Rafael Ortega Basagoiti

Entre tirarse de los pelos o ir a la peluquería

Está el patio revuelto y el personal nervioso últimamente, va a haber que repartir algunos lexatines en los conciertos. Aunque también es verdad que algunos incidentes merecen más bien ser saldados con un buen soplamocos al que los causa. Ya me han leído ustedes bastantes veces referirme al asesino del móvil, el canalla del caramelo o el destripador de las toses, todos ellos criminales de lesa música que reinciden una y otra vez en los atentados y salen desgraciadamente ilesos, cuando lo mínimo que deberían visitar tras los conciertos es la casa de socorro. En los últimos tiempos ha surgido otro prototipo de delincuente, que es aquel que se pone a grabar vídeos de las actuaciones con todo desparpajo para colgarlos inmediatamente en las redes sociales.

Y claro, cuando el asunto se produce con descaro, en las mismas narices del artista, ya tenemos todos los ingredientes para que la cosa acabe mal. Creo recordar que Krystian Zimerman ya tuvo hace algún tiempo un incidente al respecto, y más recientemente Anne-Sophie Mutter ha interrumpido una interpretación del Concierto para violín y orquesta de Beethoven porque una espectadora la estaba grabando con el móvil en las primeras filas. La alemana se dirigió con evidente enfado a la espectadora diciendo que o apagaba el móvil o ella abandonaría el escenario. Estaba en todo su derecho, no solo en cuanto a su propia imagen y a una grabación ilegal, sino en cuanto a lo que podría distraerla alguien haciendo ese tipo de cosas en las primeras filas. La espectadora fue, según parece, invitada por el presidente de la Sinfónica de Cincinnati a abandonar la sala. No deja de sorprenderme que la reacción en muchos foros ha sido bastante violenta con Mutter. Quizá estamos confundiendo las cosas, porque creo que aquí prima el derecho del artista y el respeto que su actuación merece. Otro signo de que el oremus sigue perdido, algo sobre lo que escribí recientemente en Scherzo, puede encontrarse en el incidente que ha tenido el para mí sobrevalorado Sir András Schiff con la Sinfónica de Montreal. Al parecer, en los ensayos debió haber “de todo” y en el desencuentro se “acordó” que Schiff dirigiría la primera parte (conciertos de Haydn y Beethoven) y dejaría el podio en la segunda a un joven asistente de la Sinfónica canadiense. Pero lo que en principio se presentó como un “acuerdo” se rompió en pedazos poco después. Schiff declaró a los medios que había “sufrido como un perro” y la dirección de la Sinfónica respondió inmediatamente diciendo que no toleraría comportamientos “irrespetuosos” y “despreciativos” hacia sus músicos. Todo esto no es nuevo, naturalmente. Todos sabemos de los modos de muchos directores en el pasado. Recuerden los gritos de Toscanini, las laminaciones practicadas por Szell o los temores que inspiraba cara de perro Reiner. De Reiner se contaba que cuando se presentó en Chicago, el concertino se acercó a saludarle cortésmente: “Dr. Reiner, es un placer”, le dijo. Y cara de perro Reiner, con aquella fría mirada que despertaba pánico, le contestó “Veremos”. Cabe imaginar la cara del concertino, que probablemente tuvo unas cuantas pesadillas ese día. Pero, gracias a Dios, los tiempos de los autócratas del pasado son eso: del pasado. Y Schiff, muy consentido en algunos ámbitos, debería aprender que las formas son importantes y que, hoy día, no todo vale para conseguir resultados. De hecho, algunas formas son incompatibles con conseguir resultados, y lo único que se consigue aplicándolas es acabar como lo ha hecho: saliendo por la puerta de atrás.

En otro orden de cosas, hoy me he topado con otra tomadura de cabello por parte del Real. No contentos con la cursihorterada del íntimo Camarena y el recital a chiquicientos euros con el famoseo, han traído a Netrebko. La rusa cantó en 2001 (principios de su carrera) un papel en Guerra y Paz de Prokofiev, en una visita del Mariinski con Gergiev (de esas que ya no hay), pero no viene desde entonces al Real a cantar ópera, que eso, ahora que está en la cumbre, sale muy caro. Creíamos que esta vez venía a dar un recital. Pero tampoco. Ha venido a “intervenir” en un recital. Según relata la revista Operaworld (https://www.operaworld.es/recital-de-anna-netrebko-friends-en-el-teatro-real-la-proxima-vez-que-venga-sola-por-favor/), además de su marido, que últimamente es figura recurrente en sus recitales, compartió recital con el barítono británico Christopher Maltman. El resumen (pueden leer el relato entero en la crónica de operaworld) es que la soprano rusa apenas ofreció en solitario 15 minutos de actuación. El final de la crónica habla por sí solo: “El precio de la localidad más cara era de 398 euros, habiendo butacas de platea desde 390 euros. La localidad más barata con visibilidad plena costaba 170 euros.” Todo muy razonable. A mí, para que me tomen la cabellera, me resulta más barata la peluquería, qué quieren que les diga.

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