Rafael Ortega Basagoiti

Il Turco in Italia en el Real: E mi voglio divertir…

 

… dicen al alimón la “un poco frívola” Fiorilla (así la define, “suavemente”, la soprano catalana Sara Blanch en la estupenda entrevista que recientemente le hizo mi querida Ana García Urcola en Scherzo) y Selim en la sexta escena de Il Turco in Italia. Y a fe que se divirtieron, y con ellos, creo, todos (o una inmensa mayoría, porque leo por ahí a algún colega descontento) cuantos asistimos a una velada estupenda, coronada con un gran y bien merecido triunfo de algunos de sus protagonistas, muy especialmente de una joven y estupenda artista: la catalana Sara Blanch.

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Madrid. Teatro Real. 2-VI-2023. G. Rossini: Il Turco in Italia. Alex Esposito, bajo-barítono (Selim); Sara Blanch, soprano (Fiorilla); Misha Kiria, barítono (Don Geronio); Edgardo Rocha, tenor (Don Narciso); Florian Sempey, barítono (Poeta Prosdocimo); Paola Gardina, mezzosoprano (Zaida); Pablo García-López, tenor (Albazar). Coro y Orquesta titulares del Teatro Real. Director del coro: Andrés Máspero. Director musical: Giacomo Sagripanti. Director de escena: Laurent Pelly.

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Por partes. Había existido cierta frustración en el estreno por no poder presenciar la actuación de la esperada y admirada Lisette Oropesa, que hubo de cancelar algunas de sus presencias, incluida la primera, por una gripe. La ausencia fue cubierta por la Blanch a medias con Sabina Puértolas. Los cambios incluyeron la presencia de Sara Blanch en el rol protagonista en la función a la que asistí (el día 2), en la que inicialmente estaba prevista la actuación de la Puértolas.

Il Turco, que no tuvo éxito en su estreno, que fue injustamente criticada por ser (que no lo es en absoluto) un remedo de L’italiana in Algeri, no es titulo rossiniano muy frecuentado, y debemos sin duda buena parte de su presencia al esfuerzo recuperador de la gran Callas, inolvidable abogada de la obra en los cincuenta. Comedia de enredo y embrollo amoroso, con una protagonista para la que la consideración de frívola, como apunta Blanch, se queda corta, y en la que, como también sugiere Matabosch en el programa de mano, el papel del poeta Prosdocimo, como autor que busca una trama para sus personajes, parece anticipar el teatro de Pirandello y sus Seis personajes en busca de un autor.

La buena de Fiorilla, más bien proclive a la ligereza de cascos, argumentada con buena dosis de caradura en que se aburre del marido, es la descarada protagonista de la obra junto a su cornudo y, en este caso, orondo marido, Don Geronio, un bajo-barítono para el que Rossini dibuja uno de esos papeles de una comicidad irresistible. El galán turco y sus pasados amoríos con una gitana, junto al bueno del poeta y el otro amante de la protagonista, Don Narciso, componen el quinteto fundamental, porque el papel de Albazar es más bien testimonial.

El francés Laurent Pelly traslada la acción a la Italia de las fotonovelas de los cincuenta, presente no solo en el telón de fondo inicial, sino en muchas ilustraciones, incluidas las del “barco” en el que llega el turco, y en muchos otros detalles, como las revistas de fotonovelas que Fiorilla ojea en el inicio de la obra. No desperdicia Pelly ni un momento, obertura incluida, para introducir movimientos actorales que invocan la sonrisa, cuando no la carcajada. La aparición, en camiseta y chancletas, del bueno de Don Geronio cortando el césped mientras su esposa se afana en la lectura de las fotonovelas, es ya en si misma risible. La cosa va a más, y el cuarteto de Fiorilla, Don Geronio, Selim y Don Narciso en el primer acto es realmente divertido, como lo es también la escena en la que Selim se termina subiendo, con riesgo, a un taburete, gesto que intenta ser imitado por el fondón cornúpeta, algo que termina irremediablemente en carcajada.

La propuesta de Pelly exige un movimiento continuo, huye de la estática y no regatea insinuaciones ni gags, pero, al contrario que a algunos de mis colegas, me pareció acertada y equilibrada, en absoluto sobrecargada y en cambio muy sonriente y divertida, francamente apropiada para un texto que lo es, como cuando Don Geronio exclama, irritado: “Sian maledetti Tutti i Turchi del mondo”, o como en la escena en la que el turco defiende que en su país, cuando el marido se harta de su mujer, la puede vender, y el bueno de Don Geronio se descuelga diciendo aquello de “Será una solución muy buena, pero en Italia hay una costumbre mejor: El marido le parte la cara casi siempre al comprador.” Todo, por cierto, de una incorrección política que en estos tiempos uno recibe con alborozo.

Está bien traído el recurso de esos marcos de fotos que descienden para, con la iluminación apropiada, retratar instantáneas escénicas para una de esas fotonovelas aludidas por el trasfondo de la idea. Bien resuelta igualmente la escena donde los disfraces de Zaida y Fiorilla inducen a confusión, e incluso buena parte del segundo acto se salva con solvencia. No es fácil, porque a ese segundo acto le pasa lo que a algunas comedias de Jardiel, que con la trama ya desenvuelta en gran medida, no tiene fácil la convincente resolución.

Si empezamos el apartado musical por el foso, creo que a Sagripanti hay que otorgarle aciertos y errores. Entre los primeros, una eficaz, sonriente pero discreta, realización de los recitativos secco desde el fortepiano, y una dirección vivaz de la obertura, en la que lució buen sonido la orquesta y excelente prestación algunos de sus solistas, con el de trompa a la cabeza. A lo largo de la función se sumarían brillantes prestaciones de oboe, clarinete, flauta y fagot. Los tempi parecieron ya considerablemente rápidos en la obertura, pero la orquesta respondió con plausible agilidad. Entre los segundos, creo que faltó chispa en más de una regulación dinámica (esos contagiosos crescendi rossinianos) y, sobre todo, quizá por algo de falta de coordinación en la respiración, por la rapidez, o tal vez por el gesto (aspecto este último sobre el que no me puedo pronunciar porque no veía al maestro desde mi localidad), hubo más desajustes de los deseables entre foso y escena, con bastantes ocasiones en que se produjo ese frecuente, pero para mí muy irritante, fenómeno de que la orquesta tocara con una fracción de segundo de adelanto frente a cantantes y coro. Coro que, dicho sea de paso, y salvando esos desajustes con el foso, se desempeñó con su corrección habitual. Dirección musical, en suma, que no será especialmente recordada.

Yendo a los cantantes, hay que reservar lugar de honor para los dos protagonistas. Aunque algunos colegas parecen expresar un entusiasmo limitado, servidor se quita el sombrero ante la actuación de la joven tarraconense Sara Blanch (Darmós, 1989). La voz tiene una presencia más que suficiente antes que abrumadora, pero quizá con más peso perdería parte de la felina agilidad con que se mueve en toda la tesitura. Ella misma dice, en la entrevista citada, que aprecia un color no tan ligero en el centro, y dice bien, pero en todo caso el timbre es siempre grato, la emisión llega firme y redonda, los agudos y sobreagudos son estupendos, y la coloratura, de envidiable redondez, cuadrada con una perfección ejecutora sobresaliente que tiene más mérito porque el tempo no era precisamente cómodo. Una voz, en suma, francamente atractiva, y estupendamente manejada. Lo que es más, Blanch fue capaz de exponer la endiablada partitura combinando la agilidad vocal con esa exigencia de continuo movimiento escénico (algún salto incluido) que demanda un control de la respiración realmente extraordinario.

Por si fuera poco, la joven catalana es una artista completa, gran actriz y notable (ahí se ven sus bases de formación original) bailarina. Con todo respeto para otras opiniones, su prestación actoral me pareció magnífica, llena de insinuación y desparpajo, pero con el tono justo, sin sobrepasar nunca lo que separa el necesario descaro del exceso macarra. En suma, un retrato ideal de la protagonista, en lo vocal y en lo cómico, coronado además con un soberbio canto en la más que exigente Squallida veste, e bruna del segundo acto. Bravísima.

El barítono georgiano Misha Kiria parece encontrar el papel de Don Geronio hecho a medida. Su composición del cornudo marido de Fiorilla es vocalmente importante, pero sobre todo de tronchante resultado desde su silenciosa aparición en escena, porque desde su orondo físico hasta la simpática irritación que acompaña sus maldiciones, invoca continua e inevitablemente la sonrisa, por no hablar de su dominio, bien evidente en el segundo acto, del frenético canto sillabato que, en si mismo, es de una comicidad irresistible.

No tiene tanta entidad vocal, pero sí más que convincente resultado escénico, el italiano Alex Esposito en su dibujo del turco, que también tiene sus dosis de descaro y caradura. Notable, aunque la voz, de notable presencia y precisión, no tiene timbre tan grato, la Zaida de Paola Gardina. Notable igualmente, más en la parte actoral que en la vocal, ésta más correcta que brillante, el poeta de Florian Sempey. También más acertado Edgardo Rocha como actor, porque su Don Narciso, cantado con buen gusto, adoleció de una voz que parece un tanto congestionada en la zona aguda, y que por ello resulta no especialmente grata. Correcto García-López en su breve papel de Albazar.

Pero la noche era de Kiria y Blanch, sobre todo de Blanch. Así lo expresó, de forma indiscutible, el público, tanto a lo largo de la representación (la más larga ovación fue la destinada a su antes mencionada aria del segundo acto) como al final de la misma. Un triunfo en toda regla, y en la modesta opinión de quien esto firma, merecidísimo, aunque como podrán ver (varias reseñas al final de esta), no son muchos los que parecen compartir mi entusiasmo. Una velada, donde se cumplió muy bien ese E mi voglio divertir… que encabeza esta reseña. Al genial hacer de Rossini hay que agradecérselo, pero Sara Blanch tuvo, qué duda cabe, buena parte en hacernos llegar la sonrisa rossiniana de la mejor manera. Hay que darle la enhorabuena y las gracias por habernos hecho sonreír, algo que es tan necesario en estos tiempos tan turbulentos. Ojalá la volvamos a ver pronto por estos lares.

 

Otras críticas:

El País (sólo suscriptores): https://elpais.com/cultura/2023-06-01/il-turco-in-italia-escalofrios-y-carcajadas-en-el-teatro-real.html

Scherzo – Primer reparto: https://scherzo.es/madrid-il-turco-in-italia-en-el-teatro-real-un-rossini-experimental/

Scherzo – Segundo reparto: https://scherzo.es/madrid-segundo-reparto-de-il-turco-in-italia-en-el-teatro-real-sigue-la-diversion/

Europa Press: https://www.europapress.es/cultura/teatroreal-01040/noticia-version-feminista-humanista-il-turco-in-italia-provoca-carcajadas-aplausos-publico-teatro-real-20230531231120.html

Beckmesser: https://www.beckmesser.com/critica-turco-in-italia-teatro-real/

El Imparcial: https://www.elimparcial.es/noticia/255022/cultura/el-teatro-real-convierte-il-turco-in-italia-de-rossini-en-una-fotonovela.html

Ópera actual: https://www.operaactual.com/critica/un-turco-poco-sexy-en-el-real/

El Debate: https://www.eldebate.com/cultura/musica/20230601/publico-teatro-real-perdio-favorita-turco-italia-falto-brio_118612.html

El Confidencial: https://www.elconfidencial.com/cultura/2023-06-02/sara-blanch-turco-italia_3657300/

ABC: https://www.abc.es/cultura/rossini-taller-vaciados-20230601110417-nt.html

El Mundo: https://www.elmundo.es/cultura/musica/2023/06/01/6477d06021efa0723a8b4579.html

Codalario:

https://www.codalario.com/il-turco-in-italia/apartado-para-rotacion-de-informaciones-en-la-cabecera/critica-el-turco-en-italia-en-el-teatro-real_12391_34_39454_0_1_in.html

Colaboraciones en Scherzo:

Crítica del recital de Seong-Jin Cho: https://scherzo.es/madrid-otro-gran-y-merecido-exito-de-seong-jin-cho/

Críticas de discos (contenido premium):

https://scherzo.es/vilde-frang-elegante-beethoven-e-intenso-stravinski/

https://scherzo.es/recital-de-eva-gevorgyan-con-scriabin-y-chopin/

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