Rafael Ortega Basagoiti

Brillante la Orquesta Nacional en «Tristán e Isolda»

Madrid. Auditorio Nacional. Sala Sinfónica. Orquesta y Coro Nacionales de España. R. Wagner: Tristán e Isolda (ópera en tres actos, versión de concierto). Petra Lang, soprano (Isolda). Violeta Urmana, mezzo (Brangania). Roman Sandnik, tenor (Melot). Boaz Daniel, barítono (Kurwenal). Brindley Sherrat, bajo (Rey Marke). Roger Padullés, tenor (Un marinero, un pastor). Ángel Rodríguez Torres, barítono (Un timonel). Puesta en escena: Pedro Chamizo. Director: David Afkham.

David Afkham (Friburgo, 1983) ha demostrado determinación y arrojo escogiendo, en su estreno como director titular y artístico de la OCNE, nada menos que Tristán e Isolda para su loable hábito anual de poner en los atriles una ópera de gran repertorio en versión de concierto. Es verdad que los títulos que hasta ahora han servido para este propósito (El Holandés errante del propio Wagner, Electra de Strauss y El Castillo de Barbazul de Bartók) no han sido cualquier cosa, pero Tristán es sin duda un toro de primera, una prueba de fuego tanto para el joven maestro alemán como para la orquesta, no habituada a menesteres operísticos de esa densidad. La elección de este título para concierto tiene ventajas, porque Tristán es una obra donde la densidad psicológica y filosófica ganan por goleada a la pura acción dramática, tan estática y casi atemporal que la ausencia de puesta en escena se añora poco, desde luego mucho menos que lo que podría ocurrir en otros títulos wagnerianos. Por otra parte, y teniendo en cuenta las “joyas” que últimamente nos vienen ofreciendo los regisseurs (me vienen a la memoria los bodrios de El Holandés y El Oro del Rin en el Real, y estoy por prepararme un termo de tila para la próxima Valquiria, que, con el mismo Carsen, creo que prolongará el despropósito del inicio de la tetralogía), uno casi que no lo añora en absoluto, sino que agradece el sobrio movimiento escénico y el inteligente juego de luces presentado por Pedro Chamizo. El que suscribe esperaba más del reparto vocal escogido, especialmente de la Isolda de Petra Lang, veterana en Bayreuth con Thielemann, pero que, al menos ayer, se mostró imprecisa en la entonación, con frecuencia chillona y tosca, sin que ni siquiera alcanzara la temperatura expresiva deseable en su Mild und leise final. Bastante correcto, aunque sin especial brillo, el Tristán de Frank van Aken, que al menos mostró intención y vibración dramática en su delirio del tercer acto, resuelto no obstante con problemas de balance sobre los que comentaré más adelante. Magnífica, como cabía esperar, la Brangania de Violeta Urmana, de imponente presencia vocal y dramática. Estupendo igualmente, en lo que tal vez fue la sorpresa de la velada, el Marke de Brindley Sherrat, vocalmente impecable y de una gran intensidad en su retrato del monarca. Discreto, con más intención que presencia vocal, el Kurwenal de Boaz Daniel, y más que correcto el resto del reparto. Lo mejor de la noche vino, en cualquier caso, de una sobresaliente prestación orquestal. La Nacional se encuentra en un momento dulce de forma, y respondió a la difícil demanda que se le presentaba de la mejor manera. Al compromiso que supone una partitura como Tristán, y más para una orquesta no habituada a labores operísticas, hay que añadirle la dificultad que puede suponer, en términos de balance, su presencia sobre el escenario y no en un foso, donde, al menos teóricamente, es más fácil evitar que su poderío ahogue a los cantantes. Cierto, puede argumentarse, con razón, que es tarea del director conseguir el balance ideal, pero el asunto es en todo caso complejo, y de muy complicada solución ideal, si es que ello es posible. Si se lleva al extremo la contención, quizá pueda evitarse que las voces sufran, pero puede que buena parte de la fuerza orquestal de la partitura se quede en el camino. Si por el contrario se da rienda suelta a la orquesta, las voces pueden sufrir más de lo debido. Uno tiene la sensación de que, se adopte el camino que se adopte, por algún lado te coge el toro. Sea como fuere, la prestación de la Nacional ayer fue magnífica en todas sus familias. Algún pequeño despiste de la banda interna en el segundo acto y una mínima pifia de las trompas al inicio del tercero no deslucen una labor del todo extraordinaria. En el excelente nivel general hay que destacar a algunos solistas, muy especialmente los de corno inglés y trompeta, que salvaron con matrícula sus comprometidos solos del tercer acto. Afkham, que prescindió de la batuta, gobernó con su proverbial claridad la nave, construyó un discurso musical más que plausible e hizo todo lo posible por asegurar que ese difícil balance con las voces se conseguía. La temperatura interpretativa fue de menos a más, y brilló de manera muy especial en un tercer acto de notable intensidad. Pareció excesiva la velocidad a la que se acometieron los dúos de Tristán e Isolda en el segundo acto (probablemente lo más flojo de la velada), y tal vez por ello se perdió en los mismos la medida última de la efusión dramática que transmite la música. Algo extraño teniendo en cuenta que los tempi en el resto de la partitura parecieron muy razonables. Por el contrario, el final de la obra, pese a la no especialmente feliz contribución de Lang, encontró en Afkham y la Nacional unos traductores entregados y extremadamente convincentes. El éxito fue grandísimo, especialmente, y de forma muy justa, para la orquesta y su director, y dentro del reparto, para Urmana y Sherrat. Cuando salía me hice una reflexión que creo que lo dice todo: ojalá algún día las huestes del Real nos ofrezcan un Wagner así. El que ayer escuchamos estuvo, incluso con algunos lunares en el reparto, muy por encima de los que hemos escuchado en el coliseo de la plaza de Oriente en los últimos dos años. En el anecdotario cabe reseñar la reiterada aparición del contumaz asesino del teléfono. Su primera intervención tuvo lugar, válgame Dios, cuando apenas habían transcurrido un par de compases del Preludio. Afkham, con el mejor criterio, bajó las manos y volvió a empezar. Las otras dos apariciones del canalla tuvieron lugar a razón de una por acto. Por fortuna para él (o ella), estaba lejos de la localidad que yo ocupaba. La Nacional y su director bien pueden sentirse muy orgullosos de lo que ofrecieron ayer. Ojalá este afortunado debut en las nuevas funciones del titular augure nuevos y mejores tiempos para todos y un gobierno de la formación que combine eficiencia y liderazgo con sensibilidad y empatía.

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