Rafael Ortega Basagoiti

Del desconcierto de hoy al concierto del mañana

Me refería hace unos días en mi último artículo para Scherzo (https://scherzo.es/blog/cuando-todo-esto-pase/ ) a la perversa combinación de incertidumbres e impotencias, aderezados con dilemas indeseables, que la pandemia está planteando para la humanidad. Y ayer mismo colgué en mi muro de facebook un par de artículos: uno que explicaba de manera bastante didáctica y rigurosa los fundamentos de la pandemia (https://medium.com/tomas-pueyo/coronavirus-el-martillo-y-la-danza-32abc4dd4ebb) y las formas de afrontarla, y otro que ponía sobre la mesa la encrucijada estratégica que está ahora mismo ante nosotros, en cuanto al planteamiento solidario o individualista, con las consecuencias que ambas alternativas implican (https://www.ft.com/content/19d90308-6858-11ea-a3c9-1fe6fedcca75?fbclid=IwAR0w0blmlN2-ZoscHxJqqvzDY_LguXm3DpUZWVWWSnQsIYXO-ZXJB-GGa2k) Se ha dicho (https://cincodias.elpais.com/cincodias/2020/03/24/opinion/1585068265_358106.html?id_externo_rsoc=FB_CC&fbclid=IwAR1LtyFOTkl65QlAZjxuGlxoTUVgGjnYK0ng82tpv4dejnvxH0YHARviudI) que la pandemia es una catástrofe natural y no una guerra. Hay razón en ello, dado que el asunto no va de ejércitos contra ejércitos o de países contra países, sino de todos contra un enemigo invisible, insidioso y, por desgracia, de imprevisibles consecuencias individuales, dado que no hay, al menos de momento, nada que nos permita predecir qué “versión”, en caso de contagio, nos afectará: si la mayoritariamente leve o la minoritaria más grave, y dentro de esa, la aún más minoritaria pero estremecedoramente letal, como mi propia familia ha tenido la desgarradora desgracia de experimentar hace pocos días.

Que no sea una guerra en el sentido estricto de lo militar, implicaría teóricamente que la recuperación económica (suponiendo una duración razonablemente limitada del problema, algo que, no obstante, está por ver) debería ser más sencilla, dado que no habría que reconstruir infraestructuras ni ciudades. Sin embargo, creo que hay algunos componentes en todo este asunto que, al menos yo, encuentro especialmente preocupantes, y que bien podrían hacer que las consecuencias de esta catástrofe fueran mucho peores, hasta posiblemente acercarse a las que podría tener una guerra, aun sin serlo en realidad.

El primero lo apuntaba Harari en el artículo cuyo enlace copié al principio. Es aterradora, y diría que inaudita, la coincidencia de estadistas de pandereta y gobernantes incompetentes que estamos contemplando con perplejidad e indignación. Algunas de las grandes crisis del siglo XX encontraron, con sus virtudes y sus defectos, a los Roosevelt, Churchill, De Gaulle, Kennedy, Adenauer y compañía. La actual pandemia nos ha obsequiado un desfile inédito de ineptos, en rigurosa fila de a uno, que nos han regalado un recital de despropósitos en cadena con los que se podría compilar un auténtico manual de esos que se titulan “Cien cosas que no se deben hacer cuando se ejerce el liderazgo en una gran crisis”, o tal vez “Cómo conseguir multiplicar un desastre en cien pasos”. Cada gobernante parece haberse embarcado con pertinaz empeño en superar los patinazos de quienes le precedieron, impartiendo continuas clases magistrales de ombliguismo, ciega ideologización y pavorosa enanez mental. Es tan asombrosa como preocupante la incapacidad que, uno tras otro, están demostrando para aprender de lo observado y reaccionar.

Anteayer me relató una amiga, destrozada, que vio morir a un amigo de apenas 66 años al que no fue posible, porque no había, aplicarle un respirador. El único disponible en ese momento se asignó a un paciente diez años más joven. Y lógico es, por cruel que resulte, que así sea. Ese es el dilema terrible al que muchos profesionales se enfrentan hoy en día en nuestro país, ante una ola que les desborda por completo. Pero una cosa es la imposibilidad material y otra, bien diferente, es presenciar, horrorizados, la resurrección de algún Mengele que propone dejar morir a los ancianos (o los no tan ancianos) como único medio de frenar esta locura. Y el tipo en cuestión no sólo no es llevado al tribunal de La Haya, que lo tienen bien cerca, sino que continúa siendo ministro, supongo que para bochorno de los holandeses bien nacidos. El frío descarte apriorístico que sugiere este impresentable ministro holandés (y alguno más, por lo que parece) lo hubieran firmado con gusto, y de hecho lo aplicaron, los más ilustres asesinos médicos (?) del régimen nazi. ¿Se nos ha olvidado ya?

Cuando la estúpida, inconsciente e irresponsable inacción de los gobernantes ha conducido a una explosión como esta, no hay sistema que sea capaz de absorberlo. No lo hay, ni sin recortes ni con multiplicaciones. Tendría que haberse producido el milagro de los panes y los peces, pero en profesionales y camas, para que esa absorción de contagiados hubiera podido ocurrir. Por mucho que los obstinados dueños del pensamiento único se obstinen en su cansina demagogia. No, la única forma de frenar esto era evitar que la explosión de contagios hubiera tenido lugar. Y eso pudo hacerse y no se hizo, por una razón escalofriante: ningún gobernante ha podido o querido aprender del anterior. Y lo peor es que, enfrentados a esta situación en España, contemplamos con estupor que algunos países (EEUU, por ejemplo) continúan silbando aires de caza, y otros (el Reino Unido que dirige el payaso del pelo desordenado) dan temibles bandazos, por no mencionar el deprimente espectáculo de los bufones brasileño o mexicano, que pueden llevar a sus respectivos países a una situación que no quiero ni imaginar.

Otro componente que, en todo este asunto, se está analizando poco, y que quizá merecería más tiempo y reflexión, es el después. Apunté algunas cosas en aquel artículo de Scherzo que antes mencioné. Pero hay, obviamente, más. El mundo, la humanidad entera, será diferente después de esto. Van a cambiar las prioridades. Van a cambiar, al menos durante un tiempo, los hábitos sociales, incluyendo la normalidad con la que, cuando las medidas se levanten, salgamos a la calle y desarrollemos nuestra actividad diaria. Se plantean, lógicamente, interrogantes. Asumiendo que, en determinado momento, aun de forma progresiva, se levanten las restricciones, ¿acudirá la gente como si tal cosa a los conciertos, especialmente los mayores de 50 años que, en el ámbito de la clásica, son probablemente la mayoría? ¿cómo se manejará la interacción dentro de los propios conjuntos orquestales y corales? ¿asumirán todos sus componentes la proximidad física durante las ejecuciones como siempre se hizo o se impondrán nuevas normas de distancia?

Hay que pensar que, con el tiempo, todo volverá a la normalidad, desde luego, pero, durante ese tiempo, habría que ir pensando ya en cómo mantener y estimular el tejido productivo de la cultura, que está ya sufriendo, y sufrirá aún más, como pocos, las consecuencias de esta debacle. Tengo sin embargo una mala noticia: si los responsables de pensar en ese futuro son los mismos cuya imprevisión nos ha traído a esta penosa situación, me temo que la confianza que podemos tener en que lleguen siquiera a pensar en esa dirección, es ínfima.

Tendrá que ser la sociedad, y en este caso particular tendremos que ser quienes nos movemos en las diferentes facetas del ámbito cultural, quienes impulsemos y reclamemos el cambio necesario, si queremos que el desgarro sufrido en este espantoso cataclismo sirva, al menos, para enseñarnos la ruta correcta. Sigamos pues el emocionante ejemplo de quienes, desde la sanidad, el ejército, las fuerzas y cuerpos de Seguridad, la limpieza o los suministros, nos están enseñando diariamente el camino a seguir. No es ese otro que el de la unión, la acción y la generosidad. En nuestro ámbito, el concierto del mañana dependerá de la estrategia y la acción de hoy. Creo que también hay razón en ello.

Que esta hermosa música de Schubert, desgranada por Vladimir Horowitz con su impagable maestría del color sonoro, ayude a la necesaria reflexión: https://www.youtube.com/watch?v=FxhbAGwEYGQ

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3 thoughts on “Del desconcierto de hoy al concierto del mañana

  1. Gran titulo, magnifico articulo, con bien traidas citas y claras y acotadas opiniones, necesarias en estos inciertos dias en los que la musica esta con nosotros de forma constante. Un abrazo Rafa.

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