Rafael Ortega Basagoiti

Un sandwich deprimente

Ya cayendo el verano, parece que algunas cosas no cambian. No cambia el penoso asunto de Plácido Domingo, para el que nuevas denuncias (anónimas en su inmensa mayoría, claro) y alguna nueva investigación han seguido asomando. Siempre del otro lado del charco. Como mínimo, curioso. En el camino Rubén Amón ha dejado El País. Ha dicho que voluntariamente, pero hay run-run de que el ala feminista del diario ha encajado muy mal la defensa que Amón había hecho de Domingo… y al final la cuerda siempre se rompe por lo más flojo, principio tan evidente como el de Arquímedes, pero en versión cuerda. Del otrora diario independiente, modelo hace muchos años en muchas cosas, queda hoy apenas un sectario panfleto que va cuesta abajo y sin frenos, como tantas cosas.La degeneración, es lo que tiene. Se va confirmando también algún que otro terremoto. Nacional, como en el caso del cese repentino del director del Coro de RTVE tras apenas nueve meses en el cargo, o internacional, como la más que presumible salida de Thielemann y su Staatskapelle de Dresde del Festival de Pascua de Salzburgo, porque la intención del nuevo director artístico del asunto es retomar a los Berliner con Petrenko. Ay los egos. Como no podemos vivir sin chorradas, también las hay, a ver qué se han creído. La última es de la Sinfónica de Euskadi, que inaugura una nueva clase de concierto: el concierto enigma. Ellos lo llaman “Expectativa” que queda mejor, pero según se recoge en Scherzo, parece que del programa de su primer concierto solo se conoce una obra, el estreno de Navigare necesse est, de Mikel Chamizo. ¿Qué van a tocar en el resto del programa? Chi lo sa. Lo de jugar a esta intriga de “pague usted por escucharme a mí, aunque no sepa lo que va a escuchar” era ya un clásico en los tiempos de Gulda (aunque se podían hacer algunos pronósticos sin temor a equivocarse mucho) y es verdad que en los recitales lo de “programa a determinar” se da con cierta frecuencia. Pero una cosa es un solo artista (con el que la adivinación de lo que va a tocar puede hasta ser sencillo) y otra una orquesta cuyos músicos han de estudiar y ensayar un repertorio concreto, no una panoplia de obras para decidir a última hora cuáles se tocan. Se ve que la Sinfónica de Euskadi cree que con el suspense habrá más público. El firmante, qué quieren que les diga, lo duda. Así que veremos si la expectativa del enigma tiene final feliz o el personal pasa de convertir un concierto en una película de Hitchcock. Y se nos viene encima la nueva temporada de ópera, aquí y allende las fronteras. Aquí empezamos con el Don Carlo de Verdi nada menos. A ver si no nos sacan a Felipe II de lagarterana, que por el camino que llevamos, igual hay que darse por satisfecho. Por ahí fuera las perspectivas no son mejores, vean si no la ilustración que encabeza este artículo y que corresponde a la próxima producción de La Traviata en el Palais Garnier de París (http://revopera.com/la-traviata-opera-paris-garnier-simon-stone-yende-bernheim/?fbclid=IwAR3j1XPLF3tgKtJJ3ogCVesK7jz1aoHo0ppMdcsFEbMTXxBPTeyLaag51cM). Claro, tras el payaso de Tannhäuser en Bayreuth había que esperar el siguiente paso, y ya lo tenemos aquí. Es lo que tiene el “oye, yo más que tú, ¿eh?”

En otro orden de cosas, y frente a tanta tontería, da gusto comprobar que sigue habiendo gente inteligente sobre el planeta. Scherzo publicaba en su web (parcialmente) la entrevista que aparece en el nº 354 de la revista con la joven directora Mirga Gražinytė-Tyla, nombrada recientemente titular de la City of Birmingham Symphony Orchestra, que en su día comandara Sir Simon Rattle y más recientemente Andris Nelsons. Admirable el sentido común de esta mujer, que, interrogada por la sempiterna cuestión del género, declara: “Mi hermano, que estudia composición en Vilna, me dice que ahora hay cada vez más chicos y hombres que sufren discriminación de género. Tengamos cuidado de no olvidarnos de ellos cuando nos centramos en el objetivo de dar las oportunidades adecuadas a las chicas y las mujeres. Ojalá avancemos hacia una cultura de verdad donde las cuestiones de género no determinen nuestra felicidad. (…).” Alguno debería tomar nota. Porque lo cierto es que el mundo parece haberse vuelto majadero por completo en muchas cosas, y la música y los músicos están sufriendo con ello. Los lectores que se manejen razonablemente bien en inglés pueden leer el espeluznante artículo de Kate Wagner (https://thebaffler.com/salvos/strike-with-the-band-wagner) en relación con el reciente conflicto en la Sinfónica de Baltimore y las reflexiones que la autora deriva del mismo. El subtítulo (“los fallos meritocráticos de la música clásica”) lo explica casi todo, pero Wagner ofrece algunos relatos que resultan descorazonadores. Como ella misma señala, el peor quizá es el de una violinista de 27 años, que había trabajado duro, había acudido a los mejores conservatorios (contrayendo una deuda de crédito para educación cercana a los 100.000$, que esperaba terminar de pagar cuando cumpliera los 40) y había “ascendido” de los violines segundos a los primeros hasta terminar en la Sinfónica en cuestión. Pero ahora el sindicato se negó a aceptar el draconiano recorte del 20% de los ingresos propuesto por la gerencia, que ha dejado a la orquesta sin trabajo y sin sueldo. Ella, señala Wagner, “había hecho todo bien”, pero esto es lo que ha encontrado. ¿Qué demonios estamos haciendo? Pues igual la respuesta, al hilo de esta sociedad que ha decidido dimitir del pensamiento, arrinconar el esfuerzo, ahorrarse la reflexión y enterrar el espíritu crítico, está en este ilustrativo artículo del diario El Mundo (https://www.elmundo.es/papel/historias/2019/09/03/5d6ea47d21efa076048b4612.html), en el que, con el título de «la sociedad del sandwich mixto», poniendo al susodicho como paradigma de la comida mediocre, se comentaba la aparición de un libro que promete, titulado Mediocracia, cuando los mediocres llegan al poder, de Alain Denault. Creo que le sobra razón a Denault cuando denuncia “El sistema no quiere a un maestro que no sepa ni usar la fotocopiadora, pero menos aún aceptará a un maestro que cuestione el programa educativo tratando de mejorar la media. Tampoco admitirá al empleado de una empresa que intente mostrar una pizca de moralidad en una compañía sometida a la presión de sus accionistas. Traslade el modelo a cualquier otra profesión y encontrará un panorama con profesores universitarios que en lugar de investigar rellenan formularios, periodistas que ocultan grandes escándalos para generar clics con noticias de consumo rápido, artistas tan revolucionarios como subvencionados y políticos de extremo centro. Ni rastro del orgullo por el trabajo bien hecho.” Como diría el castizo con sorna: “cero grados, ni frío ni calor”. Pero el adocenamiento al que nos conduce este torrente de mediocridad intelectual es algo ante lo que hay que rebelarse. En esta línea, y en lo que a la música se refiere, el blog de Norman Lebrecht recogía recientemente un interesante artículo de Tim Page sobre el papel de los críticos y la perspectiva actual y futura de los mismos. Page cita una enjundiosa frase del compositor Virgil Thomson que se explica sola: “Probablemente la crítica es inútil. Ciertamente, es con frecuencia ineficiente. Pero es el único antídoto contra la publicidad pagada.” Y, añado yo modestamente, más aún en un momento en el que la publicidad pagada no se presenta sólo como tal, sino muchas veces con el disfraz de noticia o información (esos publirreportajes que no se titulan como tales, pero lo son), que es digerida con pasmosa presteza por un público dominado por la pereza acrítica y porque no tiene formación e información suficientes para separar el grano de la paja. Carencia que, a este sistema de mediocracia, naturalmente, le interesa muy poco que cambie. El crítico que haga razonablemente bien su labor tiene, creo, un papel indudable en la divulgación y en la conformación de, al menos, un germen de lo que, debidamente evolucionado, debe devenir un sólido criterio de valoración para el buen y bien informado aficionado. Para que el público camine algo más allá de la mera reacción emocional. Y para evitar que la publicidad penetre sin filtro alguno elevando lo mediocre a una falsa excepcionalidad, como tantas veces ocurre ahora. Aunque sea idealista, utópico y por supuesto pésimamente remunerado, o no remunerado en absoluto, hay que seguir en ello. De lo contrario, la riada de la mediocridad y el adocenamiento nos arrollará sin remedio. Y entonces si que, con todos los respetos, estaremos listos de papeles. Ese, y no el pobre sándwich mixto, sí sería un sándwich deprimente.

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