Me entristece un tanto (y no es que tenga mucho mérito, bastaba ver los antecedentes, como comenté en el artículo previo al concierto que escribí para Scherzo: https://scherzo.es/prosit-neujahr-calentando-motores-para-el-concierto-de-ano-nuevo-en-viena/) haber acertado en mi vaticinio, en el sentido de que se iban a escribir bastantes tonterías en relación con el concierto vienés de año nuevo.
Para empezar, están quienes desprecian olímpicamente el evento como algo de escasa entidad y calidad. Entiéndanme bien. No hablo de aquellos a quienes, simplemente, no les agrada este tipo de música, opinión muy respetable en todo caso. Hablo de los que se refieren con desprecio al evento. No sé bien si quienes así lo catalogan lo hacen simplemente porque es un espectáculo de música clásica visto por millones de personas (y a algunos la unión de los conceptos música clásica y millones de personas les chirría), porque el propio carácter ligero, desenfadado y sonriente de la música que en él se interpreta les resulta excesivamente ayuno de severa circunspección, o porque algo dirigido al solaz y entretenimiento debe ser olímpicamente despreciado por vulgar y poco serio. Ellos se lo pierden, por supuesto, pero conviene quizá anotar, además, que en su desprecio, olvidan que el talento de Johann Strauss fue decididamente admirado por alguien tan poco dado al ditirambo y, en cambio, bastante proclive a zaherir colegas, como Richard Wagner, además de por el propio Brahms (dedicatario de uno de los valses ofrecidos, como señalé en mi reseña para Scherzo) y por Richard Strauss, que, sin parentesco alguno, no dudó (repito la autocita) en emplear un motivo de uno de los valses de Josef Strauss para el final del segundo acto de su ópera El caballero de la Rosa. Profundizar en el análisis del despropósito de despreciar un concierto porque esté diseñado para entretener es algo que, francamente, me da pereza, de forma que los lectores me disculparán si en este epílogo omito tal penitencia. Me da tanta pereza el estereotipo de que la música clásica tiene que ser en todo caso seria y severa, como el de que tiene, sí o sí, que relajarte. No me imagino yo relajado con la Séptima de Shostakovich, francamente, ni con el Requiem de Verdi. Más allá de ese desprecio apriorístico, que me parece una sandez a medio camino entre lo snob y la arrogancia pseudointelectual, están los disparates varios sobre el evento concreto del otro día. Cuando algo es tan mediático como el Concierto de Año Nuevo, todo bicho viviente, sepa o no de la materia, coge la guitarra, se pone a escribir, se viene arriba y nos regala una cadena de perlas estupefacientes con el mayor desparpajo. Los hay para todos los gustos. Por ejemplo, hay quien ha dicho que el concierto lo veían mil millones de personas (que es la audiencia potencial, o sea la población de los noventa y tantos países que lo retransmiten) cuando la audiencia real no pasa (y ya es bastante) de 55. Hay también quien ha dicho que una de las novedades es que Nelsons “es muy joven, tiene 41 años”, y “es letón”. La autora del artículo donde se dice esto último, de la cadena SER (https://cadenaser.com/ser/2020/01/01/cultura/1577877800_147822.html), sin duda ha olvidado que Dudamel, con 36 años, ha sido hasta ahora el más joven (aunque sin especial tino) en dirigir el invento. Y quizá se le ha pasado también que otro letón, Mariss Jansons, dirigió el mismo, de forma extraordinaria por cierto, hasta en 3 ocasiones (2006, 2012 y 2016), de manera que lo de “un director letón” no es, lo que se dice, una novedad. Se han vertido ríos de tinta e innumerables titulares sobre el hecho de que el arreglo de la Marcha Radetzky quedaba oficialmente arrinconado. El siempre inquieto y rompedor Nikolaus Harnoncourt abrió el concierto de 2001 con la versión original de la Marcha en cuestión, que si no se ha establecido es porque en cuanto a orquestación queda sosilla. Ejecutó también el arreglo que se interpretaba tradicionalmente, con orquestación más vistosa, al final del mismo. Tuvimos ese año dos Marchas Radetzky por el precio de una. Pero, ay madre, de repente ha salido a la luz algo a lo que, como dicen los chavales ahora, no le había prestado atención “ni Peter”: el arreglo tradicional se debía a Leopold Weninger, y hete aquí que el sujeto fue a la sazón miembro del partido nazi. Conocida la mancha, urgía el detergente. El anatema no se hizo esperar, la “incomodidad” de la orquesta se hizo patente en la presentación del concierto, explicando que el arreglo que se iba a ejecutar era uno nuevo que sería iniciativa de la orquesta como grupo (es decir, no firmado por alguien concreto) y quedando como los ángeles con la pátina desnazificadora que, cual nuestros académicos, limpia, fija y da esplendor. Los titulares (y más que los titulares), estaban asegurados. Y no quiero ser malvado, pero no descarto que esa búsqueda del titular fuera intencionada, tal vez en la seguridad de que se iba a volver (como así ha sido) con el cansino mantra de que el concierto nació en la época nazi. Aguardábamos ansiosos la interpretación de la nueva versión de la archiconocida marcha, y al menos el que firma (y me parece que no estoy solo), se quedó con un palmo de narices tratando de rebuscar las diferencias del arreglo nuevo con el proscrito, búsqueda que seguramente requerirá varias escuchas y la lectura de las partituras correspondientes (la del nuevo arreglo no está disponible públicamente, que yo sepa) antes de dar sus frutos. Eso sí, todo el mundo se puso estupendo con la desnazificación, y alguno se vino arriba, ay el entusiasmo navideño, llegando a titular (la cadena radiofónica antes mencionada) que “El concierto de Año Nuevo defiende la memoria histórica”, en lo que viene siendo la emulación, en términos de titular, del número de la cabra y la trompeta. Ya puestos en plan estupendo, ¿por qué detenerse en el arreglista? No hombre, no. El primer gran culpable era Radetzky, al que los italianos “deben miles de muertos” (afirmación que leí el otro día en una red social). Así que ya está: hay que acabar con Radetzky. Podemos proponer que en adelante interpreten Suspiros de España, aunque igual eso queda muy cañí y no da mucha pasta (más sobre el asunto crematístico después). Y luego, amigos míos, viene el concierto. Los de la guitarra que se habían venido arriba andan ya por los últimos pisos de las torres esas enormes de la Castellana. Primero están las disquisiciones sobre la fealdad del traje de Andris Nelsons. Que sí oiga, que el traje ese de terciopelo era muy feo, parecía hecho por sus propios enemigos, era más feo que un frigorífico visto por detrás, pero dejemos eso, por favor, para la crónica rosa, no permitamos que se convierta en el protagonista del concierto, a ver si nos hemos olvidado ya de qué va esto. Y ojo, que no niego con ello el derecho a las opiniones, líbreme Dios. Ya decía Harry el Sucio, respondiendo de manera contundente al tonto de su teniente (ya saben lo que me acaba de salir), aquello de que “las opiniones son como los culos: todo el mundo tiene una”. Pero cuando se escriben críticas musicales en los medios, conviene dejar la anécdota en lo que es, anécdota, y centrarse en la cosa musical, sobre todo si quien está al frente del tinglado es una de las mejores batutas del planeta y está desarrollando un trabajo estupendo, más allá de que la categoría de algunas obras fuera más bien discreta, de esas que invitan a recordar lo de las peras y el olmo. Porque al final es eso, el trabajo musical que se está desarrollando, el que debe ser el núcleo del comentario. El resto debería quedarse en descripción puntual de la anécdota. Luego está el apartado de la discusión sobre el perímetro abdominal de Nelsons, que también se ha llevado lo suyo. Vuelvo a lo mismo, no debería pasar de lo anecdótico. Peor me parece que al físico le atribuyan unos movimientos feos (estoy en total desacuerdo con ello, pero volvemos a lo mismo, son opiniones) o, peor aún, hasta inadecuados, técnicamente hablando. La discusión sobre la gestualidad de los directores podría ocupar un libro entero, porque hay muchos y muy variados ingredientes en juego. Furtwängler marcaba como si le hubiera dado el baile de San Vito, y es bien conocida la anécdota de que a un miembro de la Filarmónica de Berlín le preguntaban cómo adivinaban cuándo entrar, y contestaba aquello de “tras la decimotercera contorsión preliminar”. Claro está que igual Furtwängler era malo, mire usted por dónde. Richard Strauss marcaba con una precisión total, pero la expresión de su cara más valía no mirarla, porque en ese caso corría uno el peligro de dormirse. El propio Strauss decía aquello (defendido de manera rotunda por otros) de que las dos manos no debían indicar el compás a la vez… y sin embargo Bernstein defendía que eso es una estupidez. Carlos Kleiber era, creo que aquí todo el mundo coincide, un genio, pero marcaba sólo cuando lo veía imprescindible. Sus manos, su cara, su batuta, estaban dedicadas, y más en los dos conciertos vieneses que dirigió, a otra cosa. Dicho sea de paso, como en buena medida Nelsons el otro día. Quizá porque él mismo confesó que su mentor Mariss Jansons, este mismo año, le había aconsejado “deja tocar a la Filarmónica de Viena”. Lo que parece muy lógico además de sabio, porque para esta orquesta los Strauss son como para cualquier humano el café con tostada de la mañana. Y Jansons sabía muy bien lo que hacía. Mehta declaraba hace no mucho en una entrevista que Swarowsky (su maestro, y el de Abbado o López-Cobos entre otros) nunca les enseñó técnica gestual. Y, por otra parte, cada obra, según la orquesta y muchos otros condicionantes, “pide” una cosa concreta. Les aseguro que he visto a Nelsons dirigir obras de estreno y marcar con una precisión absoluta sin dejar fuera el mínimo detalle. Y tampoco es lo mismo una orquesta de primera clase como esta, y menos tocando ese repertorio, que una de estudiantes o profesionales que empiezan y que tocan una obra por primera vez. El otro día, con los Strauss y los filarmónicos vieneses, creo que Nelsons acertó de pleno expresando con sus gestos (de una claridad meridiana; he leído que eran confusos, y francamente, podremos discutir sobre su estética, pero que este hombre es clarísimo dirigiendo, me parece que eso queda fuera de debate) otras cosas. Creo, y no es por “marcarme el tanto”, que he sido el único en referirme en mi crónica a su mirada. Y he visto a muchos preocupados por si sus brazos estaban demasiado altos, o marcaban esto o aquello, pero pocos hablando de lo mucho que expresaba su lenguaje facial, de la energía que transmitía y de la multitud de matices que sugería. ¿A que ahora parece que lo del traje de terciopelo o el índice de masa corporal importa menos?
En fin, para terminar este apartado y antes de entrar en el del futuro, ha habido menciones, aunque no demasiadas, al repertorio. Y creo que ahí Nelsons jugó en desventaja. Repasando la última década, el letón fue, junto a Barenboim en 2014, quien incluyó más novedades (9), siendo Muti, con siete, el que se acercó más. Lo más habitual es que las obras ejecutadas por primera vez en el concierto de año nuevo sean entre cuatro (Prétre, 2010) y seis (Prétre 2008, Jansons 2016, Dudamel 2017 y Thielemann 2019). Este número, lógicamente, debería ser cada año un poco inferior, porque van pasando los conciertos y el espacio para la novedad disminuye. Obviamente también, como señalé (y aquí no estuve solo) en la reseña para Scherzo, algunas de estas novedades eran partituras de segundo nivel, y ahí, el brillo del concierto se resiente, por muy bien que lo haga -que lo hizo, desde luego- el director de turno, Nelsons en este caso. Por muy bien que cuidemos el olmo y lo tengamos lustroso, no va a dar peras, y la polca Flor de Escarcha de Eduard Strauss, por coger un ejemplo, por bien tocada que esté, jamás será como la Libélula de Johann Strauss, por poner un ejemplo de similar género (la polca mazurca) que está a años luz. Hay que tener en cuenta una cosa: cuando en un repertorio limitado (como es el caso), un concierto discurre durante 80 años y hay obras que no han salido a la luz, las probabilidades de que su calidad sea discreta son… grandes. De hecho, cuantas menos quedan, más son las probabilidades de que acabemos pensando, como en este caso (se me viene a la cabeza además de la mencionada polca, la Marcha Liechtenstein de Josef Strauss), que estaban mejor descansando en la estantería.
Luego está el debate sobre quiénes han sido los mejores y los peores. Hay coincidencia general en ensalzar los dos de Kleiber (1989 y 1992) y el de Karajan (1987). El resto ya es objeto de debate. Personalmente, creo que los dos de Harnoncourt (2001 y 2003), los de Prétre (2008 y 2010), los tres de Jansons (2006, 2012 y 2016) y el de Thielemann (2019) se encuentran entre lo mejor, seguidos por los dos de Barenboim (2009 y 2014). No me fascinaron los de Mehta (2015), Dudamel (2017) ni Muti (2018), que tampoco me había encandilado en sus presencias anteriores. Y me parecieron un pestiño soporífero en el que me aburrí de manera soberana (no me he aburrido tanto en un concierto de año nuevo desde que los recuerdo, y hace muchos años de eso, muchos) los dos de Welser-Möst (2011 y 2013), apodado por algunos, con tanta maldad como acierto, Franz, no other worst. Pero todo esto es, por supuesto, opinión muy personal. Ese debate abre a su vez otro, el de la presencia de Muti el año que viene, en su sexta aparición, que le convertirá en el director más frecuente del concierto tras su fundador, Clemens Krauss, el inolvidable Willy Boskovsky, y Lorin Maazel, que tras el concertino de la Filarmónica empalmó un buen puñado de presencias consecutivas. Puede causar sorpresa (a mí al menos me la produce) la elección de Muti, que más allá de la hierática expresión facial y su lejanía al componente visual del espectáculo, resulta a menudo demasiado rígido en el manejo del rubato y la flexibilidad agógica que demanda este repertorio. Hay muchos directores jóvenes que podrían tener una oportunidad (Nelsons es uno destacado, pero no olvidemos a gente como el colombiano Orozco-Estrada, que hace una labor estupenda ahora en Frankfurt y que será titular de la Sinfónica de Viena a partir de 2021, por no hablar del revolucionario Currentzis o del director del Met, Nézét-Seguin), pero es que ¡hay veteranos que aún la aguardan! Parece difícil de entender (se ha mencionado al difunto Previn que no fue invitado) que gente como Bychkov, Chailly o Rattle, los hermanos Fischer (Adam e Ivan), ambos alumnos en Viena del mencionado Swarowsky, o el flamante nuevo titular de la Filarmónica de Berlín, Kirill Petrenko (aunque puestos a eso, cabe recordar que al bueno de Karajan apenas le invitaron un par de años antes de su muerte), estén aún a la espera. Tampoco pasaría nada porque repitiera el mismo Thielemann. Todos, creo que con la excepción de Petrenko, han visitado, y con cierta asiduidad, el podio de la Filarmónica de Viena (y algunos de ellos también el foso de la Ópera de la capital austriaca), y no lo han hecho precisamente mal… Pero quizá la clave esté… donde acostumbra: poderoso caballero. En este artículo (https://slippedisc.com/2020/01/the-money-behind-viennas-new-years-day-concert/), Norman Lebrecht explica con detalle que el inminente desembarco de Bodgan Roscic, gran jefe de Sony Classical, como Director de la Ópera Estatal de Viena (en cuyo foso se sienta, como saben, la Filarmónica) ha tenido mucho que ver en que, según comenta, fuentes de la orquesta hayan declarado que Sony (que comercializará en los próximos días el concierto del día 1 en varios formatos) les ha pagado una “cantidad record” en concepto de anticipo de derechos. Apunta también que Sony, ayuna en su nómina de nombres de directores orquestales, haya querido apuntalar con este concierto de Nelsons (cuyo contrato es con Deutsche Grammophon) lo único que estos días garantiza ventas estelares inmediatas, al menos en Asia: el concierto de año nuevo. Porque parece que Nelsons, además, vende, y mucho, en Asia. Y precisamente esa podría ser la razón de la elección de Muti por parte de la orquesta para repetir el año próximo: que vende mucho en Asia, especialmente en Japón. Y lo de la pasta llega a todas partes. Mi muy recordado señor sinónimo (los habituales de este blog saben a quién me refiero) hace gala del apodo que le puse y se ha asegurado la caja: en el Real, los conciertos de año nuevo ofrecidos por su orquesta de bolo a precio de lujo y honorarios de calderilla fueron de doble sesión: a las 5 y a las 8. Y naturalmente, fueron de valses, que es lo que la gente busca y paga. Nada de “Suspiros de España”.
Ahí les dejo todas estas reflexiones, junto una serie de reseñas del concierto en distintos medios, incluida la mía propia para Scherzo.
Rafael Ortega -Scherzo: https://scherzo.es/concierto-de-ano-nuevo-disfrutando-con-nelsons/
Justo Romero – Beckmesser.com: https://www.beckmesser.com/critica-nelsons-es-muy-buen-trompetista/
Arturo Reverter – Beckmesser.com: https://www.beckmesser.com/critica-nuevos-aires-vieneses-de-nelsons-en-ano-nuevo/
Pablo L. Rodriguez – El País: https://elpais.com/cultura/2020/01/01/actualidad/1577880082_806450.html
Benjamin G. Rosado – El Mundo: https://www.elmundo.es/cultura/musica/2020/01/01/5e0c9c75fc6c831d288b458c.html
La Vanguardia: https://www.lavanguardia.com/cultura/20200101/472666521432/concierto-ano-nuevo-beethoven-marcha-radetzky-nazis.html
Alberto González Lapuente – ABC:
Norman Lebrecht: https://slippedisc.com/2020/01/the-money-behind-viennas-new-years-day-concert/
Hola Rafael, absolutamente de acuerdo y además me lo he pasado de miedo leyendo lo escrito. Qué solemne estupidez mezclar lo del nazismo con la Marcha y todo lo que se ha desarrollado alrededor. Enhorabuena.. y muchas gracias por ilustrarnos a la vez que nos entretienes. Un abrazo.
Hola Ana, Muchas gracias por tus palabras. Me alegro mucho que te haya divertido y que hayas encontrado el comentario ilustrativo además de entretenido. ¡Eso es justamente lo que pretendo! Es que lo del nazismo en el origen de este concierto ya cansa, la verdad. Cualquiera que les lea parece que cada 1 de enero vemos un desfile de esvásticas, qué demonio. Fueron un horror, siempre he sido el primero en decirlo, pero de ahí a que 80 años después la cuestión siga siendo el leitmotiv del tema…, a mi al menos me resulta cansino.
Ojalá que con esos «gestos de cara a la galería» se pudiera evitar alguno de los múltiples horrores que nos rodean en este mundo. Lamentablemente son eso, «gestos y postureos para no sé muy bien qué» pero que no van a ningún sitio y además, coincido contigo, no noté ninguna diferencia, absolutamente.. ninguna. Es cansino.
Encantada de leer tus artículos como siempre y aprender tanto. Feliz año 2020.
Gracias a ti por disfrutarlos, feliz 2020
Rafa, los dos enlaces que has puesto de Justo Romero y Arturo Reverter son el mismo y llevan a la crítica de Justo Romero
Gracias Luis, corregido
Totalmente de acuerdo… a veces me has leido el pensamiento – aunque en algunas cosas no llega ( de lo de Muti, no sabía).
De la nueva versión Radetzky, de la que mi vulgar oido no notó ninguna diferencia con la anterior… imagino que los derechos de autor irán a la orquesta…y me parece bien.
Gracias Rafael.
Jajaja lo de leerte el pensamiento… ya sabes que no es la primera vez… sobre lo de Radetzky, creo que casi todos nuestros (musicales) oidos estamos igual. Pero es lo mismo: ya estamos felizmente «desnazificados»…