Rafael Ortega Basagoiti

Mahler y Gerhaher: el alemán deslumbró de nuevo

Madrid. Teatro de la Zarzuela. XXVI Ciclo de Lied. Christian Gerhaher, barítono. Gerold Huber, piano. Mahler: Lieder eines fahrenden Gesellen; Des knaben Wunderhorn (selección) Kindertotenlieder.

Se abría la vigésimo sexta edición (se dice pronto) del ciclo de lied que lidera con mano maestra Antonio Moral y que mantiene (al lleno del lunes me remito) al público entusiasmado y fiel. Con toda lógica, habría que añadir, porque son ya muchas las actuaciones sensacionales presenciadas en el ciclo en cuestión, y la del lunes, primera de las dos que protagoniza en este ciclo el barítono alemán Christian Gerhaher (ambas dedicadas a Mahler), fue una más de ellas. Si el año pasado nos deslumbró con El Canto del cisne schubertiano, este año nos ha dejado una delicia tras otra en la selección mahleriana ofrecida. Me referí el pasado año desde este mismo blog a su timbre casi tenoril, manejando magistralmente el falsete en el registro agudo, como hacía su maestro Fischer-Dieskau, a quien uno, si cierra los ojos, pareciera escuchar, particularmente cuando la voz se mueve en esa región del registro y a media voz. Voz que es capaz del susurro, casi hablado, en algún momento cercano a eso en lo que Schönberg se explayaría más tarde en su canto expresionista. Pero que también es capaz, como lo era su mencionado maestro, de la rotundidad, donde brilla con cuerpo y sin estridencia. La partitura pianística en muchos de los lieder de Mahler está elaborada con tal maestría que uno olvida con relativa facilidad la orquesta, pero el pianista tiene ante sí una tarea complicadísima: desplegar todo el colorido orquestal sin dejar de ser el compañero y soporte de la voz. Lo consiguió de forma excepcional una vez más Gerlod Huber, con quien Gerhaher se entiende de manera perfecta. Muchos momentos para recordar en el concierto del lunes, porque si la dicción fue perfecta, la expresión, la elegancia y la variedad de colores no le fueron a la zaga. Elegante fue Ging heut margen, contrastada y casi amargamente paródica Der Schildwache Nachtlied, e intenso y dramático el recorrido por los cinco Kindertotenlieder, esas Canciones sobre la muerte de los niños que cerraban el recital y en las que Gerhaher ofreció una sobrecogedora interpretación, alejada de artificio y hermosísima en un dolor transmitido con tanta calma como profundidad. El éxito fue, como el pasado año, clamoroso, y el regalo no pudo ser más oportuno: Urlicht, el cuarto movimiento de la Segunda Sinfonía del propio Mahler, escrito originalmente para contralto y que raramente se escucha en versión con piano. Por curiosa coincidencia esta misma semana la Orquesta Nacional de España abre su temporada justamente con esa Segunda de Mahler bajo la dirección de Christoph Eschenbach. Tal como dije el año pasado, el ciclo de Lied, que goza de inmejorable salud, no podía empezar mejor. Una recomendación: si pueden, no se pierdan la segunda entrega de este Mahler de Gerhaher, prevista para el 13 de enero próximo.

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