Rafael Ortega Basagoiti

La Bohème en el Real: cuando aplaudimos hasta la normalidad

Madrid. Teatro Real. 23-XII-2021. Puccini: La Bohème. Michael Fabiano (Rodolfo), Ermonela Jaho (Mimi), Lucas Meachem (Marcello), Joan Martín-Royo (Schaunard), Krzysztof Baczyk (Colline), Ruth Iniesta (Musetta), Vicenç Esteve (Benoit). Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Pequeños Cantores de la ORCAM. Director Musical: Nicola Luisoti. Director de escena: Richard Jones.

Volvía cuatro años después de su estreno en el Real esta puesta en escena de Richard Jones, coproducción del teatro madrileño con la Lyric Opera de Chicago y el Covent Garden londinense para una de las óperas más famosas del repertorio, que además, puesto que la escena primera se sitúa en la Nochebuena, resulta temporalmente apropiada, por más que el final, al contrario de lo que se supone de esta festividad, sea trágico y lúgubre. Mis colegas de otros medios han explicado la recuperación en la necesidad de hacer caja sin invertir en nuevas producciones. Bien está. En los tiempos que corren, no está la madalena para tafetanes y es cierto que esa recuperación de la inversión está bien justificada. Además, a título meramente personal, y como quiera que, encontrándome inmerso en una tormenta importante, no pude ver esta producción entonces, para mí era como un estreno. Como de costumbre (mía, porque otros empiezan al revés), empecemos por la parte musical.

La Bohème tiene música bellísima, qué duda cabe, pero sobre todo es una obra maestra por la solidez y consistencia del trazo con que Puccini construye un discurso de enorme intensidad dramática en el que no se aprecian grietas. El retrato de las luces y las sombras del espíritu bohemio es completo en su captación de lo más variopinto: la pobreza, la poesía, el desenfado, el humor, el exceso o la pasión, todo está en los pentagramas puccinianos dibujado con puntillista precisión y envidiable fluidez. Como para gustos están los colores, al firmante le llaman más títulos como Tosca, la inconclusa Turandot o la trágica Madama Butterfly, pero no es posible no emocionarse ante una partitura como esta cuando está servida, como fue anoche la ocasión, con extrema solvencia.

El tenor estadounidense Michael Fabiano, un habitual de la casa, compuso un Rodolfo de gran empaque vocal. No es Pavarotti, pero los agudos (incluido el del final del primer acto ya fuera de escena) fueron consistentes, bien colocados y con presencia. Su Che gelida manina! fue más lucida en lo vocal que emocionada en lo expresivo. Cantó siempre con gusto y buena línea de expresión, aunque su vis dramática no alcanza la intensidad de su pareja protagonista. En todo caso su Rodolfo fue sin duda más que notable y convincente.

La albanesa Ermonela Jaho, también habitual de la casa, dejó en quien esto firma una profunda impresión por su encarnación de la protagonista en la Madama Butterfly que el Real ofreció también en 2017, un espectáculo que personalmente recuerdo como uno de los mejores ofrecidos, en todos los sentidos (salvo por un tenor solo discreto) por el coliseo madrileño en los últimos años. Jaho es una soprano singular. La voz no tiene la redondez y poderío de otras colegas, el vibrato parece en muchas ocasiones moverse al borde del exceso, y el grave parece a veces abierto, áspero en exceso (aunque en alguna ocasión ella misma utiliza ese recurso para acentuar el desgarro dramático, y a fe que lo consigue). Pero emplea los recursos vocales que tiene de manera magistral. Esos filados, esas inflexiones, consiguen sacar de su voz una intensidad dramática que nos gana por encima de la imperfección vocal. Muy en otra dimensión, ocurre con ella un poco lo que a la última Callas: lo mejor no es la voz, lo mejor es la artista que hay tras ella.

En consonancia con esto, la Mimí que compareció en el primer acto convenció en su fragilidad, pero emocionó solo a medias con su Mi chiamano Mimì, y, el agudo conjunto con Fabiano en el final del acto quedó un punto bajo y falto de colocación. Bastante inadvertida en el bullicioso segundo acto, la albanesa alcanzó lo mejor de su prestación en los dos últimos, sobre todo el último, trazado con una intensidad y una temperatura emocional extraordinaria. Ese Sono andati? desolado de la agonizante Mimí es difícil que emocione más de lo que lo hace desde la voz de Jaho, la viva imagen de la fragilidad. Espeluznante final para una interpretación que fue, como la de su colega, de menos a más, y que resultó tan dramáticamente convincente que acaba uno metiendo en el cajón del olvido las imperfecciones vocales.

Parecieron sólidos, en lo vocal y en lo expresivo, el Marcello de Lucas Meachem, el Schaunard de Joan-Martín Royo y el Colline de Krzysztof Baczyk, y suficientes el Benoit de Esteve y el Alcindoro de Roberto Accurso. La aragonesa Ruth Iniesta, también con un pronunciado vibrato, compuso una Musetta intensa, que ganó el favor del público, aunque a quien esto firma le pareció un punto pasada de revoluciones en su faceta frívola, al punto de llevar algún agudo al borde de la estridencia. El final de la obra nos muestra una Musetta mucho más humana y sensible que la casquivana que se desmelenó en el segundo acto. En todo caso, una interpretación notable la suya.

Luisotti, batuta habitual en el Real para el repertorio italiano, goza de enorme predicamento en algunos círculos críticos. También lo tiene, en otros repertorios, el titular del teatro, Ivor Bolton. Servidor no se explica bien el entusiasmo que despierta el segundo, y manifiesta cierta sorpresa por el que provoca el primero. Luisotti, ahora director asociado del Real, dejó a quien esto firma entre frío y congelado con direcciones bastante toscas de Aida y Turandot en 2018. La calefacción tuvo que mantenerse encendida en el Don Carlo de 2019. Su dirección, ayer, pareció correcta sin más, aunque con algún exceso de volumen en el segundo acto. Dibujó, en cambio, con más mimo el último, y logró una convincente atmósfera final. La orquesta respondió con solidez, empaste y buena sonoridad a su demanda. Dirección musical, en suma, más estimable que emocionante.

Queda por tratar la cuestión escénica, esa cosa tan delicada. Lo primero que se me viene a la cabeza es agradecer a Jones que la buhardilla fuera buhardilla, que los bohemios fueran bohemios, que no tuviéramos desfiles de gabanes protonazis ni otras ocurrencias por el estilo. Dirán ustedes: con poco se conforma usted. Y tienen razón. Esa es la primera reflexión. Qué mal estaremos en la cosa escénica cuando hay que agradecer casi como algo excepcional lo que en el mejor de los casos es un razonable acercamiento a la normalidad.

Pero ese es el resumen. Porque si uno prescinde de ese anormal contexto al que estamos desgraciadamente acostumbrados, empieza a preguntarse cosas en la propuesta de Jones… y qué quieren que les diga: para entusiasmar, no es. Servidor se pregunta por qué la buhardilla ha de ser una cosa tan canija que desperdicia fácilmente más de tres cuartas partes del escenario del Real.

Servidor se pregunta también a qué vienen todos los cambios de decorados hechos “a la vista” y acumulando los decorados al fondo como si Jones fuera un distinguido paciente del síndrome de Diógenes. Nos dice Matabosch, director artístico del Real, en el programa de mano: “los decorados de las distintas escenas no desaparecen con los cambios de la escenografía, sino que se acumulan al fondo y en los laterales del escenario con lo que da la sensación de formar parte de una secuencia vital que avanza a trompicones”. La exégesis de la propuesta está servida. Igual a ustedes les convence. El que suscribe no puede decir lo mismo. En una cosa sí estoy de acuerdo con Matabosch: los decorados del segundo acto son “monumentales e idealizados, casi absurdos de tan suntuosos y artificiales”. Que ese contraste tenga o no sentido es otra cuestión.

El resumen es el antes explicado: la propuesta es “normal” en el sentido de que no hay ocurrencias, boutades ni cosas demasiado “raras”. Y en ese sentido, gracias al señor Jones, porque ya hemos tenido bastante dosis de boutades y ocurrencias diversas. Pero también se da esa otra reflexión: cuando hay que celebrar una “mínima” normalidad, mal asunto. Eso significa que nos han obligado a bajar el nivel de demanda más de la cuenta.

En todo caso, y dado que el nivel musical, sobre todo el vocal, fue más que bueno, y que la escena al menos no trastornó en exceso, fue posible que la música de Puccini nos emocionara como debe, y nos encogiera el corazón en su dramático final. No es poco, en los tiempos que corren, así que el Real habrá hecho su caja y los espectadores hemos salido razonablemente satisfechos, incluso muy satisfechos. Veremos si tras el Ocasio de los Dioses wagneriano que se nos viene a principios de 2022 y que cierra la demencial tetralogía diseñada por Robert Carsen, podemos decir algo similar. Pero debo confesar que me temo lo peor.

 

Críticas de La Bohème aparecidas en medios:

Codalario: https://www.codalario.com/la-boheme/criticas/critica-la-boheme-en-el-teatro-real_10713_5_33531_0_1_in.html

El País: https://elpais.com/cultura/2021-12-12/la-bohemia-tirita-bajo-la-nieve.html?event_log=oklogin

ABC: https://www.abc.es/cultura/abci-novedad-madrilena-boheme-202112130954_noticia.html

El Mundo: https://www.elmundo.es/cultura/musica/2021/12/13/61b745f4fdddffc3648b4589.html

La Razón:

https://www.larazon.es/cultura/musica/20211213/zzivltwtfzfvpjvnuxg5nkalw4.html

Platea Magazine:

https://www.plateamagazine.com/criticas/12412-ermonela-jaho-y-michael-fabiano-protagonizan-la-boheme-en-el-teatro-real-de-madrid

Scherzo primer reparto: https://scherzo.es/madrid-los-bohemios-insisten/

Scherzo segundo reparto: https://scherzo.es/madrid-segundo-reparto-bohemio-en-el-real/

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Crítica del último concierto de Ibermúsica: https://scherzo.es/madrid-bach-haendel-corelli-y-koopman-perfecto-equipo-navideno/

Crítica del Sinfónico 10 de la OCNE: https://scherzo.es/madrid-feliz-navidad-de-la-nacional-siempre-mejor-con-bach/

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