Rafael Ortega Basagoiti

La Nacional y Pons: Un programa de éxtasis y muerte

Madrid. Auditorio Nacional. Sala sinfónica. 17-XI-2023. Concierto sinfónico 7 de la temporada de la Orquesta Nacional de España. Director: Josep Pons. Solistas: Maite Beaumont, mezzo. Joan Martín-Royo, barítono. Nelson Goerner, piano. Wagner: Preludio y Muerte de “Tristán e Isolda”. Colomer: El silencio después (Estreno absoluto, encargo de la OCNE). Mozart: Concierto para piano y orquesta nº 23 en la mayor K 488. Scriabin: Poema del éxtasis, op. 54.

El séptimo sinfónico de la Nacional traía un programa ordenado con cierto vaivén (de Wagner hacia adelante con el estreno de Colomer, retroceso a Mozart y nuevamente hacia delante con Scriabin), pero con un trasfondo de tristeza, de drama y, si, de muerte también, que sirve de hilo conductor hasta el éxtasis final de la obra de Scriabin. Hay anhelo y apasionado deseo en el Tristán wagneriano, sin duda, pero también, en efecto, drama, en la muerte final “de amor” de Isolda. Poco más de un cuarto de hora para una tensión que parece no dejar de crecer hasta prácticamente los últimos compases, pero en la que es imposible no dejarse arrastrar.

Drama hay también en uno de los más melancólicos conciertos pianísticos mozartianos. Puede decirse que el Concierto nº 24 en do menor K 491 presenta un drama más desgarrado, hasta más intenso. Pero el concierto escuchado el viernes, el escrito en 1786 en La mayor, K 488, tiene una melancolía inalcanzable desde el principio. La renuncia a percusión y trompetas, la sustitución de los habituales oboes por la pareja de clarinetes, todo ayuda, junto a su inalcanzable creatividad melódica, para crear un clima de irresistible nostalgia, que se prolonga en una bellísima siciliana como movimiento central. La alegría solo ve la luz, y relativamente, en el rondó final. El Mozart de treinta años demostrando su genio indescriptible con una madurez insólita para su edad.

El estreno de la obra de Juanjo Colomer tenía todos los ingredientes del drama, en el sentido estricto del problema de la enfermedad mental, del dolor que causa a quien la padece y a sus seres queridos, y del silencio culpable de la sociedad que tantas veces prefiere ignorarla, por incómoda y estigmatizante. Más aún: los textos escogidos, de Javier Bonet Silvestre, que se quitaría la vida con 21 años, ahogado por un trastorno bipolar, estremecen en sí mismos, pero lo hacen aún más (el grito de la mezzo en determinado momento pone un nudo en la garganta) con la música de Colomer. El propio autor se refiere a los tres silencios retratados: el ansiado silencio mental de quien sufre un trastorno psicológico, el de los que quedan, donde el sonido apenas se propaga, y todo se percibe como filtrado a través de un velo de irrealidad y, en fin, la mordaza que nos autoimponemos por el estigma antes citados o por impotencia o incapacidad de reaccionar.

La obra de Colomer consigue con notable éxito transmitir ese clima opresivo, ya desde el siniestro redoble inicial del bombo en pp, pero también conjuga su bien elaborada música con la tristeza y el desgarro de unos textos que, como antes apunté, estremecen en si mismos. Baste como muestra el final: “Quiero conocerla. Quiero conocerla, conocerla, conocerla. Que me conceda un sitio bajo su manto oscuro. Pero no me atrevo a invitarla a mi casa. A mi casa que es mi vida.” Partitura que demuestra hasta qué punto se puede componer música de impacto notable sin necesidad de… bueno, ya saben ustedes a qué me refiero.

El trasfondo del Poema del éxtasis de Scriabin es más complejo, enmarcado en la inmersión teosófica del compositor. Baste ese verso final que hasta puede malinterpretarse como pretencioso: “Soy un momento de eternidad iluminada, soy afirmación, soy éxtasis”. Partitura intensa, densa, por momentos lamentosa, por otros exaltada, con una orquestación masiva, empleada con efecto demoledor en los clímax, incluida la apabullante conclusión.

Armó bien Pons una lectura correcta del Preludio y Muerte de Isolda, con cuidada elaboración y extrayendo exquisitos matices de la cuerda grave en el inicio. Bien construida la transición del Preludio a la Muerte de Isolda, con estupenda ejecución de los solistas de timbal y clarinete bajo, y de toda la sección de la cuerda grave. Ese largo y magistral crescendo que preside la Muerte de Isolda, que parece un anhelo que no se llegará a cumplir, quedó correctamente dibujado por Pons y muy bien ejecutado por la orquesta, aunque el firmante apreció cierta tendencia a ese dicho tan popular entre los ingleses, el que refleja cierta tendencia a acelerar cuando la música crece en intensidad (“faster when louder”), algo que creo va un poco en contra de lo que la música parece sugerir: se alcanza más impacto justamente por expandirse más en el tiempo, porque ese anhelo que parece que no va a llegar se haga aún más de rogar.

El maestro de Puigreig entendió perfectamente la obra de Colomer, y la tradujo con mimo e implicación, como también la orquesta y los dos solistas, ambos sólidos en su prestación vocal y muy convincentes en cuanto a intensidad interpretativa. El público dispensó una muy calurosa acogida al estreno, y el compositor, señalado por Pons desde el escenario, correspondió agradecido a los aplausos, de intensidad no tan habitual en un estreno.

El pianista argentino Nelson Goerner (San Pedro, 1969) protagonizó el Concierto mozartiano. Su acercamiento partió de un sonido de presencia intencionadamente adelgazada (le hemos escuchado en otros repertorios y su volumen en ellos es, indudablemente, otro) y dinámica relativamente estrecha. Proclive a tempi rápidos, incluida la siciliana central, cuya melancolía implícita quedó así algo descafeinada, dio la sensación, probablemente (el problema de siempre con las piezas concertantes) por no disponer de mucho tiempo de ensayo, de no conjuntarse del todo bien con Pons y la orquesta. Más allá de su tendencia a acelerar aquí o allá, daba la sensación de que director y orquesta hacían lo que podían por seguirle (algo que, dicho sea de paso, no era nada fácil con una plantilla de cuerda más que nutrida, inusitada para esta obra: 12/10/8/6/4). Interpretación, en fin, de plausible corrección ejecutora y bastante corta de vuelo expresivo. Pese a ser uno de los más bellos conciertos mozartianos, la cosa no consiguió entusiasmar al respetable, y no hubo propina.

El Poema de Scriabin, en fin, tuvo la consistencia constructora característica del maestro catalán, siempre atento e implicado, con una cuidada elaboración de los planos (tarea nada fácil en obra de tan espesa y densa orquestación y escritura) y una más que plausible intensidad en los clímax. Sonó muy bien la Nacional, y el exaltado final se recibió con cálidas ovaciones. Un programa denso, muy bien traducido por la Nacional, en el que quizá el punto más flojo fue el concierto mozartiano.

 

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One thought on “La Nacional y Pons: Un programa de éxtasis y muerte

  1. Querido Rafael, sobre el programa de hoy, en general, absolutamente de acuerdo.

    Sobre la obra de Colomer, sinceramente no sabía qué esperar, pero no me ha decepcionado, es preciosa y sobrecogedora. Y, solo añadir que, como bien ha dicho él compositor, lo peor además de que esa persona ya no esté, es el silencio. No se trata de hacer del suicidio un tema recurrente o populachero, de tertulias de televisión, se trata de ponerle nombre a tanto sufrimiento como pasan las familias que, desgraciadamente, tienen que ver cómo sus seres queridos no soportan más el mundo en el que viven, pero en el que son terriblemente desgraciados por causa de su enfermedad que, además no se ve, no se entiende y de la que, cuando se habla es para contar una desgracia, un drama y en la prensa.

    Muy, muy emotivo todo y en mi caso con un compungimiento personal, por cercanía con la familia de Javier Bonet Silvestre, un ser excepcional, brillante y puro que no pudo soportar tanto sufrimiento. No puedo imaginarme ni remotamente lo que debe de ser, ni yo ni nadie que no lo haya pasado. Todo mi afecto hacia ellos.

    Poco a poco, creo que se puede ir cambiando ese silencio en hacer de la enfermedad mental algo cotidiano, no convertirlos en seres extraños o peligrosos, sino en personas que tienen una enfermedad que en muchos casos se puede tratar con éxito.

    Por lo demás, ha sido un gran concierto. A mí Josep Pons siempre me ha gustado.

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