Rafael Ortega Basagoiti

Del taparrabos, la bicicleta y el coche de San Fernando

Me van a perdonar ustedes, pero hace tiempo que vengo pensando que la competición por el premio a la tontería más grande está muy reñida. Sin salir del ámbito musical, había varias candidatas recientes en apretada competencia. Las expuestas en los últimos meses por el gran Darío Prieto en El Mundo (primero sobre Thielemann, luego sobre la Filarmónica de Viena, después sobre el “escándalo” de que los conciertos de año nuevo los dirigen siempre hombres, y culminando en el memorable patinazo emulador de Waldteufel en relación con el origen y cronología de la revolución de la interpretación del barroco), parecían ostentar un liderazgo indiscutible, cual ciclista que se escapa en un puerto de categoría especial y deja a todos sus competidores, que no eran pocos, patidifusos y estupefactos. Pero siempre hay un roto para un descosido, y algún espabilado de esos que mientras señala al cielo y te dice “Mira, un elefante volando”, aprovecha el despiste del ingenuo para birlar la cartera. En estos días en que, por el asunto del cambio climático, que causa muy justificada preocupación, está muy de moda la cosa ecológica, se observa, por aquello de salir en portada, cierta diarrea de postureo que podríamos llamar, como hubiera dicho el galo de turno en cierto cuento de Asterix, galo-romano. “Hace galo-romano”, decía el del cuento, para retratar el oportunismo del pastiche de turno, aunque a la postre fuera eso, un pastiche. Y viene esto al caso porque sobre esta razonable preocupación se ha producido una comprensible carrera para frenar la contaminación que, según todos los científicos, terminará con el planeta, si bien hay todo un espectro de opiniones, de más pesimistas a más moderadas, sobre cuándo acontecería tal catástrofe. Nadie en su sano juicio discutiría lo loable del propósito defensor medioambiental en sí mismo. Pero hete aquí que, al ser humano, cuando le da por practicar el movimiento pendular emulando el columpio atrevido de la infancia, gusta de llevar las cosas a los extremos, y en esos extremos, perder el oremus es facilísimo. Especialmente si, en posición de protagonizar el susodicho movimiento, se encuentra un político que huela portada. Un político que huela portada es un espécimen particularmente peligroso, porque el olor a portada con frecuencia nubla por igual ideas y sentido común. Que sí, que ya sé que me dirán ustedes que incluso en reposo la mayoría carecen de unas y de otro. Pero sometidos a la aceleración de un movimiento pendular creciente, se ve que la agitación meníngea produce alguna alteración especial, supongo que les da un no se qué que qué se yo, y empiezan a producir el triple de tonterías por minuto de lo que ya es habitual, que es bastante, como es bien sabido. Lo que es peor, cuando sale uno a empujar el columpio fuerte, otro sale a hacerlo más aún, sin darse cuenta de que en una de esas el tortazo va a ser de padre y muy señor mío. Ya me barruntaba yo hace tiempo que, en la carrera desenfrenada por ver quién era más ecologista y protector del medio ambiente, alguno iba a pretender llevarnos de vuelta al taparrabos. Y en esta carrera por convertirnos en nuevos Tarzanes, la noticia que me pasaron el otro día del ABC anuncia un paso de gigante. Según la misma (https://www.abc.es/sociedad/abci-propuesta-alemana-anticontaminacion-solo-tres-vuelos-persona-201904140146_noticia.html), el diputado alemán de Los Verdes Dieter Janecek (que, por un pelo, o, mejor dicho, por una letra, no lleva el mismo apellido que el compositor checo Leos Janacek) ha dicho que hay que limitar los viajes en avión a tres por persona. Para nuestra tranquilidad, puntualiza la noticia que son tres viajes de ida y vuelta, y es esta una aclaración necesaria y oportuna. Porque si no, da la impresión de que la secuencia de tres viajes, o sea ida-vuelta-ida, era una manera como otra cualquiera de invitar al personal a que se fuera a freír espárragos… ay no, que eso no queda bien en estos días, a hacer puñetas. En realidad, como otra cualquiera, no. Era una manera muy fina, en eso hay que estar de acuerdo. No te digo que te vistas, pero ahí tienes la ropa. No te digo que te pires, pero vuelo de vuelta, no tienes. Pero no, son de ida y vuelta, que el señor Janecek no está por la despoblación de Alemania, al menos por ahora. Señala la noticia que esto viene después de una “cuaresma del clima”, vaya por Dios, qué cosas hay estos días, en la que se va a impulsar la eliminación del consumo de carne de vaca, porque según la UE, parece que los gases de las vacas, vamos, lo que vienen siendo sus pedos, son responsables en una proporción espeluznante de los gases del efecto invernadero. Así que, por este camino, las vacas están llamadas a extinguirse, lo que no se por qué me da que va a ser un pequeño problema en la India, entre otros lugares. Por otra parte, los vegetarianos estarán de enhorabuena, porque como del cerdo hay que huir por aquello de las grasas, pues o vamos al pollo o vamos al pescado (la caza ni mentarla, oye). Al hilo de la idea del amigo Janecek y los aviones, han salido varios competidores que, en el demarraje fulgurante efectuado por el diputado alemán, compiten en no dejar su rebufo. Uno hasta ha llegado a decir que aspira a que tomar un avión por motivos de ocio, dé vergüenza. Y se estarán ustedes preguntando a qué viene en este musical foro esta larga digresión sobre la aviación moderna, el emergente papel del taparrabos, y el crecimiento imparable de un coche peculiar, el de San Fernando, ya saben, un ratito a pie y otro andando. Que a este paso esto va a parecer aquella perorata del Marqués de Moncada en La Venganza de don Mendo sobre lo de descender de la cumbre y cazar aves con lumbre. Pues viene porque a la cabeza de quienes se quieren situar en el “y yo más”, para empujar el columpio hacia el leñazo del siglo, se ha situado nada menos que la Sinfónica de Helsingborg, en el sur de Suecia. La orquesta en cuestión, que por ser generoso diremos que no está entre lo más conocido del panorama sinfónico europeo, ha tomado una decisión corajuda, olé sus cataplines, en su decidido empeño por empujar el columpio hasta provocar un porrazo de proporciones oceánicas. Fruto de esa agitación meníngea desenfrenada, han decidido vetar a partir de 2020 a todos los directores visitantes o solistas que lleguen al país en avión. Hala, ahora vas y lo cascas. A ver quién es capaz de aguantar este tirón. Dice la noticia que “ya han comenzado los contactos con artistas, agencias y compositores interesados en participar en esa temporada, en la que la excelencia musical será sustituida por la disponibilidad para viajar hasta el lugar de los conciertos en tren o, posibilidad todavía más valorada, en bicicleta.” O sea, que los directores y solistas que vayan a Helsingborg, que es un centro musical de primer orden en el que creo que hay tortas por tocar, igual buenos, lo que se dice buenos, no son. De hecho, igual son malísimos y no dan ni una. Pero eso no importa, porque van a estar en una forma física espléndida, fibrosos y de buen ver. Como inviten a un solista de contrabajo y tenga que ir en bicicleta, eso es para no perdérselo, vamos. La industria de la bicicleta, como la del taparrabos, que sustituirá en cualquier momento al incómodo y trasnochado frac, va a conocer una eclosión que ni imaginamos. Probablemente los padres de la idea no han caído en que los invitados que lleguen en tan rápidos medios de transporte podrán dar menos conciertos porque consumirán mucho más tiempo en ir y venir. Los gastos aumentarán, y los cachés, presumiblemente también, así que salvo que los suecos se hagan los idem, me da que la sostenibilidad de la idea es francamente discutible, a no ser que los que dirijan la orquesta sean, por turno, el párroco del lugar, el farmacéutico y el alcalde. Eso sí, el demarraje de la orquesta sueca ha sido de órdago. Ellos están a punto de ganar el premio a la tontería más grande, mientras el resto se pregunta cómo es posible que a ellos no se les haya ocurrido una mayor. Y la cosa es bien fácil, criaturas. Basta con no pensar, o con padecer ese síndrome de la degeneración mononeuronal calcificante, que es aquel en el que solo hay una neurona funcionante que, desgraciadamente, se encuentra en proceso de calcificación… irreversible.

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6 thoughts on “Del taparrabos, la bicicleta y el coche de San Fernando

  1. Quizá es un movimiento promovido por los directores locales -que ya iban en tren- o bici o.. ¿coche se puede?. Estas cosas siempre están chapuceramente planteadas. Creo que es un error, por ejemplo, no limitar el número de horas del desplazamiento. Si vas a tardar 12 horas en coche porque vives en Barcelona… hay que ver qué contamina más y qué tipo de vehículo vas a utilizar (y cómo se controla eso…). Y además, qué pasa si después de venir al concierto en unas tres horas de tren por ejemplo… coges y te vas en avión a Los Ángeles? Creo que habría también que considerar la actividad general y no contratar a gente que luego se vaya por ahí contaminando. El tema es delicado y está muy esbozado. habría además que crear comisiones de control y seguimiento… en fin, que lo tienen que pulir más.

    1. Me parece que «pulir más» se queda muy corto… esto simplemente no está pensado. Está dicho para el postureo, sin medir en absoluto las consecuencias. Si decidimos volver al taparrabos, que alguien ponga encima de la mesa TODAS las consecuencias, no sólo el (presunto) beneficio en términos de contaminación. Por cierto, el coche NO es una alternativa. La noticia habla de bicicleta o tren… y espérate que no pasará mucho tiempo hasta que el tren tampoco pueda ser. Pero el carro tirado por bueyes tampoco es una opción… (maltrato animal). Así que… a las lianas, como Tarzán.

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