Rafael Ortega Basagoiti

Wagner ecologista, Mozart antibelicista… ¿por dónde caminará Verdi?

Madrid, Teatro Real, 27/II/2019. Idomeneo, Rey de Creta, K. 366. Música de W.A. Mozart. Libreto de Giovanni Battista Varesco (1712). Eric Cutler (Idomeneo), David Portillo (Idamante), Anett Fritsch (Ilia). Eleonora Buratto (Elettra). Benjamin Hulett (Arbace). Oliver Johnston (Gran Sacerdote de Neptuno). Alexander Tsymbalyuk (La voz). Coro y Orquesta titulares del Teatro Real. Dirección musical: Ivor Bolton. Dirección de escena: Robert Carsen.

Idomeneo es, no cabe duda, una gran obra de arte, pero, sobre todo y por encima de todo, una partitura maravillosa que se eleva muy por encima de un libreto que, en la mejor de las consideraciones, no pasa de discreto. La partitura en sí, estrenada en Munich en 1781 (el muchacho Mozart contaba 25 años) y revisada cinco años más tarde para una interpretación privada en Viena sin escenificación, plantea, como se ha recogido en múltiples escritos, la cuestión de la versión a utilizar. Aquí se ha optado por una mezcla de las dos, con la decisión de emplear un tenor para el papel de Idamante en lugar del castrato (en nuestros días una mezzo) para el que Mozart escribió el papel pretendido para el estreno muniqués. La crítica ha aplaudido esta mezcla, creo que con cierta ligereza. Porque, como señaló hace años el maestro Harnoncourt, sobre cuya autoridad en la materia supongo que no cabe dudar a estas alturas, en un brillante artículo (como todos los suyos) sobre el asunto, la única razón por la que en Viena se cambiaron cosas (entre ellas la del tenor) es porque había los cantantes que había, y de hecho algunos cortes en las arias obedecían, como él señala con acidez, al único propósito de hacer la vida más fácil al cantante de turno tras evidenciar éste sus apuros con la primera versión de la partitura. Esto de cortar, especialmente la coloratura, es práctica también en nuestros días cuando conviene. Sin ir más lejos, el gran Plácido Domingo se marcó una gran tarde de tijera en su grabación discográfica de esta ópera con James Levine, porque evidentemente, entre sus muchas virtudes, no se encuentra la de la coloratura. Es significativo, en mi opinión, que cuando se repasan versiones discográficas más que significadas (Harnoncourt por duplicado, en CD y DVD, Jacobs, Gardiner, Mackerras, pero también Levine o Norrington), ninguna opta por asignar el papel de Idamante a un tenor, como en la versión vienesa. ¿Da más credibilidad? Si es por el género, puede verse así. Pero en el barroco y también por el propio Mozart se escribieron notables papeles masculinos para castrati (el Sesto en La clemenza di Tito, partitura posterior a la que nos ocupa) y no estoy seguro de que la credibilidad del personaje, en el contexto de un libreto flojo y de raíces tan antiguas como la Ilíada, esté en función de eso. Hechas estas puntualizaciones, y ya refiriéndome a la función del día 27 que tuve ocasión de presenciar, digamos ya que fue la música de Mozart y la forma en la que se nos sirvió, la que nos trajo lo mejor de la velada. Lo mejor del reparto fueron, de lejos, las dos mujeres. Eleonora Buratto compone una Elettra de gran entidad vocal, sólida, precisa y dramáticamente de gran entidad, estupenda en sus dos grandes arias, y especialmente en esa maravilla que es D’Oreste, d’Aiace. Suyo fue el mejor triunfo del elenco, con toda justicia. Anett Fritsch dibujó también una estupenda Ilia, muy bien cantada y de gran línea expresiva. Discusiones aparte sobre la idoneidad de escoger un tenor, creo que David Portillo, de correctísima línea de canto y buen manejo de coloratura, tiene una voz demasiado ligera para el cometido. Probablemente sería más adecuado en otro tipo de papel, porque aquí pareció algo corto de presencia vocal. Tal vez se haya buscado un contraste con el mayor cuerpo de la voz del rey cretense, pero el resultado, al menos a quien esto firma, sólo convence a medias, pese a la buena prestación del cantante norteamericano. Idomeneo, en fin, estuvo a cargo de Eric Cutler. El de Iowa tiene presencia escénica y vocal indudables, su línea de canto y expresividad son encomiables, pero su aproximación, más cercana al verismo, compromete la entonación para servir al drama, y si eso no resulta disculpable en ningún caso, lo es menos aún en Mozart. Además, como en más de un tenor que afronta el papel, la coloratura no es lo suyo, y eso que tuvo poca, porque se optó por la versión abreviada de Fuor del mar (lo que antes comenté de Harnoncourt…). No es de extrañar que los aplausos que recibió fueran significativamente cortos. Un lujo el imponente Alexander Tsymbalyuk en el papel de La voz, cantado desde el anfiteatro y acompañado por metales igualmente imponentes. Suficientes los comprimarios Hullet y Johnston. Muy bien el coro (con la excepción de algún apurado agudo en el número final) en su difícil cometido, y notable la orquesta, con especial mención a la madera y a los metales, en una partitura mozartiana especialmente endiablada (Mozart la escribió para la Orquesta de Mannheim que era la flor y nata de la época). La dirección de Bolton, también ocupado en labores de continuo (aunque supongo que el famoso clave del micromecenazgo y los 100.000 euros aún no está disponible) tuvo más brío y contundencia que sutileza, pero mantuvo una línea generalmente correcta y consiguió buena coordinación con cantantes y foso. El resumen musical bien puede ser: no especialmente brillante, pero suficiente para disfrutarlo, pese al lunar del protagonista. Queda por hablar de la producción. Dicen algunos que los personajes de la ópera seria parecen a menudo demasiado artificiales. No les falta razón, sin duda, aunque para quien esto firma eso no justifica la carta blanca de hacerlos más reales a costa de lo que sea, especialmente cuando “lo que sea” implica pasarse el libreto por el arco del triunfo, independientemente de lo flojo que sea. Las óperas de Handel, sin ir más lejos, están plagadas (la mayoría, de hecho) de libretos imposibles, espantosos en el texto y causantes de cefalea para el espectador que intenta el seguimiento de la trama. Pero están también plagadas de una música maravillosa, ante la que hay que rendirse, porque el instinto dramático del de Halle, su talento para dibujar personajes y situaciones, eran simplemente extraordinarios. Y no me parece lícito, para que el regisseur de turno tenga su momento de gloria con lo políticamente correcto y actual, acabar transformando la obra en lo que no es. Hago este comentario porque entre las muchas modas de los directores de escena es hacer tabla rasa de la mitología y traer la acción a nuestros días, venga a cuento o no venga. Idomeneo, ya lo saben, plantea una trama amorosa en el contexto de una promesa imprudente del Rey de Creta en una circunstancia de apuro. Como por la boca muere el pez, se ve el hombre abocado a sacrificar a su propio hijo para evitar las iras de Neptuno. Más de un crítico, aparentemente cansado de las muchas veces que ha visto Idomeneo (no será por las muchas que se ha representado aquí), da por hecho que el público, que ha visto dos docenas de veces Idomeneo (¿?) por estos lares, necesita una cosa “actualizada” porque esto de los griegos y la Ilíada y demás está ya muy visto. Carsen, como ya se había anunciado, decide traer la acción a nuestros días, y naturalmente no podía faltar lo políticamente correcto. Así que igual que Wagner era un protoecologista visionario, Mozart se desvivía en su pensamiento antibelicista, porque se veía venir lo que estamos viviendo ahora. Vamos, no pensaba en otra cosa el hombre cuando compuso Idomeneo. El primer acto se presenta como una playa gris, con un fondo de cielo plomizo. Una valla separa a un conjunto abundante de refugiados (no se ha ahorrado en figurantes), del consabido ejército con uniforme tipo boinas verdes y el inevitable desfile de subfusiles, procedentes de ese saldo que hay que amortizar. Ilia, la princesa troyana, es una de las refugiadas. El resto de los protagonistas milita en el bando militar. Pero incluso asumiendo que el asunto de los refugiados y las guerras tenga sentido aquí, luego empieza el desfile de incongruencias. Por ejemplo: ¿por qué el coro Godiam la pace, trionfi Amore lo cantan solo los militares, y, peor aún, cuando Idamante invita a algunos soldados al hermanamiento con los refugiados, en línea con lo que se está cantando, ellos se niegan? Puestos a eso, ¿por qué los refugiados callan en ese coro? ¿A qué viene que Elettra aparezca con un uniforme de paseo de sargento mayor al principio, para más tarde pasar una especie de revista al pelotón vestida de paisano? ¿Por qué los refugiados aparecen en ese primer acto y no vuelven a aparecer en toda la obra? ¿A santo de qué el rancho del pelotón en mitad de la obra? El “striptease” final donde los soldados, ebrios de bondad pacifista, se despojan de los uniformes y arrojan (con ruido, faltaría más, que al fin y al cabo no estorba) los subfusiles al suelo, aparte de efectista, hubiera adquirido cierto sentido de tener a los refugiados cerca y acercarse a ellos venciendo la “negativa” a hacerlo que expresaban en el acto primero. Pero para entonces, los refugiados, que ya no habían vuelto a aparecer, debían estar de cañas en uno de los locales cercanos al teatro. Dentro de lo que creo es esencialmente un despropósito caprichoso, al menos no hay extravagancias como las de El Oro del Rin, que prefiero no recordar, y a cambio sí hay aciertos, a la cabeza de los cuales está un magnífico juego de luces, muy convincente en la creación de atmósferas (como cuando una luz desde la parte delantera de la escena proyecta una gigantesca sombra de Idomeneo sobre el fondo) dramáticas y ominosas. Muy buena también la utilización de cielos cambiantes y el fondo de ciudad en ruinas que domina buena parte de la segunda parte de la ópera. Pero, en conjunto, dirección de escena traída por los pelos que ayer no despertó iras ni entusiasmos y que, según parece, en las primeras veladas fue recibida con división de opiniones con evidentes y, según algunos, predominantes abucheos. Por qué será que no me sorprende. Pero da igual, seguiremos teniendo sobredosis de esto con la connivencia de críticos empeñados en que ahí está la verdad del arte. La velada de ayer, como la del día 25, fue grabada para su posterior emisión en Mezzo y edición en DVD. De cara este último mi consejo, si pueden, es que busquen otras versiones. Aunque escénicamente no termina de llenar, musicalmente es muy buena la de Harnoncourt en el Festival Styriarte de Graz.

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2 thoughts on “Wagner ecologista, Mozart antibelicista… ¿por dónde caminará Verdi?

  1. ¡Gracias, Carsen!
    Has logrado situar el problema de los refugiados (con fotos y vestuario) en el templo musical por excelencia de la capital de España: el Teatro Real. Nada que ver con un letrerito en Cibeles.
    Allí todas (voy a hablar siempre en femenino) tan tranquilas, dispuestas, con tacones y rimmel, a escuchar la ópera de Mozart como si nada, saludando a amigos, …olvidando la tragedia tan cercana de los refugiados.
    En el descanso hubo personas, como nosotras, que se veía que meditaban, aunque en algunos grupos gente insensible se reía tranquilamente mencionando no sé qué de la zodiac o su sorpresa porque un ejército tan bien equipado se diese a la fuga cantando ‘Huyamos, huyamos, que viene el monstruo del mar!’

    También nos ha conmovido a las gentes sensibles saber que no sólo tú, de manera simbólica, sino también el TR, ha tenido con respecto al problema de los refugiados, algunas iniciativas prácticas:

    1) (la más obvia) Donación a ONGs del vestuario que los refugiados lucen en escena.
    2) Donación de los salvavidas y lancha neumática con motor a los sitios de los que salen las pateras. Habrá un letrero con el logo del TR y en letras grandes y naranja: REMEMBER TRAVEL SAFE.
    3) Dentro de la iniciativa «Sienta a un refugiado en el Real» se ofrecerán a una ONG, por sorteo, dos butacas para que dos refugiados conozcan hasta donde llega nuestra preocupación por su suerte.
    4) Día del refugiado. Se pedirá al público asistente que vaya vestido con ropa ‘de refugiado’, para que la identificación entre público y actores sea más completa y solidaria. ​#​yocomotú
    5) Cesión de un día de sueldo de escenógrafo, director musical y presidente del TR, así como de taquillaje, para ayudar a estas personas. Todavía no se ha confirmado esta iniciativa

    Por otra parte no podemos ocultar que diferentes colectivos reprochan a Carsen no haber tenido en cuenta el movimiento Meetoo y haber hecho de Idomeneo una mujer. Al fin y al cabo, el texto ‘Tú que me has dado la vida’ sería más verdad en el encuentro entre madre e hijo. Y ya las amazonas demostraron que en lides guerreras las mujeres no tienen nada que envidiar a los hombres. Y, entre nosotras, no hay nada de lo que hizo Idomeneo que no lo pueda hacer una mujer.

    En fin, varios críticos han aprovechado para destilar frases de peso con observaciones novedosas y lo agradecemos de corazón -porque no somos unas frívolas que sólo van a divertirse y a beber cava. Como muestra, un botón: la actuación de los poderosos tiene una repercusión directa en las vidas de muchísísimas personas.
    ¡A que tampoco lo habíais pensado nunca!?
    ¡Hale!, ¡a reflexionar!

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