Madrid. Auditorio Nacional. Sala sinfónica. 26-V-2024. Ciclo Universo Barroco del CNDM. Collegium Vocale 1704 y Collegium 1704. Director: Václav Luks. Solistas: Deborah Cachet y Caroline Weynants, sopranos.Philippe Talbot y Sébastien Droy, tenores. Tomás Král, barítono. Tomás Selc, bajo. Christian Immler, bajo-barítono. Rameau: Les Boréades, RCT 31.
Para quienes encontramos fascinante la estética musical de Rameau, para quienes consideramos que no solo está en la cumbre del barroco francés, sino que se encuentra entre los compositores con mayor imaginación, fantasía y atrevimiento de la historia, es del todo inexplicable que sus pocas óperas (entró tarde en su vida al género, como recoge oportunamente Pablo J. Vayón en sus notas al programa de mano) se encuentren tan abandonadas, y que la música de las mismas apenas nos llegue en grabaciones o en las más frecuentadas suites orquestales con fragmentos, especialmente danzas, de la muchas y extraordinarias piezas exclusivamente instrumentales que el compositor incluye en las óperas.
Basten como muestra varios botones. Les Boréades, la ópera que ocupa este comentario, estaba empezando a ensayarse en 1763 para una representación en la corte, pero los ensayos, como cuenta Vayón, se suspendieron por razones no claras, y el compositor no vio representada la obra. En tiempos modernos, fue el hoy “cancelado” Sir John Eliot Gardiner quien la llevó a la escena por primera vez en 1982. La obra en cuestión aterrizaba, supuestamente completa, por vez primera en el auditorio (sin escena, eso sí), de la mano del CNDM, en iniciativa que, sin la menor duda, hay que aplaudir con calor.
Y hay que hacerlo porque el talento de Rameau es realmente colosal. Un festival de colorido orquestal, desde las asombrosas tímbricas extraídas a la pareja de fagots hasta las obtenidas de la pareja de clarinetes (instrumento por cierto bien poco empleado en la época), pasando por atrevidos juegos armónicos o los variadísimos efectos de percusión, que incluían bombo, pandereta, castañuelas, máquina de viento y un sinfín de instrumentos más. Y un festival de ritmo, porque la atención a la música de ballet, presente en los cinco actos de la obra, no solo es constante, sino de una brillantez y perfección asombrosas. Más aún, Rameau es capaz de dibujar contradanzas y gavotas de simpático colorido, brillante manejo de la paleta instrumental y contagioso sabor bailable, pero también lo es de dejarnos páginas de inalcanzable belleza en su delicadísima ternura. Uno se pregunta cómo es posible no degustar algo tan increíblemente hermoso como la Entrée de Albaris, Polimnia, las musas y zéfiros en el acto IV. Una verdadera maravilla de dulzura.
La lástima, en la ocasión que nos ocupa, es la severa mutilación a la que se sometió la versión ofrecida. No hace falta mucho detalle. Luks y su conjunto, con las mismas voces femeninas y cambios en la mayor parte de las masculinas, registró esta obra hace apenas cuatro años para el sello Chateau de Versailles. La grabación dura unos 165 minutos. Lo que escuchamos en la tarde de hoy en el auditorio apenas sobrepasó los 135. No hace falta, supongo, más comentario sobre la magnitud de la tijera.
En lo que se refiere a la interpretación, la palma se la llevó, sin duda, el excelente conjunto orquestal checo y su estupendo director. No regateó, a Dios gracias, plantilla: cuerda de 6/6/5/3/2 más parejas de flautas (que también cambiaron a flautines), oboes, clarinetes, fagots y trompas, clave y la variadísima percusión antes apuntada. Y la orquesta se lució: empastada, ágil, matizada, atenta, y salvando la más que difícil papeleta que Rameau les plantea en muchos momentos, incluidas las trompas naturales, siempre traicioneras, que incluían la participación de la española Maria Antonia Riezu González. Puede que suene raro lo que voy a decir, pero lo del percusionista Michael Metzler merece capítulo aparte. Lo que ese hombre hizo ayer con los instrumentos que tenía a mano (y en más de una ocasión eran hasta tres, incluido alguno manejado a modo de instrumento de viento mientras las manos se ocupaban en otras tareas) entra dentro del terreno de la magia. Y si no saliéramos de lo que, con baquetas o con los mismos dedos, sacó de sus acciones sobre el bombo, tendríamos también para unas cuantas lecciones magistrales. Se llevó, casi ruborizado, la ovación de la noche, con todo merecimiento. El coro no tiene muchas intervenciones, pero en las que tuvo, se mostró también en estupenda forma.
Y Luks extrajo el máximo de todos esos mimbres. Atento, rico en colorido en contrastes, cuidados matices y acentos, con un impulso rítmico envidiable, con energía contagiosa desde un gesto siempre diáfano, el maestro checo confirmó una vez más, si es que ello era necesario, que es un músico de primera, y que sea Zelenka, Bach, Handel, Mozart o Rameau, es uno de los intérpretes de mayor garantía en el mundo historicista.
Otro gallo cantó con el asunto vocal. Las dos sopranos (que también aparecen en la grabación mencionada) evidenciaron un notable nivel. Cachet, con una voz atractiva, no grande, pero si suficiente en el volumen, compuso una protagonista convincente y completó una interpretación muy notable. Lució también Weynants en el papel de la confidente Semira, especialmente afortunada en su aria más comprometida del primer acto, Un horizon serein. No puedo decir lo mismo, me temo, de los papeles masculinos. La voz de más entidad, con diferencia, fue la del bajo barítono Christian Immler, que encarnó un Bóreas suficientemente imponente y de impacto, con voz de buena presencia, atractivo timbre y cómodo en todo el registro. Pero el problema de ese papel… es que solo aparece en el quinto acto. En cambio, Abaris (Talbot), Calisis (Droy) y Adamas (Král) están constantemente presentes. El primero, es cierto, tiene que bailar con la más fea, porque el papel exige el máximo. Pero la voz, un tanto abierta en la emisión, insuficiente en la agilidad y no generosa en el volumen, da de sí lo que da de sí, y pese a su indudable entrega, la prestación fue bastante discreta. Droy, por su parte, tiene un timbre engolado, tirante, nada grato, y su volumen quedaba fácilmente tapado por la orquesta. Král y Selc, en fin, tampoco pasaron de lo discreto. Cumplidores los cuatro comprimarios del coro en sus respectivos y pequeños roles de Apolo, Amor, Polimnia y Ninfa.
El resumen bien puede ser: maravillosa obra, que se nos ofreció, por una vez, como tal y no solo como suite orquestal, aunque es de lamentar la magnitud de la tijera practicada. Con el concierto terminado a las 20:35 y teniendo en cuenta que tras el éxito (grandísimo) obtenido, se repitió la preciosa Entrée antes citada, surge inmediatamente la pregunta de si no podría haberse ofrecido la media hora que se recortó… En cuanto a la interpretación, sobresaliente sin duda para Luks y sus magníficos conjuntos, y solo aprobado para un reparto desigual, con serias fisuras en la parte masculina del elenco. Una última recomendación: exploren la grabación mencionada de Luks de esta obra, a la que antes me referí.
Estupenda reseña de una ópera maravillosa.
Me encanta Rameau!! Debió ser una delicia!!
Muchas gracias.
Muchas gracias, Marisa. Sí, sí que lo fue. Pese a los cortes y pese a que las voces masculinas, con la excepción de Immler, distaban de ser las mejores, la música es una maravilla de imaginación, de colorido, de fantasía, de atrevimiento. Y Luks es un músico de primera que tiene un conjunto extraordinario.