Rafael Ortega Basagoiti

Un año ya…

Hoy hace un año. Un año desde que el virus que tanta desolación ha causado te arrancó con tanta rapidez como crueldad de nuestro lado. Un año desde que supimos, por teléfono, de tu fallecimiento, anunciado, también por teléfono, el día anterior, cuando nos dijeron que nos preparáramos para lo peor. Un año desde que, aun sintiendo que “no puede ser, esto no puede estar pasando”, tuve que coger el teléfono para, uno a uno, avisar a los demás hermanos del desenlace.

Un año desde que tuve que administrar la más desagradable píldora que nunca he tenido que dar: decirle a nuestra madre, por teléfono y por partes, que ya no estabas con nosotros. Un año desde que, al otro lado del teléfono, se hizo un silencio que me estaba ahogando, y que, al cabo de un par de eternos minutos, no pude resistir más. Me despedí diciéndole que lo hacía para que otros hermanos pudieran hablar con ella, pero en realidad lo hacía porque estaba a punto de romperme en mil pedazos.

El virus aprovechó la sorpresa y el desconcierto, y arrasó con muchas vidas entre un coctel de incompetencia política trufado con una comprensible desorientación médica (“no hemos visto nada igual”, “no tenemos ni puñetera idea de qué hacer” eran las frases habituales en los hospitales). Entre todas aquellas vidas arrebatadas, la tuya cayó en esa terrible tormenta inicial, vivida además en la angustia de la soledad y la incertidumbre, del temor por el curso de otros seres queridos cercanos también afectados, y del miedo por nosotros mismos.

Desde entonces, cada día, muchas veces en el día, has estado constantemente presente. También en el de nuestra madre, que lleva padeciendo desde hace meses su propio calvario de salud, ajeno al virus, pero de gravedad indiscutible y final teniendo en cuenta su edad casi centenaria.

Me vienen estos días recuerdos tuyos a centenares, pero hoy quiero contar uno muy especial: el referido a una obra musical que cambió mi vida y en la que tú, como no podía ser de otra forma, jugaste un papel muy especial. Los dos habíamos formado parte de la Escolanía de Ntra. Sra. del Recuerdo en el Colegio de los Jesuitas de Chamartín. Tu pasaste por ella primero, que para eso eras mayor, qué demonio. Y ahí indudablemente nació tu afición coral, que luego prolongarías en el Coro de la Politécnica, que tanto y tan bien te ha recordado (y te sigue recordando).

Pero aquella vez, el que tuvo suerte fui yo. Porque la Escolanía empezó a cantar en el Real, conciertos y más conciertos. Y en una de estas, cayó en suerte La Pasión según San Mateo de Bach, con la Orquesta Nacional y el Orfeón Donostiarra. Era marzo de 1970. La Escolanía cantaba, en la misma semana (obviamente grupos diferentes), La Pasión según san Lucas de Penderecki, con la Sinfónica de RTVE dirigida por Odón Alonso. Como el director de la Escolanía, César Sánchez, me tenía cierto enchufe, me ofreció elegir, y no lo dudé: Bach.

Y así, empezamos a ensayar una y otra vez, hasta meternos en la memoria el primer y el último número de la primera parte del oratorio. Luego en casa, con tu ayuda (tu ya habías dejado la Escolanía hacía tiempo por aquello de la edad), empecé a familiarizarme con la grabación de Karl Richter que formaba parte de tu incipiente colección de discos que habría de crecer considerablemente en los años siguientes. Aunque Harnoncourt la estaba grabando por aquellos momentos, España tardaría aún lo suyo en despertar al nuevo movimiento de la interpretación del barroco.

Y llegó el momento. En el primer concierto de los tres semanales que tocaba la Nacional, el viernes, me impresionaba cruzarme con Louis Devos (que hacía un enorme evangelista) o Norma Procter por los pasillos del Real. Luego, cuando sentí tras de mí las voces del Orfeón, y delante el sonido de la orquesta… madre mía, aquello era de otro planeta. Salí de allí en trance.  Y en trance seguí todo el fin de semana. El domingo estabas tú en el patio de butacas, con nuestra madre. Yo me uní en la segunda parte. Recuerdo aún la impresión de escuchar a Wieland Kuijken con la viola da gamba, el desnudo dolor del aria de soprano Aus liebe will mein heiland sterben, de la que luego hablamos tantas veces… Cuando aquella experiencia pasó, fui consciente de que tenía que hacer algo una vez que por edad tuviera que dejar la Escolanía, lo que ocurrió al año siguiente. Ahí empezó mi andadura con el piano.

Pero aquella Pasión me impresionó, me marcó. Poco después de aquello empezamos a descubrir otras maneras de interpretar la música coral de Bach. Recuerdo cuando compraste (en aquellos tiempos un proceso complejo, con aduanas y demás; una aventura frente a la facilidad con que se consigue todo hoy en día) el Lp de la Pasión según san Juan por Harnoncourt, un álbum rarísimo en el que el registro ocupaba dos discos y medio (la última cara del último disco estaba en blanco). Recuerdo también la cara que se nos quedó a los dos cuando la escuchamos. Aquello era otra cosa. Repetimos una vez, y otra, y otra. Luego vino la de San Mateo. Lo mismo.

Tuvimos que esperar años, en concreto hasta la semana santa de 1986, para poder asistir en vivo a una interpretación historicista de La Pasión según san Mateo. Fue el martes santo, 25 de marzo, en la Iglesia de San Pablo de Cuenca, durante una de nuestras excursiones a la Semana de Música Religiosa. Philippe Herreweghe se puso al frente de su orquesta de la Chapelle Royale, el Collegium Vocal de Gante, y… sí, de nuevo la Escolanía de nuestro colegio. También, de nuevo, la Reina Sofía y su hijo, como en 1970 (en aquella ocasión la Reina asistió con sus hijos los tres días).

Hacía frío, los bancos eran incómodos. Daba igual. Herreweghe nos llevó al séptimo cielo con una interpretación magistral. Por razones diferentes a las del año 70, en aquella ocasión también salimos en trance. Y nos costó también despertar de él. Hasta cinco veces más le hemos vuelto a escuchar el oratorio, confirmando cada una de ellas que hoy, junto a Rudolf Lutz y Masaaki Suzuki, el belga es probablemente el supremo intérprete de la obra coral bachiana.

En un día como hoy, a punto de la segunda semana santa en la que no estarás con nosotros (aunque en realidad sigues ahí a diario), quiero recordarte con esa obra que cambió mi vida y que vivimos, aprendimos y comentamos juntos en tantas ocasiones. Y lo quiero hacer recordando la versión del intérprete que nos dejó sin habla en aquel 1986, a pocos meses de que falleciera nuestro padre, muy poco antes de que naciera mi hijo, tu ahijado.

Un año ya, Luis. Te fuiste, pero estás ahí. Seguirás ahí. Siempre. Y Bach siempre ayuda a sentirte más cerca. Un abrazo enorme, querido hermano. Donde estés, seguro que la música celestial del Cantor te acompañará siempre.

Intérpretes:

Evangelista: Ian Bostridge, tenor

Jesus: Franz-Joesf Selig, bajo

Sibylla Rubens, soprano

Andreas Scholl, contratenor

Werner Güra, tenor

Dietrich Henschel, bajo

 

Pilatos: Dietrich Henschel, bajo

Mujer de Pilatos: Sibylla Rubens, soprano

Judas, Sumo sacerdote I: Frits Vanhulle, barítono

Petrus, Sumo sacerdote II: Dominik Wörner, bajo

Testigos: Andreas Scholl, contratenor / Werner Güra, tenor

 

Coro y Orquesta del Collegium Vocal de Gante

Director: Philippe Herreweghe

 

https://youtu.be/UT8DFLjWdC8

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8 thoughts on “Un año ya…

  1. Doy fe que sigue presente, cada día se percibe en unos ojos azules que veo entresemana(menos los miércoles), un abrazo con silencios.

  2. Muy bonito Rafa! seguro que él te devuelve una sonrisa desde dónde esté por este recurso tan cariñoso de aquel episodio que te marco y que tantas veces recordariais juntos.
    Un abrazo (de los prohibidos) enorme!

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