El titular de la Filarmónica de Berlín saca lo mejor de la calidad y entusiasmo de la que probablemente es, como señalaba el día anterior Antonio Moral, director del Festival de Granada, la mejor orquesta de jóvenes del mundo. Una brillante apertura del Festival de Granada 2024.
Granada. Palacio de Carlos V. Festival de Granada 2024. 7-VI-2024. Gustav Mahler Jugendorchester. Director: Kirill Petrenko. Bruckner: Sinfonía nº 5 en si bemol mayor WAB 105 (Ed. L.Nowak).
Cuando hace seis años la Joven Orquesta Gustav Mahler visitó el ciclo de Ibermúsica, escribí, en la reseña correspondiente para Scherzo, lo siguiente: “Es un verdadero placer observar a una Orquesta de músicos jóvenes desempeñarse con el entusiasmo y entrega con los que los componentes de la Mahler Jugendorchester que fundara Claudio Abbado nos regalaron este nuevo concierto… Y más satisfacción aún si nuestro país (quién lo diría, viendo lo que vemos a diario) es el que más componentes aporta a la formación. Cierto, estos conjuntos trabajan, por su condición, fuera de las rigideces de tiempo y limitación de ensayos que tan a menudo recortan los resultados de las orquestas profesionales, donde el maestro de turno se ve por ello empujado a un trabajo de ‘por aquí pasó María’ porque apenas hay tiempo para más (recuerdo a Sir Neville Marriner lamentándose al respecto en una entrevista que le hice hace años). Aquí hay largos trabajos previos por secciones y ensayos generosos en número, y además hay unos músicos con ese “hambre” de quien empieza sus primeros pasos semiprofesionales, dispuestos a tocar como si les fuera la vida en ello.”
Hay, en efecto, varias claves bien visibles en el párrafo que acabo de reproducir, para entender el admirable rendimiento de la orquesta que creara el legendario maestro italiano en 1986: trabajo concienzudo, amplio tiempo de ensayo, y entrega de jóvenes que literalmente ponen el alma en cada nota. Así las cosas, la intensidad del concierto inaugural del Festival de Granada de este 2024, último por desgracia del excelente trabajo de Antonio Moral, estaba servida. En los atriles esperaba la Quinta sinfonía de Anton Bruckner, en justo recordatorio del bicentenario de su nacimiento, que se conmemora este año.
Es bien conocido a estas alturas el complejo pero a la postre exitoso recorrido de Bruckner en el género sinfónico. Muchas veces, especialmente en España, recibido tarde y no siempre bien, por sus densidades y complejos y prolijos desarrollos, por desgracia no siempre entendidos en toda su belleza. Hoy podemos, sin embargo, afirmar que el músico de Ansfelden goza de saludable acogida por nuestro público. La Quinta, pese al doliente carácter del Adagio, bien encarnado por el lánguido motivo inicial del oboe, tiene también resonancias de afirmación. Incluso de triunfal júbilo, algo especialmente patente en el coral que aparece una y otra vez en la obra y que corona un final grandioso para la sinfonía. Escribí hace unos días a unos amigos, y reafirmo aquí y ahora, que a Bruckner hay que acercarse recordando su carácter humilde, su devoción y hasta su inseguridad. Porque todo ello nos conduce, incluso con más claridad, a escuchar con admiración rendida la obra de quien, posiblemente, fue uno de los sinfonistas más importantes del siglo XIX después de Beethoven (para algunos, de hecho, el más importante, aunque el firmante de estas líneas no es demasiado partidario de llevar esas consideraciones al extremo).
Ese gran bruckneriano que fue Eugen Jochum decía que una buena interpretación de esta Quinta sinfonía “debe dirigir todo hacia el Finale… y mantener continuamente algo en reserva para su conclusión». El posiblemente mejor bruckneriano de nuestro tiempo, Christian Thielemann, por su parte, declaraba que toda la obra está presidida por lo cantable (“cada línea canta”), y por una alegría del espíritu, y coincide con Jochum en “reservar” para la conclusión. “Si la intensidad se vuelve demasiado fuerte antes de tiempo, o se agotan las energías al final del primer movimiento, la interpretación no será buena”.
No seré yo, ciertamente, quien quite la razón a ninguno de los dos. En efecto, es la grandiosa culminación del último tiempo la que nos trae el triunfo, la rotunda afirmación, tras las tensiones previas, iniciadas desde el misterio, hasta inquietante, con que la cuerda grave inicia los dos movimientos extremos. Y es cierto también, que graduar tensiones y reguladores, construir los crescendi con la calma debida, sin precipitación, con el justo lugar a la expansión, es clave para conseguir que el complejo entramado de tensiones elaborado por Bruckner nos llegue con toda la intensidad.
Kirill Petrenko (Omsk, 1972), actual titular de la Filarmónica de Berlín, es un magnífico director, ¡qué duda cabe! Menudo en el talle, de apariencia casi tímida, tiene un nervio eléctrico, inquieto en sus acercamientos y en su gesto, directo, claro, hasta imperativo, ayudado por un lenguaje facial de contagiosa y magnética expresividad. Es muy difícil no seguir a Petrenko, sabio y hábil constructor, atento y cuidado al mínimo detalle, preciso y puntilloso en la diferenciación de planos y matices. No está, sin embargo, entre sus características más prominentes impregnar sus acercamientos de serenas calmas y reposos, de amplias respiraciones o generosas expansiones, esas que dejan un amplio y emocionante eco a las grandiosas resonancias de Bruckner.
No cabía esperar, por tanto, de Petrenko, un planteamiento de tempi parecido a los del precitado Thielemann, y menos a las sublimes, para muchos inalcanzables, lentitudes de Celibidache. Y, en efecto, lo que el singular maestro ruso nos ofreció anoche en el Palacio Carlos V granadino respondió a lo que cabía esperar de él. El control absoluto fue evidente desde el estremecedor pizzicato de la cuerda grave en la lenta introducción del primer movimiento. Se hicieron evidentes dos cosas: que Petrenko llevaría la sutileza de matiz al extremo, y que la cuerda grave de la Gustav Mahler Jugendorchester (GMO en adelante, para abreviar) nos iba a ofrecer una velada formidable de calidad sonora y resonancia. Sonó apropiadamente misteriosa esa introducción, y la tensión estuvo presente desde el principio, con cada matiz cuidadosamente diferenciado (magistral lo conseguido en la gama p-pp-ppp, siempre claramente distinguido cada escalón, hasta alcanzar el susurro apenas perceptible). Tuvo decidida exaltación el allegro siguiente en ese primer movimiento, construido con maestría y culminado en una coda rotunda, aunque alguno pudo echar de menos algo de solemnidad en la misma.
El adagio, cuya indicación extiende Bruckner con el alemán Sehr langsam (muy lento) llegó, sí, con doliente expresión en el motivo aludido del oboe (un solista magnífico, dicho sea de paso), y más tarde con evidente solemnidad y grandeza, aunque ambas hubieran ganado algún entero si la lentitud ofrecida hubiera hecho más énfasis en el «muy» que cualifica dicha lentitud prescrito por el compositor. Magnífico, en todo caso, nuevamente con algunas exquisiteces de la orquesta, entre las cuales hay que mencionar la casi inverosímil capacidad de la solista de timbal para estremecer con toque de pianissimo de asombrosa delicadeza.
Petrenko tomó en cambio muy al pie de la letra la indicación Molto vivace para el Scherzo, y curiosamente dejó al margen que la mención alemana (Schnell, es decir, rápido) evita, tal vez con intención, ese matiz de “molto”. El tempo imprimido fue uno de los más vivos que el firmante recuerda para este movimiento, traducido en un clima festivo, sí, pero de urgencia apremiante, aunque Petrenko siempre cuidó con mimo la impecable traducción de las inflexiones de tempo (incluidas las aceleraciones progresivas) prescritas por Bruckner. Precioso, muy lírico y danzarín el trío, que nos trajo la delicia del ländler austriaco.
Inició el maestro ruso el movimiento final con una introducción de idéntica tensión y misterio a la del primero, y nuevamente con la cuerda grave prestando unos estremecedores pizzicati. No extrañará a estas alturas que el allegro moderato subsiguiente tuviera más de allegro que de moderato, porque es lo que va en el menú del vibrante maestro ruso. Pero ello no fue óbice para que la música llegara construida con absoluta maestría, contagiosa intensidad y rotunda grandeza en la culminación, con ese solemne y majestuoso coral que sonó apabullante por los jóvenes de la GMO.
Sobre ellos, poco que decir que no se apuntara ya en el principio. Destacó una cuerda realmente excepcional (todas sus secciones), pero brillaron igualmente una madera magnífica (sobresalientes los solistas de oboe, clarinete, flauta y fagot) y unos metales de rotunda y poderosa sonoridad, donde quizá las trompas, dentro del excelente nivel general, no parecieron los más redondos.
El éxito fue, como cabía esperar, grandísimo. Y tras él, la orquesta reservaba una sorpresa, también ofrecida en Oviedo el día anterior. Sin Petrenko, regalaron, en un clima de festiva alegría, el célebre pasodoble Amparito Roca, de Jaime Teixidor. Saltaron, brincaron, gritaron y lo tocaron de manera extraordinaria, contagiando de su juvenil exaltación a todo el público. Es posible que algún espectador pensara que aquello no era lo más apropiado tras la Quinta de Bruckner. Pero es indudable que los jóvenes, tras su denodada entrega, tenían bien ganada la ocasión para el festejo, después de la magnífica interpretación buckneriana con que nos habían deleitado, en lo que constituyó, sin duda, una brillantísima apertura de este Festival de Granada 2024.
Qué maravilla nos has descrito con la brillantez que te caracteriza!!
Enhorabuena!!
Disfrutad del Festival de Granada. Un lujazo!
Muchísimas gracias, Marisa. Mañana vuelvo a Madrid, pero regreso a Granada el 26 para cubrir varias cosas hasta el 30.
Precioso,que suerte poder disfrutar de ese evento.