Rafael Ortega Basagoiti

Otro gallo nos cantaría

He vuelto tras unos días de ausencia y entristece un poco encontrar más de lo mismo. En Bayreuth siguen instalados en el despropósito. Unas veces el despropósito es tratado con sorprendente (por ser generoso) benevolencia (Antonio Moral en La Razón, sobre el famoso Tannhäuser del que les hablé aquí: https://www.larazon.es/cultura/festival-de-bayreuth-un-tannhauser-con-drag-queen-de-pelo-en-pecho-GL24491016), y otras recibe estopa de la buena, como la que ha repartido, creo que con más tino y desde luego en buena cantidad, Justo Romero sobre el bodrio escénico de Tristan e Isolda, perpetrado (ya le vale) por la bisnietísima del propio Wagner y salvado desde el foso por Thielemann (https://www.beckmesser.com/critica-tristan-en-bayreuth-genio-y-ramploneria/). Como por fortuna todavía quedan (quedamos, espero encontrarme en ese colectivo) personas conocedoras y con sentido común, mi estimado amigo Fernando Peregrín publicó en Scherzo una certera, documentada y oportuna reflexión tras el reciente Trovatore del Real (https://scherzo.es/dos-disquisiciones-a-proposito-de-la-produccion-de-il-trovatore-en-el-teatro-real/) cuya lectura les aconsejo.

Sigue también la triste saga de las oposiciones en el Conservatorio de Madrid (la Fiscalía está tras lo ocurrido en las de cuerda, pero parece que hay también posible impugnación en las de dirección de orquesta, los tribunales criticados de otras especialidades han respondido con contundencia y veremos si no hay alguna que otro episodio más, que me temo que sí… todo muy triste; y mientras tanto El País a lo suyo, qué cansancio señor).

Y por desgracia, seguimos también bajo el poderoso influjo del marketing y de los departamentos de manipula… digo de comunicación, que se afanan sin freno en “llevarnos” a donde les apetece (o a donde les han pagado por hacer que nos apetezca), convirtiendo lo vulgar en noticiable y, demasiado a menudo, condenando lo valioso al triste anonimato. De esta guisa, asistimos a un nuevo episodio de bombardeo publicitario sobre el ínclito James Rhodes, cuya próxima actuación en el Auditorio Nacional está siendo promocionada con el slogan “el pianista que revolucionó la música clásica”… nada menos, toma nísperos, y que después ha sido jaleado, entre otros por la Secta, ay perdón, la Sexta, qué cosas se me ocurren, válgame Dios. El asunto ha despertado la justa indignación en círculos musicales, porque estos días ha debutado nada menos que en los Proms londinenses el sevillano Juan Pérez Floristán, que logró la bagatela de ganar hace unos años el Concurso Paloma O’Shea de Santander (un certamen que total no tiene prestigio internacional, casi nada), una futesa que no conseguía un compatriota nuestro desde que Josep Colom lo lograra en 1978. Pero he aquí que el debut de Pérez Floristán, recogido puntualmente por Scherzo y otros medios especializados, ha sido debidamente ignorado por los medios como la Secta, digo, la Sexta, es que se me va el dedo, y El País, que con dedicación lamentable, siguen elevando a ese conato de proyecto de suposición de borrador de pianista llamado James Rhodes al olimpo del teclado, que, como todos sabemos, no hubiera pisado en la vida de no ser por la triste historia que tiene detrás. Perfectamente comprensible la indignación de Floristán y de sus seguidores, pero me temo que estos son los tiempos que vivimos: los de la manipulación bajo el disfraz de comunicación llevada al extremo. Aunque también es verdad que todo ello es posible solo por una razón: la falta de espíritu crítico de quienes reciben el mensaje. Al final, esto son dos y dos. Si yo lanzo mensajes de gran entusiasmo sobre un artista sin fundamento y el público discrimina, esos mensajes no tendrán éxito. A la tercera que no lo tengan, la estrategia está muerta, lista de papeles. Pero si los lanzo y el personal traga, entonces el abono para insistir en la estrategia está servido. Y naturalmente, ese es el mal de nuestros días: que no hay espíritu crítico. ¿Y saben por qué? Porque hay un fallo primario en la educación. Lo he dicho y lo repetiré hasta la saciedad: si falla la educación musical en la infancia, no podemos sorprendernos después de muchas otras cosas, y por supuesto mucho menos de que la gente se trague por bueno lo primero que le venden, sean conatos de artistas o bodrios escénicos vendidos como rompedoras innovaciones reservadas a intelectos supuestamente superiores. El gran Leonard Bernstein pronunciaba la siguiente declaración en 1977 (destinada a la convocatoria de una Conferencia en la Casa Blanca sobre el asunto educativo): “Propongo que la lectura y comprensión de la música se enseñe a nuestros niños desde el comienzo mismo de su vida escolar; que aprendan a participar con entusiasmo en el estudio de la música desde el jardín de infancia hasta la universidad… todo niño tiene la habilidad natural y el deseo de asimilar las ideas musicales y entender su combinación en formas musicales. Todo niño puede aprender a leer música exactamente igual que aprende a leer palabras; no hay razón para que ambos aprendizajes no puedan ocurrir de forma simultánea… los niños deben recibir instrucción musical de forma tan natural como reciben la comida y con el mismo placer con el que disfrutan de un partido de beisbol. Y esto debe ocurrir desde el principio de su vida escolar.” Otro gallo nos cantaría, ¿verdad?

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