Rafael Ortega Basagoiti

Al refugio

Recuerdo un cuento de aquellos de Anacleto, agente secreto, en el que unos malos malísimos cogían a Anacleto y le torturaban para que confesara con una temible amenaza: “O confiesas, o te pongo “Amanece”. “Amanece” era una canción de una cursilería subida que fue llevada por Jaime Morey a ese otro suplicio que es el bodrio eurovisivo anual, llamada sin igual para acudir al refugio con urgencia. No ganó, como era de esperar. Era evidente que al autor del cuento, “Amanece” le parecía un espanto, al punto de utilizarla como tortura de su personaje de tebeo, seguro de conseguir el deseado efecto de confesión del pobre agente secreto.

En nuestros días, una forma de tortura es castigar el buen gusto del aficionado con la pertinaz presencia de mediocridades apadrinadas por criterios de oportunidad política, mediática o ambas. El británico James Rhodes, tan mediocre pianista como excelente oportunista de la cosa mediática, ha encontrado en nuestro país un verdadero chollo. El coctel construido con su desgraciada, trágica historia personal, la cercanía ideológica al progresismo reinante, trufada del adecuado pero imprescindible (y para mí del todo incomprensible) padrinazgo del boletín oficial del gobierno y medios afines, léase El País y lo que le cuelga, ha hecho de él un fenómeno de fulgurante éxito entre un público que, con el mismo énfasis con el que se queja de los precios de la ópera o de ciertos ciclos orquestales, afloja cincuenta o sesenta euros por ver a un pianista (muy) del montón, en testimonio evidente de que su capacidad de discriminar lo bueno de lo horrible es manifiestamente mejorable.

Así que, como este año no tenemos desgracia suficiente con el coronavirus, ese maestro del marketing político (porque en eso es un maestro, reconozcámoslo; en el resto es una catástrofe, una desgracia, un cataclismo, pero como vendedor de motos sin ruedas no tiene precio) que es Pedro Sánchez (o para ser más exacto, su Rasputín particular, Iván Redondo), ha salido esta mañana a vender su particular “mascarilla con agujeros” económica, en el mejor estilo del senador de su partido que comanda la empresa que produce las agujereadas protecciones que, como ya he señalado en otras ocasiones, pierden su capacidad protectora precisamente por el orificio. Da igual, aquí lo que se pierde por el orificio da exactamente igual.

Como aquí lo importante es el postureo y la puesta en escena, hoy nos pone Iván una cadena de banderas para el mitin de su Sanchidad con Ayuso, y mañana pongo cualquier otra cosa. Para empezar, un título con mucho ringo rango: Plan de recuperación, transformación y resiliencia de la economía española. Toma nísperos. Sánchez, el resistente, el autor de manuales sobre el particular, presenta un plan que no es de recuperación, no. Tampoco es de recuperación y transformación. Es, además, o quizá sobre todo, de resiliencia.

Personalmente, cuando oigo a su Sanchidad hablar de resiliencia, se me ponen los pelos de punta, porque ese maestro del eufemismo que es este infausto presidente, no da puntada sin hilo, y la palabrita no está ahí por casualidad. En román paladino, el plan podría llamarse “plan de a ver cómo salimos de esta, cargándonos todo lo que podamos de lo que había, y, preparaos machos, que os vamos a prometer lo que no está en los escritos pero os va a tocar aguantar más que a la sábana de abajo”. Y ya se sabe que la sábana de abajo, según el peso de cada cual, tiene una justa y reconocida capacidad de resistencia. Vamos, que aguanta tela marinera.

De forma que, así como el que no quiere la cosa, su Sanchidad, con todo el boato redondero, presenta su plan y lo preludia con la aparición telemática de un pianista tocando a Beethoven, que por algo estamos en su año y por algo un arreglo de su Himno a la Alegría se convirtió en himno oficial de la UE. No podía, entre los centenares de pianistas españoles magníficos que pueblan el patrio territorio, escoger su Sanchidad a alguno de ellos para el propósito, justamente, de tocar el arreglo en cuestión. No. Tenía que escoger a Rhodes, el protegido de su pretencioso pseudoprogresismo, un pianista que, como señalaba hace poco justamente un distinguido intérprete español actual, es muy malo, pero se vende muy bien. Algo que, por cierto, le une en gran medida a su Sanchidad, que es un presidente horrible, pero es maestro de la propaganda charlatana.

La elección, ay, no es casual. Porque esconde sin duda un mensaje. El plan de “prepárate que vienen curvas”, ha venido precedido de “os vais a enterar de lo que vale un peine”, y “para muestra os va un botón”, en forma de el Himno a la alegría ejecutado (el término no es casual, se lo aseguro) por Rhodes. La primera vez que escuché a Rhodes me subió la tensión. La segunda casi me da un patatús. La tercera no la he llegado a consumar.

Si esto se lo llegan a hacer al pobre Anacleto, le da un soponcio, acaba pidiendo que le lean doscientas veces seguidas las instrucciones para rellenar la declaración de la renta y confiesa, naturalmente, que él mató a Kennedy.

Así que ya saben lo que les espera. De manera un tanto subliminal, pero ya están advertidos. Como la transformación a la que nos lleva Sánchez sea la que encarna Rhodes, vamos a tener que decir aquello que Haddock decía cuando iba a cantar la Castafiore: “¡Al refugio, va a cantar!”.

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6 thoughts on “Al refugio

  1. Totalmente de acuerdo con lo que dices, sigo llorando desde esta mañana. Qué será lo próximo: desguazar pianos?. En serio, cada día es peor. En serio, estoy muy triste..

    1. Ánimo Ana. Hay que intentar tomárselo con humor. Pero no des ideas sobre desguazar pianos. Hace muchos años comenté en una columna de humor de Scherzo una noticia que salió en el telediario. Narraba las andanzas de una pareja de artistas argentinos que propugnaban el “arte destructivista”: el recital consistía en que ella cantaba (en realidad berreaba) y él se dedicaba con ansia viva a deshacer un piano a hachazos, hasta dejarlo literalmente hecho añicos. Así que ya ves que locos los hay desde hace tiempo…

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