Como ya casi es de costumbre, quien esto firma va a ir a contracorriente de los medios y críticos palmeros incondicionales y pelotas eternos del Real y sus gestores. Anoche se fallaron los International Opera Awards. La mejor noticia vino con el premio al tenor donostiarra Xabier Anduaga como mejor cantante joven. Nuestra más cordial enhorabuena al tenor vasco. El Real, por su parte, aspiraba a cuatro galardones (entre ellos el de mejor orquesta, http://www.operaawards.org/archive/2020/). Se llevó, miren por dónde, el de mejor compañía operística del año.
Lo que se juzgó ayer, con retraso por la pandemia, es la labor anterior a esta. De hecho, la imagen que aparece en la web de los premios y que refleja la candidatura finalista y a la postre premiada del Real, es de la producción de Gloriana de Britten, en la que, como se recogió aquí en su día, el coliseo madrileño echó el resto (como hizo con la también premiada Billy Budd y ha hecho, según parece -el firmante, expulsado de su abono por el Real, como saben bien los lectores de este blog, no ha podido ver la representación- con Peter Grimes; empieza a parecer que los premios del Real vienen muy a menudo de la mano de Britten, una coincidencia muy… interesante).
Los International Opera Awards son unos galardones que nacen en 2012 de la mano del empresario británico Harry Hyman, Fundador y Director General de Primary Health Properties PLC. Los premios son otorgados por la Opera Awards Foundation y por un jurado de “profesionales de la industria” (cuyos nombres, qué curioso, no se desvelan) presidido por el editor de la revista británica Opera, el británico John Allison.
Resulta curiosa, al menos para mí, la nómina de los finalistas. No sé si las candidaturas dependen de las ganas (o necesidad) de algunos coliseos de obtener galardones, pero el repaso a ciertas candidaturas finalistas le deja a uno con sensación de llamativas ausencias (y como consecuencia, no menos llamativas presencias). Así, en la competencia por la mejor orquesta figuraban la Orquesta de la Ópera Estatal de Baviera (a la postre la ganadora), las orquestas de los teatros de La Fenice de Venecia y el Real de Madrid, la de la Ópera de Flandes y la de la Ópera de Leipzig (que no es otra que la Gewandhaus).
Tengo el mayor respeto por la excelente labor que llevan a cabo los profesionales de la Sinfónica de Madrid en el Real (aunque tengo algunas dudas más sobre la limpieza en los procedimientos de las audiciones), como también por los de la ópera de Flandes o La Fenice. Pero que en la competencia por la mejor orquesta no estén la Orquesta de la Staatsoper vienesa (que no es otra que la Filarmónica) o la del Metropolitan de Nueva York… qué quieren que les diga. Como poco, llama la atención.
Desde el sonado escándalo de Un ballo in maschera, la poderosa maquinaria de propaganda del Marqués y sus huestes no ha cesado de producir. Múltiples entrevistas y ruedas de prensa en colaboración con medios convenientemente genuflexos disfrazaron con presteza lo que a todas luces era una chapuza, aglomerando personas en espacio cerrado y de dudosa ventilación, acogiéndose a la letra de la normativa de la CAM que permitía hasta un 75% de aforo. Corrieron un tupido velo con absoluto desprecio del abonado individual, como se ha recogido en estas líneas repetidas veces. Ya saben, la opción legumbre. Se obvió y silenció así la chapuza, con la connivencia de los espectadores “elegidos” o simplemente poco conscientes del riesgo sanitario que corrían. Hubo después contagios entre el personal implicado en Peter Grimes (lo recogió oportunamente ABC) pero una vez más la maquinaria propagandística del Marqués, que esa sí que merecería un premio de los gordos, silenció con prontitud el contratiempo.
Dije en su momento que, dado el poderío del personaje y de su maquinaria, la cosa se saldaría con un premio. Me equivoqué. Han sido dos. Y quizá haya que esperar alguno más. Primero vino la medalla de oro de la ciudad de Madrid para el ínclito Marqués, por su labor en el Teatro Real, hay que suponer que incluyendo la inclemente expulsión de abonados vía la opción legumbre. Pero después ha venido otro: el de la “mejor compañía de ópera del año”, convenientemente transformado por la propaganda y los medios palmeros en “el mejor teatro de ópera del mundo” (https://www.larazon.es/cultura/20210510/wqxo6da7urd4lbfhktef6nvqka.html, https://www.abc.es/cultura/musica/abci-teatro-real-mejor-compania-international-opera-awards-202105102206_noticia.html#ancla_comentarios, https://www.elmundo.es/cultura/teatro/2021/05/10/60997d44fc6c83a14e8b4649.html).
Y hay más. Incluso, qué casualidad, han pillado a micrófono abierto al Rey admirando que el Real haya estado abierto. Es lo que tiene ser Grande de España. Que tienes influencias. Después de todo, ¿qué más da si hay que echar a unos cuantos abonados que aspiran a que se respeten sus derechos y se les permita asistir con un mínimo margen de seguridad a las representaciones? Lo que realmente importa son los premios, el relumbrón, la propaganda. Como casi todo hoy en día. La basurilla, la metemos debajo de la alfombra, y al que incordia, lo callamos por las buenas o le quitamos el abono y tan anchos. Ya tenemos un largo ejército de palmeros dispuestos a hacer la pelota a cambio de publicidad, favores o encargos. El mejor teatro de ópera del mundo. Hala. Ahí queda eso. Lo dije hace tiempo. Este tipo es un auténtico genio. Por mucho que reconocerlo no deje de ser materia deprimente y muy triste.
Entre los “méritos” del Marqués que liquidó al tándem Moral/López Cobos estuvo el de dejar a la orquesta, en el peor momento posible, sin director titular (idea del inefable Mortier), para luego dejarla en manos del más que sobrevalorado Ivor Bolton. Y esta es otra materia para el análisis. Es cierto que algunos directores titulares son “muy poco titulares”, en el sentido de que la atención que prestan a las que teóricamente son “sus” orquestas, es más que fugaz. Pensemos en las titularidades de Nelsons en Boston y Leipzig, o en la ubicuidad de Gergiev, que acaba fallando tanto por empeñarse en estar como Dios en todas partes que termina provocando decisiones radicales como ocurrió con Bayreuth, cuando Thielemann no aceptó su repetida ausencia en muchos ensayos de Tannhäuser.
La consecuencia de este “por aquí pasó María” de más de un director titular es que… más de una orquesta se está pensando esta figura. La del Concertgebouw, tras fulminar hace algo más de un par de años a Daniele Gatti por alegaciones de acoso sexual, lleva sin titular desde entonces. Ahora, nos informa Lebrecht de la decisión política de no renovar el contrato de Christian Thielemann al frente de la Staatskapelle de Dresde y la Semperoper de la misma ciudad (https://slippedisc.com/2021/05/bombshell-dresden-drops-thielemann/). No están claras las razones. Se habla de enfrentamiento de Thielemann presionando por abrir la Semperoper frente a la negativa de los políticos. Pero también está la ideología conservadora del director… Lo cierto es que la figura del “director musical” empieza a estar en debate.
Y si bien ese debate puede parecer lógico, tal vez sea más inquietante la irrupción de escenógrafos como putativos mandamases de orquestas. La del Concertgebouw acaba de anunciar un acuerdo de tres años con el “director (de escena) visionario” Pierre Audi, como “socio creativo” (https://slippedisc.com/2021/05/breaking-dark-days-for-music-directors-as-concertgebouw-names-creative-partner/). Habrá que ver cómo se desarrolla ese acuerdo y qué opinan los visitantes del podio. Lebrecht opina que no corren buenos vientos para los directores musicales (en parte por su propia culpa). Tiendo a estar de acuerdo con él en esto, y no son buenas noticias, porque todo eso contribuye a más poder de personajes, digamos, extramusicales.
Gracias por contarnos estos detalles, desconocidos al menos para mí, especialmente los del marqués. Un saludo alicantino.