Rafael Ortega Basagoiti

Capriccio de Strauss en el Real: Sobresaliente

Madrid. Teatro Real. 2 de junio de 2019. Richard Strauss: Capriccio. Konverstationsstück für Musik en un acto. Libreto de Joseph Gregor, Richard Strauss y Clemens Krauss sobre una idea de Stefan Zweig. Estreno en el Teatro Real. Malin Byström (Condesa Madeleine). Josef Wagner (El Conde). Norman Reinhardt (Flamand). André Schuen (Olivier). Christof Fischesser (La Roche). Theresa Kronthaler (Clairon). John Graham-Hall (Monsieur Taupe). Leonor Bonilla y Juan José de León (Dos cantantes italianos). Torben Jürgens (Mayordomo). Orquesta Titular del Teatro Real. Dirección de escena: Christof Loy. Dirección musical: Asher Fisch.

Hemos tenido ocasión de escuchar en Madrid, con pocas semanas de diferencia, dos partituras contemporáneas, generadas en medio de la convulsión dramática de la más grande conflagración de la historia, y que sin embargo respiran de forma tan diametralmente opuesta que es difícil imaginar que nacieran en medio de semejante terremoto.

La Orquesta Nacional nos ofrecía hace apenas tres semanas una magnífica interpretación de la demoledora Sinfonía nº 7 “Leningrado” de Shostakovich, estrenada en 1942 en medio de las bombas. Ayer pudimos asistir en el Real a la representación de lo que el genial Richard Strauss llamó muy justamente “pieza conversacional para música”, su última ópera, Capriccio, escrita en 1941 y también estrenada en 1942 (que llega al Real también poco después que la última de Verdi, su Falstaff). Si la Leningrado nos apabulla, Capriccio nos ilumina y alegra, nos hace pensar sonriendo, retomando un debate que inaugurara Salieri en 1786 con su Prima la música, poi le parole, que se hermanó en su momento con el Schauspieldirektor de Mozart (hace años que Harnoncourt los unió también en el disco) sobre la preminencia de música o palabra, que es también decir de música o escena, y nos lleva, casi sin que nos demos cuenta, a una profunda nostalgia final, en esa bellísima página que es el monólogo reflexivo de la condesa, donde ya no hay sarcasmo ni parodia, sino una mezcla de nostálgica añoranza y de reflexión, tal vez un punto escéptica, pero tal vez también esperanzada, de cara al futuro. Dice con acierto el director artístico del Real, Joan Matabosch, en las notas al programa, que Strauss y Zweig concibieron Capriccio como una reflexión sobre la ópera a la manera de los diálogos platónicos. Salieri había subtitulado su obra como un divertimento teatrale, y Strauss lo hizo como esa “pieza conversacional” a la que antes aludí. El diálogo tiene mucho de parodia, e incluso el perfil de los personajes, con La Roche a la cabeza, tiene mucho de sarcasmo ácido. Valga como muestra esa aparición repentina del escenógrafo-empresario diciendo que “necesita la aprobación del autor”, el poeta Olivier, “para hacer algunos cortes”, o esa permanente demostración de un ego que llena varios escenarios en frases como “su obra va a mejorar mucho con mi ayuda”, para culminar, cuando al fin hay acuerdo de hacer una ópera para la condesa en “no olvide escribir buenas salidas para mí; una buena salida es fundamental para el éxito”, algo que bien podría haber suscrito Jardiel Poncela. Como señala Matabosch, si el Führer quería un arte marcial, este refinado, irónico, sonriente e intelectual divertimento que solo al final asoma su rostro de moraleja, era, desde luego, lo que menos podía esperar. Con la acción situada en un palacete francés del XVIII y alusiones varias al pasado, a las que no escapan Rameau o Couperin, como tampoco el belcanto o incluso el propio Strauss (que se permite reírse de si mismo con la alusión a Ariadna en Naxos), la música es de una riqueza extraordinaria, desde el sorprendente comienzo camerístico inicial, un largo y bellísimo preludio a cargo de solistas de cuerda, hasta el brillante acompañamiento del precioso monólogo aludido de la Condesa justo antes del final de la obra, la partitura no tiene desperdicio y es una nueva demostración del exquisito talento teatral y orquestal de su autor. Y la música estuvo en general admirablemente servida esta vez. A la cabeza de los logros hay que situar a la sueca Malin Byström, estupenda cantante y actriz que dejó al teatro boquiabierto con una actuación magnífica en lo vocal y en lo teatral. Sensible, con una voz poderosa, limpia y perfectamente matizada, alcanzó en el final la cima de una actuación sensacional. Lo fue también la del bajo Fischesser, de tan imponente presencia vocal como acertadísimo retrato teatral de su personaje de La Roche. Sin duda el otro gran triunfador de la noche. Entre el poeta Olivier y el músico Flamand se llevó el primero los triunfos principales, porque su voz es claramente superior, sobre todo en volumen, a la correcta pero corta del segundo. Esta misma limitación dejó también sin salir de la corrección la prestación, por lo demás bien convincente, de Kronthaler en su retrato de Clairon, bien contrapuesta al más que notable conde de Josef Wagner. Estupenda la breve pero atinada intervención de Graham-Hall como apuntador Taupe, e irreprochables la del mayordomo Jürgens y la de los dos cantantes italianos (Bonilla y de León), igualmente estupendos en lo teatral. La dirección del israelí Asher Fisch es, para quien esto firma, la mejor que hemos disfrutado en el Real esta temporada. Y si me apuran, en la anterior. Incluso, si me apuran más, diría que he de remontarme al Parsifal de Bychkov para recordar una dirección orquestal de similar calidad. Atenta, detallista, cuidada en los acompañamientos (magistrales los de los monólogos largos de La Roche y la Condesa, pero también los de los concertantes varios), obtuvo de la orquesta una prestación admirable, evidente desde el conjunto inicial de cuerda hasta el estupendo solo de trompa al final de la obra (uno más de los varios que tuvo, siempre impecablemente resueltos). Sobre la escena, aunque no comparto del todo la excesiva austeridad del decorado (pareciera un palacete que hubiera tenido que vender sus enseres en un mercadillo), si puede decirse que Loy fue en general respetuoso con el texto y el espíritu de la obra. Se tomó alguna libertad (la conversión de la bailarina que está en el libreto en dos “dobles” de la protagonista que ocupan dos espacios temporales, pasado y presente, o la presencia escénica quizá excesiva del mayordomo) que tampoco “crujió” demasiado, sobre todo teniendo en cuenta lo que hemos visto por estos lares (y por otros) en los últimos tiempos. En líneas generales, su propuesta es acertada y plausible, que es mucho más de lo que se puede decir de la mayoría de las producciones en estos tiempos. El éxito fue grandísimo para un espectáculo en el que desde la partitura a los cantantes pasando por el director musical, todo brilló a gran altura, con una escena bien plausible que no distorsionó la excelencia de la propuesta. Con diferencia, en cuanto a las obras que hemos visto escenificadas, lo mejor de esta temporada del Real, sin la menor duda.

Como de costumbre, les adjunto algunos enlaces a críticas aparecidas en los medios:

El País: https://elpais.com/cultura/2019/05/28/actualidad/1558998355_202924.html

Codalario: https://www.codalario.com/asher-fisch/criticas/critica-asher-fisch-dirige-capriccio-de-strauss-en-el-teatro-real-de-madrid_8149_5_25167_0_1_in.html

Beckmesser.com: https://www.beckmesser.com/critica-capriccio-radiografia-de-una-dama/

Queda solo Il Trovatore para cerrar la temporada. Este Strauss ha puesto el listón alto, en un nivel que es el que desearíamos siempre para el Real y no tenemos casi nunca. Ojalá el título verdiano del mes próximo me desmienta y mantenga este nivel de excelencia. Entretanto, comentaremos sobre el concierto de Dudamel (día 28 con la Filarmónica de Munich, la Segunda de Mahler en los atriles… un verdadero miura para el mediático venezolano) y sobre algunas otras cosillas. No he tenido ocasión de asistir a las representaciones de Doña Francisquita, pero parece que se ha liado una buena con la puesta en escena… ¿qué raro, no?

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