Rafael Ortega Basagoiti

Escapando del despropósito con humor

Me van a permitir un paréntesis extra musical. El humor es, en ocasiones, la única reacción sana posible cuando el despropósito, la estulticia, la culpable (por consciente) ignorancia, la hipocresía y otras cualidades (en su acepción de rasgo peculiar y diferenciado, no de característica buena o positiva) de paralelo valor (es un decir), alcanzan caracteres epidémicos, o ya que estamos en el caso, pandémicos.

Se ha dicho, con razón, que el ingenio (de quienes lo tienen) se desata especialmente en tiempos de dictadura. Y, por cierto, el ingenio desplegado por los humoristas en la dictadura franquista, para reírse en las mismas narices de los cegatos censores, da para un tratado. Desde muchas de las películas de Berlanga a La Codorniz, pasando por Álvaro de Laiglesia, Hermano Lobo, Tip y Coll y muchísimos más, la relación de ejemplos sería interminable. Recordemos aquel inefable aserto de La Codorniz: “Bombín es a bombón como cojin es a x, y nos importa tres x que nos cierren la edición”. El lector avisado habrá adivinado lo que ocurrió después, y seguramente se habrá regalado una primera sonrisa.

Pero cuando existió también la censura del otro lado, hubo genios, como Jardiel Poncela, que, impertérritos, se chotearon de todo lo que se mueve. El humor absurdo de Jardiel me hizo reír a carcajadas cuando era chaval. Y continúa haciéndolo. Alguien que es capaz de decir aquello de “¡Que un hombre de mi prosapia tenga que entrar por la tapia!”  o “¡Que me den algo, que me den algo, que, si no, me va a dar algo!” es un genio indiscutible.

El humor es una terapia no infalible, pero sí una de las más eficaces que existe, contra la impotencia. Y no me refiero a esa impotencia que ustedes, con malévola intención, están considerando respecto a las actividades del aparato del regocijo. Me refiero a la impotencia de quien se ve rodeado de una epidemia de idiotez que deprime, irrita y encoleriza, sin que quienes nos lideran, próceres, prebostes, padres de la patria, grandes de España (y de otros sitios), primos de los grandes de España, hijos putativos de los próceres y compañeros mártires diversos, hagan absolutamente nada por sacarnos de esta situación absurda.

Más aún, impotencia que requiere terapia con antidepresivos cuando uno comprueba, con estupefacción, que la corrección política, cual tumor rápidamente metastásico, ha invadido todos los tejidos de la razón hasta destruirlos sin remisión. Ejemplos hay… a montones. En todos los ámbitos. Cualquiera que lea estas líneas, y que no milite en el bando de los talibanes de la corrección política, recordará alguno en concreto que no se mencione aquí. A mí, a estas horas, me viene el más reciente de la multinacional Disney de eliminar de su catálogo Dumbo, Peter Pan, Los aristogatos o El libro de la selva, de su catálogo infantil, por racistas.

Pero también me vienen otras. Aquellos suecos que, presos de la huella de carbono, decidieron vetar a todo director o solista que no llegara en tren o en bicicleta. El Met, que lleva diez meses sin pagar a los músicos de la orquesta, pero no ha dudado en contratar a una señora (de color, qué casualidad) para “Chief Diversity Officer”, que me da que no va a cobrar un par de dólares. El New York Times, que abanderó hace meses que las audiciones para orquestas no fueran “ciegas” para asegurar más “diversidad” en los contratados (me veo al personal achinándose los ojos, amarilleándose o ennegreciéndose la tez para pasar la prueba). Veo a un golfista de los primeros del mundo que, tras quedarse corto en un putt, se llama en ese momento a si mismo maricón (comentario extemporáneo, sin duda, que no está pensado para hacerse público. pero, mecachis, es subrepticiamente captado por un micrófono), y… zas, pese a todas las disculpas que se cansó de explicar, el joven Justin Thomas pierde el patrocinador, que se pone estupendo con los “valores de la corrección”. Me tomo un primer lexatín. Cambio de escenario. Me viene a la idea un informe del Ministerio de Sanidad en el que decían que la cepa británica del SARS-COV-2 iba a tener un peso básicamente simbólico, despreciable, vamos. Y después, como hoy mismo ha salido a la luz, en apenas una semana, cambio de opinión radical: la cepa británica va a ser dominante, y además, qué cosas, parece más jodida. Podría seguir: vamos a tener “uno o dos casos” (llevamos más de 80.000 muertos, total, es lo mismo), “las mascarillas no son necesarias”, pero en realidad conviene que consideremos hacer las FFP2 obligatorias, al menos en ciertas circunstancias. Me viene que se nos vienen unas elecciones catalanas y, en lugar de pedir que se vote por correo, se permite la asistencia a mítines electorales (viva la Pepa) y se fija una hora para que voten los contagiados (por lo que los elegidos para las mesas han entrado en previsible pánico, porque no saben ni ponerse un EPI). Me viene… pero me voy a contener porque si no esto va a degenerar y se me va a poner más mala leche de la que es aconsejable a estas horas. Eso sí, como con esto no nos salimos de la corrección política, no pasa nada. Aunque sea una antología del cinismo, la estupidez y la incompetencia.

¿Que si soy cañero y tengo mala leche? Miren, mala leche tenía aquel amigo mío que, cuando iba a las esquelas del ABC, decía “vamos a ver quienes han dejado de fumar ayer”. En una de esas, nos topamos con una esquela de esas que dijimos… esto sí que es mala leche. La difunta se llamaba… Transverberación. Como lo oyen. Pocas veces me he compadecido más de alguien. Yo he sido un desastre (y ya he perdido la esperanza) en eso de ligar, pero me imaginaba a alguien tratando de ligar llamándose Transverberación, y es que materialmente no podía más. Imposible, oye. Ni con el diminutivo Transve.  Pero ay, los padres de la finada aún reservaban varias sorpresas. ¿Qué por qué? Muy sencillo. Los hermanos de la interfecta se llamaban, a la sazón: Dalmacia, Sinclética, Crisógono y… (ojo al dato) … Ubilgefortis. Todavía me dura la impresión. Pero ¿cómo es posible tener tan mala uva? Pues sí, es posible. Uno se imagina a la pobre Transve acordándose, para mal, de sus progenitores y maldiciendo a sus ancestros hasta varias generaciones atrás. Pero ni maldiciones, ni leches. La pobre no ligaba ni por mandato judicial. Y para qué vamos a hablar de la pobre Ubilgefortis, destinada a largas sesiones en el diván del psiquiatra.

Mala leche también tenía aquel crítico que mencionó mi admirado José Luis Pérez de Arteaga en cierta ocasión, como autor de la crítica más cruel jamás escrita. Era un crítico francés, cuyo nombre no recuerdo. La crítica de la actuación de un pianista cuyo nombre tampoco recuerdo fue peor que la guillotina. “Anoche actuó el pianista X en la sala Y. ¿Por qué?”. Fin de la crítica. De ahí a cortarse las venas no hay más que un paso. Cabe imaginar los instintos asesinos del pianista y el socorrido “pies, para qué os quiero”, del crítico si al de la tecla le daba agresiva.

Mala leche tenía el gran Fritz Reiner, superlativo director y enorme cabrón donde los haya. Cuando llegó a la Sinfónica de Chicago, el concertino de la orquesta, en un gesto de buena educación, acudió a saludarle. Y le dijo: “Dr. Reiner, es un placer”. Y el Dr. Reiner, con esa cara de perro que le caracterizaba, le contestó con una sola palabra asesina: “Veremos”.  Lo que se dice todo un jarabe motivacional para el concertino. Se ignora si necesitó o no terapia. Yo veo la cara de Reiner con escopeta (le gustaba la caza y hay una foto suya con escopeta en mano) y me empiezo a sentir como Buggs Bunny a manos de Palmer.

Así que, volviendo a donde estamos… ¿mala leche? Pues uno diría que no. Porque ante todas esas cosas (no me refiero ni a Transverberación ni a Reiner, sino a lo relatado antes) … no pasa nada. Eso es lo grave. Nos cargamos (sí, nos cargamos) a Plácido Domingo, a Dumbo, a la madre que nos parió, y toleramos sin alterarnos a todos los idiotas que nos venden la corrección política como si Dios, o Mahoma, o Buda o la deidad que ustedes quieran poner, nos fuera a otorgar alguna vitola de santidad o conceder la categoría de ser superior por aquello de haber comulgado con la suprema rueda de molino del borreguismo consumado: si la norma, establecida por “no se sabe muy bien quién” de la corrección política, dice que hemos pecado, habremos de penar y hacer penitencia. Ah, y en el camino bendecimos a Rhodes porque su historia es un alimento inmejorable de corrección política. Penitenciagite, que decía el personaje de El nombre de la Rosa.

Creo, sin embargo, que quienes aún conservamos cierta independencia intelectual, tenemos el deber de rebelarnos. Quienes dormimos intranquilos ante esta situación, pero no tanto por los “millones” de “me gusta” o de “seguidores”, hemos de intentar despertar del coma inducido a tantos que han sido narcotizados por el feliz viaje de los colocados hippies del siglo XXI. Porque el “paz y amor” de los sesenta se ha transformado en una paz y un amor que son, con perdón, una auténtica mierda censora, represora e hipócrita en el siglo XXI. Mi hijo ya es, a Dios gracias, adulto. Pero me pongo mucho en el lugar de quienes tienen hijos en edad de merecer y echan con razón las manos, alternativamente, a la cabeza y al lexatín, y se preguntan, desesperados, qué hacer ante tanto despropósito. Esos que tanto se preocupan por el mundo que vamos a dejar a nuestros hijos, igual harían bien en pensar si están consintiendo que se edifique en ese mismo mundo un monumental burdel, pero con una fachada, tan fastuosa como engañosa, de catedral gótica.

Algunos amigos (y en esto incluyo también a las amigas, que de hecho son mayoría, pero ya saben quienes me leen que esto del lenguaje inclusivo me parece ineficiente, estúpido e inútil y un absurdo gasto de energía, como el que tengo que hacer, señor qué cosas, para dar esta explicación) me dicen que soy muy cañero. Yo siempre digo lo mismo: lo soy con quienes se lo merecen. Y se lo merecen, sobre todo, los golfos y los tontos. Yo siempre intentaré criticar desde el respeto a quienes hacen su mejor esfuerzo por hacer su trabajo. Si sus capacidades o resultados me parecen limitados, intentaré reflejarlo con tanto respeto y cuidado como rigor. Ahora bien, con el golfo, el sinvergüenza, el desahogado, el caradura … con ese, tengan la seguridad, seré inclemente, y si la inclemencia viene de la mano del humor cínico, intentaré alegrarme por ustedes, que, con un poco de suerte, si tengo tino, pasarán un buen rato, y no lo sentiré en absoluto por él.

Y en eso de los golfos y los caraduras incluyo a esos hipócritas disfrazados de modernos Torquemadas con el hábito de la corrección política, que inyectan dosis supraletales de idiotez en la población, sin que apenas unas voces, puntualmente censuradas, acosadas y hasta amenazadas, se alcen contra tal sinrazón. Los apóstoles de la corrección política se postulan como patrones de la progresía, pero encarnan en realidad lo más rancio de lo retrógrado. La cataplasma calma la inflamación cuando la hay, no cuando el sumo sacerdote de la corrección decide que la hay… aunque no la haya en absoluto.

Y dicho esto, hay que retomar a dos genios que retratan a la perfección el panorama. El bueno de Tip, con su memorable “Regardé la gilipolluá” y el inolvidable Jardiel con su “que me den algo, que me den algo, que, si no, me va a dar algo”. Entre reír, llorar y tomar haloperidol, la primera es la mejor alternativa. Como dice un proverbio escocés… la sonrisa cuesta menos que la electricidad… y da más luz.

Cerrado el paréntesis que abrí al principio de esta reflexión, voy y me topo con una noticia que les va a dejar tiesos: según una investigación llevada a cabo en Japón, cantar en según qué idiomas, emite más aerosoles que en otros (https://www.cbsnews.com/news/japan-covid-19-singing-choir-research-languages-super-spreader-coronavirus/).

En concreto, el alemán se lleva la palma (servidor siempre ha sospechado que Karl Georg Friedrich Wilhelm Flügge, descubridor de las gotas que llevan su apellido, hizo su hallazgo pronunciando su apellido), seguido no muy lejos por el italiano y por el francés. El japonés es, en este sentido, bastante inocente, así que en cualquier momento hace su aparición alguna versión del Winterreise en japonés. Sayonara. Dredelamorhermoso, cómo está la peña, señor.

 

 

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4 thoughts on “Escapando del despropósito con humor

  1. Ay, ay.. qué risa. Por no llorar, la verdad. Pero no creo que el alemán sea el peor, es el francés.. te lo digo yo que he hablado en francés muchas veces y los aerosoles son imparables. Y con el resto del comentario, ya lo hemos hablado tanto. No me siendo identificada con este mundo actual, a pesar de vivir en él. Vivo sin vivir en mí, como Santa Teresa. Mejor reírse un poco de todo pero ¡qué cuesta arriba se nos está haciendo la situación!. Y ya, lo de los mitines, las elecciones, cambios de mascarilla, la supuesta corrección en el lenguaje, todo es inadmisible, inaceptable y gilipolluá. Sin ninguna duda. Gracias Rafael por tan buen humor a pesar de la que está cayendo y de que todos, todos tenemos malos momentos.

  2. Impecable, como siempre. Mi enhorabuena. Sólo un breve comentario en lo referido a la crucifixión de Plácido: la prueba del algodón habría sido un rosario de querellas por difamación, injurias y calumnias interpuestas contra aquellas mujeres que le acusaron por acoso. Plácido podría haber contratado a los mejores abogados del planeta, pero eso no se produjo y ya sabemos que, el que calla, otorga.
    En lo artístico, un monstruo; nadie en el mundo puede ponerlo en duda. No hay borrón en su carrera como artista, pero su honorabilidad y credibilidad quedaron reducidas a cenizas. Una pena.

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