Rafael Ortega Basagoiti

De mi opinión no se fie la señora…

Supongo que nadie duda de que el garbanzo es una legumbre con importantes cualidades nutritivas. Y además es un alimento tradicionalmente muy ligado al esfuerzo y el trabajo, como puede deducirse de expresiones como “ganarse” o “jugarse los garbanzos”. Eso sí, es legumbre contundente donde las haya, especialmente si en su ingesta se excede una cantidad razonable. El larguísimo pero inolvidable chiste de Paco Gandía ilustra bien el caso de cómo puede terminar tal exceso (https://youtu.be/CxJ510luTXw).

Bien puede decirse que los garbanzos solo tienen una faceta en la que generan algo liviano. Pues, como gaseosa que es, liviana es la considerable flatulencia que producen. Otra cosa es que, expelido por el extremo inferior del tracto digestivo, el producto flatulento, pese a ser liviano, resulte mefítico (algo especialmente probable en el caso de ser traicioneramente silencioso) para quienes se encuentran peligrosamente cercanos a tal desahogo intestinal.

Aparte de la generación gaseosa y la contundencia digestiva, el peso de los garbanzos, precisamente por lo que cuesta conseguirlos con trabajo, es considerable. Tanto que, cuando la expresión de algunas opiniones puede dar como resultado que los susodichos (o el dinero que permite adquirirlos, que tanto da) dejen de entrar en el bolsillo del opinador, suele quedar cuidadosamente silenciada o, lo que es casi peor, camuflada o falseada. En el tronchante primer acto de la impagable comedia Un marido de ida y vuelta, de Enrique Jardiel Poncela, hay una escena que ilustra, con la comicidad extraordinaria propia de su autor, tal circunstancia. Gracia, desesperada por la insustancial protagonista, Leticia, que tiene al pobre marido a punto del patatús y a medio mundo al borde de la aspirina, le espeta a Leticia que su marido acabará yendo al cielo cuando muera, y no por sus propias virtudes… sino por haber soportado los defectos de su esposa, capaces de desesperar al más pintado.

Ofendida, Leticia tiene una de sus peculiares ocurrencias, y no se le ocurre nadie más independiente para interrogar que… a su doncella, Amelia. Ni corta ni perezosa, le dice: Amelia, ¿a ti te parece que tengo muchos defectos?, y Amelia, con descaro, y consciente de que el cerebro de su señora no le da para llegar al fin de semana, le pega un corte inolvidable: “A mí me parece que no. Pero de mi opinión no se fíe la señora, porque yo cobro un sueldo en la casa.”

Y ya hicieron su gloriosa aparición los garbanzos. Viene la cosa a colación porque no hay nada mejor para silenciar opiniones (salvo que uno quiera jugarse los garbanzos, como bien le hubiera podido ocurrir a la buena de Amelia) que poner a opinar sobre una materia a alguien cuyos garbanzos dependen de la opinión vertida. Lo sé muy bien porque he sido poco proclive a callarme cuando algo me ha parecido poco serio, poco ético o ilegal, incluso a despecho de poner en riesgo los garbanzos. De hecho, en alguna ocasión he pagado un alto precio por ello. Vamos, que me quedé sin garbanzos.

En estos tiempos de postureo moral, me he referido muchas veces a la capacidad singular que ha desarrollado la actual civilización para edificar, en lo referente a la ética, genuinos burdeles que pretenden convencernos de que en su interior albergan una pretendida seráfica bondad en lugar de un local para la apoteosis del aparato del regocijo, tras una fachada, tan convincente como engañosa, digna de la más imponente catedral gótica. Por eso asistimos, sin que a casi nadie se le caigan las pestañas, a conflictos de interés como el que preside desde hace tiempo el Teatro Real, o a situaciones parecidas, en los ámbitos más diversos, que hemos normalizado con un descaro mayor que el de Amelia, como el hecho de que periodistas, que continúan ejerciendo como tales, sean al mismo tiempo asesores de comunicación de políticos… sobre los cuales escriben después.

O medios que no puede esperarse que sean críticos con quienes… les pagan o, peor aún, les poseen, porque son sus dueños. O individuos y colectivos que apoyan sin rubor determinadas iniciativas… porque a su incondicional apoyo le sigue su deseada participación, habitualmente remunerada con indecente generosidad, en un chiringuito, generalmente denominado observatorio de lo que sea. No, no es una relación puntual de alguien que hace una colaboración aislada. Hablo de una relación como la expresada por Amelia: De mi opinión no se fíe la señora, porque yo cobro un sueldo en la casa. Porque es desgraciadamente bien raro encontrar estos días alguien cuyos principios se eleven tanto por encima de estas consideraciones que no sea de aplicación aquel inolvidable aserto de Groucho Marx: tengo estos principios, pero si no le gustan, tengo estos otros.

Conviene discernir en qué medida la materia sobre la que se opina puede estar condicionada por la cantidad de legumbres que puede verse afectada en caso de que la opinión vertida no sea favorable a los intereses de quien provee las legumbres en cuestión. La afirmación es válida para periodistas que también son asesores de comunicación, árbitros con capacidad de decisión pagados por clubes de fútbol y toda suerte de especies aledañas, chiringuitos incluidos. Sí, en el mundo de la música, también. Recuerden aquel artículo mío sobre los conservatorios expandiendo tentáculos para convertirse a la vez en maestro, promotor, discográfica y todo lo que quieran ustedes añadir. Ahí lo dejo. Eso sí, la corrección política, ni tocarla. La fachada, que no se estropee. No vaya a ser que alguien descubra que, en el interior de la falsa catedral, en lugar de querubines y santos, encontremos, por decirlo finamente con expresión de cursilería tan actual como vomitiva, aunque políticamente correcta, personas de conducta distraída.

 

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4 thoughts on “De mi opinión no se fie la señora…

  1. Estimado Rafael, te escribo a las 6:30 h. que es, quizá, la mejor hora en estos momentos para hacer lo que sea. Me he leído dos veces tu artículo y 100% de acuerdo, tengo unas anécdotas buenísimas de este tipo que mencionas, pero este país, en esto es así. Desconozco cómo serán otros, aquí estamos acostumbrados (cosa que nunca se debería de hacer) a que sucedan estas cosas y otras peores como el mal uso del dinero público para cimentarse una carrera internacional, contratando esto o aquello que no está al nivel y que encima es más caro, pero que más adelante quizá me convierta en un gestor internacional, etc. y ha pasado justo en ese ámbito de la ópera del que hablas. Y, por favor, sigue contándonos estas cosas tan divertidas y jugosas, aunque también te digo que tengas cuidado de que no te priven de esos garbanzos tan necesarios y tan caros de conseguir. Buenos días y gracias, vivo en el limbo y me viene bien un poco de agitación mental no sea que crea que vivo en otro sitio distinto. Que tengas un buen día.

    1. Muchas gracias, Ana. Yo seguiré siendo como soy, ya es tarde para cambiarme… De todas formas, vivimos en un mundo en el que, hagas lo que hagas, o digas lo que digas, te atizan en cuanto no comulgas con el evangelio único. Lo has podido comprobar en los últimos días…

  2. Me siento muy identificada con el soliloquio que has compartido en esta entrada. He visto y vivido varios casos. Menos mal que quedan personas (aunque sean pocas) que saben ganarse los garbanzos sin pisar sus principios. No llegarán a ricos , pero pueden tener la frente muy alta. Gracias por ser uno de ellos.
    Y que no nos falte una sonrisa

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