimos el programa de mano y encontramos un artículo del director artístico del Real, Joan Matabosch, que empieza explicándonos que este Fausto “es un científico que trabaja en un proyecto que trata de construir un cerebro electrónico capaz de reproducir las funciones completas del cerebro humano, es decir, no sólo el pensamiento raciona, sino, y sobre todo, el pensamiento emocional”. Digo que mal empezamos si, en una figura tan conocida como la de Fausto, necesitamos una guía para entender lo que el escenógrafo de turno ha querido decir. La cosa empeora porque el espectáculo, en el que domina la luz roja, empieza con ese clima futurista pero luego no parece tener continuidad. En toda la escena había con frecuencia muchos cables, pero si se me permite el juego de palabras, escaseaba la conexión. El científico y su ambición electrónica apenas retornan, lo que resulta en una trama deslavazada, como una concatenación de ideas inconexas que le llevan a uno de interrogante en interrogante, y con alguna sorpresa de escaso gusto en el camino. No me pregunten los lectores, porque no sabré contestar, a qué demonios obedecen los componentes masculinos del coro divididos entre los que van vestidos como jugadores ¿de rugby? y los que van de soldados de videojuego. Tampoco me pregunten a qué vienen las señoras con unas pechugas como enormes sandías (Botero ¿dónde estás?), ni las enfermeras de interminable melena rubia. Supongo que la aparición de prostitutas en “exposición” es un guiño a los lumpen de Amsterdam (la Ópera de la capital holandesa es co-productora del invento), pero si yo fuera habitante de la capital holandesa, hubiera preferido francamente que el guiño fuera otro. Igualmente gratuitos y desde luego de dudoso gusto está la idea de esa Marguerite de melena azul, la infantiloide Siebel, que difícilmente puede ir de “protector” de su hermana con esa pinta, la aparición de una guitarra eléctrica que naturalmente (gracias a Dios) no suena, y la desafortunada escena de la Iglesia, donde Jesucristo resulta ser Mefistófeles (foto que ilustra esta crónica), toma nísperos, Mariana. Por último, prefiero no comentar sobre los grandes letreros que aparecían en la parte trasera con mensajes como “Margarita la intocable”, “Valentín el perdedor” o “Siebel, el ingenuo”. En fin, qué pereza. Uno tiene la sensación de que la cosa, sin entrar en el cansino debate de si las escenas deben o no “modernizarse”, era, como decía un profesor mío, ápoda y acéfala, lo que vulgarmente viene siendo que no tenía ni pies ni cabeza. Queda en el aire el interrogante que se deriva de ello: ¿resultó algo frío el retrato dramático de alguno de los personajes porque no se sintieron especialmente convencidos de esa aproximación? Ni afirmo ni niego, pero no sería la primera vez. Lo que sí puedo decir es que el que suscribe no se hará con el DVD que se grabó de este Fausto a medias entre Gounod, Botero y Bigas Luna.
Madrid. 4-X-2018. Teatro Real. Faust (Charles Gounod). Piotr Beczala (Faust), Marina Rebeka (Marguerite), Luca Pisaroni (Méphistophélès), Stéphane Degout (Valentin), Serena Malfi (Siébel), Sylvie Brunet-Grupposo (Marthe), Isaac Galán (Wagner). Orquesta y coro titulares del Teatro Real. Dirección musical: Dan Ettinger. Dirección de escena: Àlex Ollé (La fura dels baus)
RAFAEL
Muy buena e ilustrativa crónica. No has contado si al final han salido los del lazo amarillo…
Un abrazo, Antonio Escamila
No. En la representación del día 4 no solo no salieron los del lazo amarillo sino que no salió a saludar nadie del equipo responsable de la puesta en escena (que fueron los que portaron el lazo el día del estreno). Algo muy raro y que además deja la duda de si la bronca del día del estreno fue por el lazo o fue por lo malo de la puesta en escena. El día 4, como no salieron a saludar, no hubo polémica.