Madrid, Teatro Real. 2-II-2020. Mozart: La flauta mágica. Andrea Mastroni (Sarastro/Orador), Stanislas de Berbeyrac (Tamino), Aleksandra Olczyk (Reina de la noche), Olga Peretyatko (Pamina), Elena Copons, Gemma Coma-Alabert, Marie-Luise Dressen (Tres damas), Catalina Peláez, Celia Martos, María Guzmán (Tres niños), Andreas Wolf (Papageno), Ruth Rosique (Papagena), Mikeldi Atxalandabaso (Monostatos), Antonio Lozano, Felipe Bou (Dos hombres con armadura). Fortepiano y glockenspiel: Ashok Gupta. Coro y Orquesta del Teatro. Director musical: Ivor Bolton. Directores de escena: Suzanne Andrade y Barrie Kosky.
Pocos meses antes de su muerte escribía Mozart esta “ópera alemana”, como él mismo la denomina en su catálogo, que constituye, como señala con acierto Joan Matabosch en el artículo correspondiente del programa de mano, un “cuento moral alegórico en el que Sarastro nos conduce a la búsqueda de la verdad a través de un proceso en el que la razón, el amor, el coraje y la lealtad” sustituirán al “instinto, el miedo, la tiranía y la sumisión”. Cuento en el que la fantasía y el humor dan la mano al mensaje filosófico y humanista, el elogio de la Ilustración y las muchas veces mencionadas y bien evidentes resonancias masónicas, me temo que por desgracia bastante difuminadas en lo que acabamos de ver. Diseñada, como El Rapto en el serrallo, como un singspiel, con amplio contenido dialogado (en un libreto, el de Schikaneder, bastante entretenido), La Flauta mágica está plagada de maravillas musicales que no nos cansamos de admirar. Hace ahora cuatro años que el Real ofreció esta misma propuesta escénica, también con dirección musical de Bolton. Lo primero que habría que preguntarse es si es razonable repetir, en tan breve plazo, la misma producción. Personalmente, y más teniendo en cuenta los precios del Real (que estos días se excusa por los mismos en el recorte del dinero público), me parece excesivamente prematura. Una cosa es reponer producciones de hace diez años y otra repetir algo que, como aquel que dice, hemos visto anteayer y aún tenemos en la retina. Naturalmente, la crítica madrileña, como pueden comprobar por los enlaces que incluyo al final de este comentario, no participa de esta opinión. De hecho, algún colega estima que esta producción debería repetirse cada cuatro años, algo que el que suscribe prefiere no pensar que pueda llegar a ocurrir. Repasando lo visto y oído ayer, creo que lo mejor vino de un reparto vocal que en esta ocasión me pareció más sólido que en la anterior. Solidez, en efecto, tuvo el excelente Sarastro de Andrea Mastroni, majestuoso y de gran presencia vocal, con mucha solvencia en los comprometidos descensos a las notas más graves del registro. Excelente también Peretyatko, que fue de menos a más y brilló en su expresiva aria del suicidio. Es la suya una bonita voz que ayer fue manejada con sensibilidad y elegancia, pero sin blandenguería. Barbeyrac empezó inseguro y con la entonación no muy bien colocada, pero más tarde alcanzó un notable nivel, con buena presencia vocal y fraseo expresivo, muy bien en el aria del retrato, aunque no suficientemente ágil, en cambio, en el aria Wie stark ist nicht dein Zauberton. Suficiente Wolf como Papageno, con buena vis cómica y voz que no deslumbra pero que se maneja con solvencia. Notable y graciosa la abreviada (al omitirse el diálogo su participación se limitó al cómico dúo con Papageno) presencia de Rosique como Papagena. La polaca Olczyk tiene el volumen y el registro suficientes para las endemoniadas intervenciones de la Reina de la Noche. Estuvo bastante fina y precisa en las agilidades, aunque la entonación en el registro más agudo se quiebra algo cuando vibra. Ejemplar el Monostatos de Atxlandabaso, impecables las tres damas y los tres muchachos (muchachas, en realidad) de los pequeños cantores de la JORCAM, y también los dos hombres con armadura. La crítica madrileña ha elogiado la dirección de Bolton, como ya hizo en su día. Me temo que vuelvo a introducir aquí un desencuentro. El británico se acerca a la partitura con criterio históricamente informado, algo del todo encomiable. Nada que objetar a la limitación del vibrato en la cuerda, la utilización de baquetas duras y otros elementos historicistas, porque hemos padecido demasiado tiempo mucho Mozart postwagneriano y mortecino, y ya es hora de que esta música recupere la vitalidad y energía que posee. Dicho esto, Bolton es con frecuencia demasiado proclive al apresuramiento y la tosquedad. La obertura tuvo más de un ataque impreciso (algo a lo que su gesto, enérgico pero no siempre claro, tampoco ayuda) y el balance cuerda-viento no siempre fue el debido, sufriendo la primera, en este sentido, más de la cuenta. El coro final del primer acto fue planteado a tal velocidad que coro y orquesta terminaron desajustados. La cosa mejoró bastante en el segundo acto, pero pensaba y sigo pensando que Bolton está lejos de ser el director mozartiano ideal que el Real insiste en presentar.
Queda para postre el asunto de la escena. El planteamiento de esta producción de la Komische Oper de Berlín es un homenaje al cine mudo, bastante simple: un telón con puertas y plataformas giratorias insertadas sobre las que se sitúan los cantantes (naturalmente inmóviles en las mismas, dado que apenas tienen el espacio justo para servirles de apoyo). Sobre el telón, se proyectan imágenes diseñadas, desde luego, con gracia e imaginación, que se alternan con textos que reemplazan al diálogo, omitido por completo. Mientras se proyectan tales textos, el fortepianista ejecuta las Fantasías K. 397 y 475 de Mozart (obras por cierto en absoluto conectadas con la obra en la que se han insertado). El movimiento escénico, salvo para momentos puntuales en los que los cantantes (algunos, porque otros no llegan a tener la oportunidad) se sitúan delante del telón, es nulo. A algunos cantantes incluso apenas se les ve, caso de la Reina de la Noche, apenas visible su cabeza por una pequeña abertura en el telón, porque su cuerpo es el de una araña cuya imagen es proyectada sobre el telón. ¿El resultado? Las imágenes tienen su gracia, desde luego, y es cierto que esa mezcla de cuento alegórico de la obra abre muchas posibilidades a las propuestas escénicas, algo que, en los tiempos que corren, es terreno abonado para que el escenógrafo de turno diga aquello de “¡esta es la mía!”. Pero, personalmente, me resultó pobre la idea en su día, y me ha vuelto a resultar pobre ahora. Quienes prefieran una Flauta abreviada desde luego agradecerán esta, porque, eliminado el diálogo, la cosa apenas llega a las dos horas y cuarto. Pero el diálogo de La Flauta mágica tiene muchos elementos de comicidad (se habló de Papagena, pero no es el único) que aquí están ausentes y no logran ser sustituidos con éxito por la proyección de imágenes. Ya no les digo nada respecto al contenido y las resonancias masónicas y filosóficas de la obra. La idea queda un tanto plana y rígida, y por ende cansina. Como diría la canción infantil: “Bartolo tenía una flauta, con un agujero solo”. Pues eso. Esta flauta era tan pobretona que solo tenía un agujero. Claro que por ese agujero se escaparon unas cuantas cosas. Para quien esto firma, demasiadas.
Críticas La Flauta Magica en la prensa:
El Español – https://www.elespanol.com/cultura/escena/20200120/flauta-magica-mozart-no-pasaria-examen-parental/460954512_0.html
El País – https://elpais.com/cultura/2020/01/19/actualidad/1579463844_050472.html
Scherzo – https://scherzo.es/madrid-original-graciosa-y-superficial-ilustracion-de-zauberflote/
El Confidencial – https://www.elconfidencial.com/cultura/2020-01-19/la-flauta-magica-teatro-real-opera_2418164/
El Mundo – https://www.elmundo.es/cultura/musica/2020/01/19/5e24d510fc6c8356788b45cf.html
La Razón: https://www.larazon.es/cultura/20200120/o6aqrewhdndrdl7x2ula2geodi.html