Rafael Ortega Basagoiti

Pese a todo, queda Wagner

Madrid. Teatro Real. 25-II-2020. R. Wagner: Die Walküre. Stuart Kelton, tenor (Siegmund). René Pape, bajo (Hunding). Tomasz Konieczny, barítono (Wotan). Adrianne Pieczonka, soprano (Sieglinde). Ricarda Merbeth, soprano (Brünnhilde). Daniela Sindram, soprano (Fricka). Julie Davies, Samantha Crawford, Sandra Ferrández, Bernadett Fodor, Daniela Köhler, Heike Grötzinger, Marifé Nogales, Rosie Aldridge (Valquirias). Orquesta titular del Teatro Real. Director musical: Pablo Heras-Casado. Director de escena: Robert Carsen. Producción de la ópera de Colonia.

Tras el olvidable prólogo (en todos los sentidos) de El Oro del Rin del pasado año, llegaba el turno de La Valquiria, primera jornada del Anillo wagneriano que tan poco podemos disfrutar por estos lares. Para quien esto firma, la partitura más redonda e impactante de la tetralogía, por esa rara combinación de lo dramático, lo lírico y hasta lo heroico. En 1986, con ocasión de una representación de la obra en el teatro de la zarzuela (sobre la que luego volveré), escribía el inolvidable experto wagneriano Angel-Fernando Mayo en el estupendo programa de mano, que “el amor, su dialéctico combate con las leyes del poder, que es el gran tema motriz de la Tetralogía, contrapesa de lírica belleza el texto y la partitura de La Valquiria…”.

Y sí, en efecto, estamos ante más de cuatro horas de música (casi cinco dura la función, contando los descansos) que, sin embargo, transcurren ante nosotros con tal intensidad emotiva que el tiempo pareciera en algunos instantes no existir. En algunos momentos demandaríamos incluso su prolongación, como si quisiéramos ensanchar el placer de disfrutar de una música de una belleza e intensidad difíciles de resistir. Desde el vibrante preludio del acto I, la música nos lleva en cada acto a un clímax de una intensidad extraordinaria. Hay muchos momentos memorables, pero por solo citar algunos, ahí está el espeluznante de Siegmund en la tercera escena de ese mismo acto, con su desgarrado “Wälse! Wälse”, ¿dónde está tu espada?”, el apabullante preludio del segundo acto, el estremecedor dúo posterior de Wotan y Brünnhilde, con esa escalofriante, ahogada desesperación de Wotan cuando anuncia “Auf geb ich mein werk: nur eines will ich noch: Das Ende, das Ende…” (“Abandono mi obra, solo quiero aún una cosa: el fin, el fin…”), y, en fin, todo el tercer acto, desde la arrolladora y conocidísima cabalgata de las valquirias a la demoledora, desolada conclusión de la ópera en la última escena, cuando un Wotan, con apasionadas palabras de amor de padre, ejecuta amargamente el castigo del sueño sobre su desobediente hija preferida, Brunilda. La música que acompaña toda esta escena, incluyendo la llamada a Loge, para que proteja con su fuego ese sueño de pretendientes cobardes, y las últimas palabras del dios (“¡Jamás atraviese el fuego quien tema la punta de mi lanza!”), se cuenta entre lo más logrado salido de la pluma de Wagner, y sin duda se erige en uno de los momentos más emocionantes de toda la tetralogía y quizá, junto a la muerte de Isolda, de toda la literatura wagneriana.

Pero toda esta belleza no es fácil de servir. La partitura es una gran demanda para cantantes y, quizá, sobre todo, para una orquesta que no conoce el respiro durante sus más de cuatro horas de curso. Orquesta que, además, tiene la importancia y consideración de otro personaje en la trama, pero no uno cualquiera, dado que en realidad casi (o sin casi) ejerce un papel que bien podría considerarse como un narrador instrumental, genial hilador de motivos y alusiones, generador de una continuidad especial del discurso musical que es sello mismo del estilo wagneriano.

Desde el punto de vista escénico, algunos añoran (añoramos, quizá debería decir) los diseños un tanto abstractos pero extraordinariamente sugerentes y muy libremente evocadores de Wieland Wagner. Pero, como se ha señalado también, desde que Patrice Cheréau decidió, en el anillo dirigido por Boulez en Bayreuth en los setenta, cargarse (algunos creemos que desgraciadamente) todos los esquemas y sacar a Wotan con smoking pero con la lanza en la mano, hemos asistido a un creciente despliegue de despropósitos escénicos en el que cada responsable ha intentado ir más lejos que el anterior.

El planteamiento ha pasado así de “la obra admite diferentes enfoques, filosóficos, mitológicos, etc.” hasta extremos en los que, básicamente, “todo es admisible”, incluso lecturas que se alejan tanto de la esencia que terminan por desconcertar (cuando no irritar) al espectador, y no les digo nada si hablamos de espectadores primerizos, algo que, teniendo en cuenta lo poco que se ponen en el escenario estas obras en Madrid, es algo mucho más frecuente de lo que buena parte de los críticos piensa, sobre todo aquellos instalados en las muchas tetralogías vistas a lo largo y ancho del planeta, lujo que el 99,9% de los espectadores, simplemente, no tiene. El resumen: es cierto que la tetralogía admite enfoques desde distintas perspectivas, pero creo que de ahí al “todo vale” hay un trecho excesivo.

Hechas estas consideraciones, analicemos lo que, en opinión del firmante, ha dado de si esta segunda entrega de la tetralogía, empezando, como de costumbre, por el apartado vocal. El australiano Stuart Kelton está muy demandado como tenor wagneriano, algo que no es de extrañar, porque posee un generoso caudal de voz y su retrato apasionado consiguió elevar la temperatura de forma estupenda en su antes mencionado “Wälse! Wälse!”. Siempre apasionado y entregado, tanto su dúo con Sieglinde como sus dos encuentros con Hunding fueron resueltos de forma excelente, y su actuación fue, con pocas dudas, lo mejor de la noche. La canadiense Adrianne Pieczonka le secundó con mejores intenciones y resultados dramáticos que vocales, porque su voz se fuerza en exceso en el agudo que queda un tanto áspero. Con todo, fue la suya una prestación plausible.

El polaco Konieczny está lejos, lejísimos de un Hotter, y, en nuestros días, hasta de un Terfel. Tiene, como la Pieczonka, mejores intenciones que resultados. Con un timbre un tanto engolado, se esfuerza en un canto expresivo, como en el largo y tenso diálogo con Brunilda del segundo acto, pero no llega a conseguirlo. Su Wotan queda así manifiestamente corto en la intensidad dramática que el personaje debe desplegar en el último acto y medio de la obra. Ni el antes mencionado “Auf geb ich mein werk: nur eines will ich noch: Das Ende, das Ende…”, ni la despedida final a Brunilda, ni siquiera la escena de la muerte de Hunding, al final del segundo acto, tienen la estremecedora intensidad que la música demanda. Con todo, hay que reconocer, como antes en la Pieczonka, el esfuerzo del polaco por dotar a su retrato del atormentado dios de cierta convicción, algo que logra a medias gracias a una notable intensidad escénica.

Aunque probablemente ya no impone como solía, René Pape sigue cantando magníficamente y su Hunding es estupendo. Ya hubiéramos querido que Wotan o Brunilda, los dos papeles con más peso, hubieran tenido su nivel. Tras haberle escuchado una Senta chillona y desafortunada hace cuatro años en este mismo teatro, no tenía grandes expectativas en la alemana Ricarda Merbeth. No me equivoqué. Su Brunilda resultó plausiblemente esforzada en lo escénico (poco ayudada por la absurda propuesta de Carsen) pero abiertamente chillona, destemplada y con una entonación a menudo menos que afortunada. Cuando se movía en la zona media del registro, logró dibujar algunos momentos más afortunados, y probablemente sus mejores momentos vinieron en el más intimista y dramático, no tan apasionado, final de la obra.

Correcta la cruel frialdad de Sindram como Fricka, y plausibles las Valquirias, aunque también con algún agudo un punto gritón, poco ayudadas desde el foso. En conjunto, sin embargo, un reparto bastante mejor que el menos que mediocre sufrido en el Oro del Rin del año pasado. En concreto, con todas sus limitaciones, el Wotan de Konieczny no tiene nada que ver con el que presentó Greer Grimsley el pasado año.

Hablé antes de la extraordinaria demanda de la partitura para la orquesta, y aunque a menudo se habla de los metales, la cuerda no tiene respiro alguno, y puede quedar literalmente acogotada si los tempi se aceleran en exceso y los balances no se cuidan. En 1986 esta orquesta dibujó bajo la batuta de Gustav Kuhn una apreciable prestación para esta misma partitura, y hace no tanto volvió, con la estupenda dirección de Bychkov, a demostrar que puede presentar un Wagner sobresaliente en el Parsifal presentado (eso sí, con una escenografía espantosa) en este mismo teatro.

Lo que escuchamos el martes, me temo, estuvo lejísimos de esa consideración. Puede que haya una combinación de razones para ello. Para empezar Heras-Casado tiende a los tempi muy rápidos, a menudo en exceso, de forma que la variedad del dibujo rítmico wagneriano queda con frecuencia eliminada (cuando se corre tanto las diferentes figuras rítmicas de diferentes grupetos acaban perdiendo su identidad y parecen todas iguales). La velocidad excesiva redunda también, creo en un acortamiento del volumen que la cuerda es capaz de ofrecer.

Hubo además una tendencia a eso que los ingleses llaman “faster when louder”, pero a veces hay crescendi que piden justamente lo contrario: ensanchar, expandir y recrear con detenimiento. El preludio inicial, bastante borroso, la tosca cabalgata de las valquirias del tercero o el escasamente intenso final de la obra son algunos ejemplos de una tarde no afortunada en el foso. Tosco, a menudo destemplado el metal, (especialmente las tubas), cierta tendencia al exceso en el timbal, algo mejor la madera y desigual la cuerda, donde lo mejor tal vez fueron los chelos.

Cierto, es la primera Valquiria de Heras-Casado, y hay que esperar que el director granadino acabe dando con la tecla. Momentos más conseguidos (los más reposados), como la cuarta escena del acto segundo, apuntan en la buena dirección. Pero quienes asisten a este teatro que se dice de primera división europea, luce “nominaciones al mejor teatro y la mejor orquesta” y cobra precios comparables o incluso superiores a Viena y Milán, pueden y deben esperar desde el foso algo digno de eso, tanto en la prestación orquestal como en la dirección musical. Y el martes, desde luego, no lo tuvieron.

Puede haber, además del carácter primerizo del director en esta obra, más razones. A la orquesta no le vino bien, desde luego, que Mortier decidiera prescindir de la figura del director musical. Creo que tampoco ha sido especialmente afortunada la elección de Bolton. Sin embargo, como señalé antes, la orquesta ha demostrado que puede ofrecer un Wagner estupendo (Bychkov), así que incluso eso es salvable también. Ahora bien, hay aspectos de gestión que deberían cuidarse más. Con una partitura de extraordinaria demanda, físicamente agotadora, con la que llevan tiempo ensayando, es difícil esperar los mejores resultados (recordemos además que la plantilla es más bien corta) si, al mismo tiempo que ensayos y funciones de La Valquiria, se intercalan las de La flauta mágica y conciertos sinfónicos con obras como Séptimas de Mahler y Bruckner, u Octava de Schubert. Es difícil conseguir que con tal indigestión los resultados sean los mejores, y más cuando no hay una plantilla lo suficientemente extensa como para repartir esfuerzos. Habrá que esperar mejores momentos. Pero debo señalar que entre el nivel de orquesta y director ofrecido en esta representación y el conseguido hace unos meses por la Nacional con Afkham en su Tristán e Isolda hay una distancia mucho más que considerable.

Llegado este punto, hay que hablar de la escena. Se ha escrito mucho sobre la nevada que cerraba el Oro del Rin y abría esta. Quien esto firma no le encontró sentido a lo primero y sigue sin encontrárselo a lo segundo. Escribe Joan Matabosch, director del Real, lo siguiente: “La valquiria comienza también con una densa nevada, pero que tiene un sentido muy diferente: fuera de aquel enclave en el que se han retirado los dioses, en el mundo real presidido por la rapiña, el asesinato, el expolio, la horrible realidad de la guerra y de las enemistades entre estirpes por el mendrugo de pan que les han dejado los poderosos, la nieve es otra de las calamidades que tiene que soportar la humanidad. La escena inicial es una frenética persecución bajo un temporal infernal de soldados con faros cegadores que buscan la guarida de Hunding, que lidera una banda de traficantes de armas en un hangar en el que se apilan fusiles y municiones, rincón inhóspito construido con cajas y con un fuego exiguo para entrar en calor lo justo para sobrevivir.”

Pues muy bien. Con este planteamiento (?) encontramos un primer acto que parece un campamento no se sabe si de mercenarios (nos revela Matabosch que “traficantes de armas”, habrá que creerle) o de qué. Puestos a modernizar, uno esperaba un subfusil último modelo, no lo que desde lejos (servidor habita en butaca de paraíso) parecía un mosquetón con bayoneta que podría proceder de la primera gran guerra. En medio de todo esto, como hay cosas que no se pueden cambiar sin cargarse del todo el núcleo de la obra, hay un tronco con la famosa espada que Siegmund extrae.

El tronco y la espada en medio del campamento de traficantes están, como pueden imaginar, como Pilatos en el credo. El segundo acto presenta un ostentoso salón donde Wotan aparece como un militar de alta graduación, con tintes filonazis (hay que aprovechar el saldo de uniformes protonazis, que la cosa está muy achuchada). Hasta ocho escoltas presentes sugieren que debe temer un atentado yihadista, porque tal despliegue no se termina de entender de otra forma en el salón, y menos presenciando la nada agradable discusión de Wotan con Fricka, con repetidas alusiones a la cornamenta del dios y al incesto de sus hijos, que resultan más bien poco apropiados en presencia de tan concurrida y poco discreta escolta.

Claro que igual protegen a Fricka por si los malos tratos, porque curiosamente desaparecen en el dúo de Wotan con Brunilda, esta con un vestido marrón indefinible. Bueno, indefinible no, feísimo. En fin, un despropósito. La segunda parte del acto segundo nos lleva de nuevo a la nieve, con un jeep desvencijado como todo atrezzo, y que sirve de marco (?) al combate de Hunding y Siegmund, que acude, ingenuo él, con su espada a batallar contra el mosquetón con bayoneta. La cosa estaba desequilibrada desde mucho antes de que Wotan cambiara el signo del combate. Ni el más diestro espadachín podría contra el mosquetón, aunque Hunding termina derribando a Siegmund y propinándole un bayonetazo por la espalda. Todo muy absurdo.

En el tercer acto, la cabalgata de las valquirias se desarrolla sobre lo que parece un campo de batalla con soldados muertos. Las valquirias, todas vestidas de forma igual de espantosa que Brunilda, aparecen y van poco a poco “recuperando” muertos en una escena tipo zombies que termina pareciendo the walking dead. En medio de ese campo, con unos cuantos cadáveres aún, Wotan duerme a Brunilda y empuña un mechero que toma de uno de los muertos. Por un momento temí que el fuego protector fuera el del mechero, que ya sería el acabose. Pensé después que prendería con él (ya me parecería cutre, porque entonces, ¿para qué la llamada a Loge, dios del fuego?) el anillo de fuego protector. Pero no, simplemente, lo enarbola, algo ridículo por demás.

Al fondo de la escena, lejos de Brunilda, surge una hilera de llamas, poco convincente en su propósito de ilustrar que “rodeen” y protejan el sueño al que la valquiria ha sido condenada. En fin, otro despropósito con tintes político-demagógicos que se asienta en el “todo vale” al que antes aludí. Como con algo hay que consolarse, diré que, no obstante, el dislate de esta Valquiria no alcanza la disparatada propuesta del Oro en el basurero, con las hijas del Rin despiojándose mutuamente (momentazo) y Froh luciendo su swing con un hierro (¿sería el nueve?). Y otra cosa: pese a todo, con un reparto vocal bastante más convincente que el año pasado, y con esta música excepcional, al final uno se queda con eso: con que la obra es una maravilla, capaz incluso de superar propuestas como esta.

 

Críticas en la prensa de “La Valquiria”

ABC: https://www.abc.es/cultura/musica/abci-valquiria-o-encuentro-partes-202002140055_noticia.html

El País: https://elpais.com/cultura/2020/02/13/actualidad/1581554856_947377.html

La Razón (y beckmesser.com): https://www.larazon.es/cultura/20200213/2harb4lsrbhoro5msnx266izze.html

El Español: https://www.elespanol.com/cultura/escena/20200213/valquiria-teatro-real-wagner-desnudo/467203668_0.html

La Vanguardia: https://www.lavanguardia.com/vida/20200213/473507997549/el-feminismo-de-wagner-triunfa-en-el-teatro-real-con-la-valquiria.html

Opera actual: https://www.operaactual.com/critica/la-guerra-de-las-valquirias-madrilenas/

El Confidencial: https://www.elconfidencial.com/cultura/2020-02-13/wagner-la-valquiria-ruben-amon-teatro-real_2452715/

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