Hace unos días leí, con creciente desazón, la crítica de un evento musical celebrado en nuestro país, escrita con despiadada ferocidad hacia sus protagonistas, que quedaban literalmente destrozados durante la misma. No pondré aquí el enlace a la susodicha porque no es ese el objeto de este texto. Pero desde entonces llevo dando vueltas a escribir una pequeña reflexión al respecto. No pretendo analizar en profundidad las funciones de la crítica o en lo que se necesita para escribir crítica musical, porque se han escrito ríos de tinta sobre el particular (ahora mismo es hasta una disciplina que se enseña) y probablemente nunca se alcanzará un acuerdo.
Como pincelada, cabe apuntar que los músicos y musicólogos titulados defenderán más que probablemente que una titulación en sus disciplinas es imprescindible. De hecho, desde alguna Universidad muy activa en este campo se desarrolla un lobby de influencia para “copar” los encargos de notas a los programas y similares, con éxito creciente, por cierto, aunque no siempre a los beneficiados les adorne un especial talento redactor. Otros, en cambio, defenderán que lo que es imprescindible es una buena formación al respecto, un adecuado conocimiento del repertorio, sobre todo, una capacidad de comunicación y redacción adecuada.
Debo confesar que, pese a haber cantado primero, estudiado piano después, haber leído y documentado sobre historia de la música con bastante extensión, y hasta de haberme subido al escenario en alguna ocasión, nunca se me había pasado por la cabeza escribir sobre música. Mi aterrizaje en la cuestión, hace casi 35 años, fue absolutamente casual. Tan casual como una llamada que dijo ¿Te apetece hacer la crítica del concierto de la Sinfónica de RTVE mañana? No recuerdo el programa, pero sí recuerdo que eran obras que conocía bien (nunca me ha gustado adentrarme en terrenos que no conozco bien). Acepté, la crítica gustó… y ahí empezó todo. Primero fue Scherzo, alguna colaboración con ABC y El Mundo, Orquestas, Ciclos de piano y cámara, Radio Clásica, Libros… En mi caso, creo que la capacidad de comunicación fue decisiva para todo eso que vino después.
¿Por qué lo hacía? Hombre, las entradas de prensa y, en su día, los discos, eran un ingrediente. Lo que es por los honorarios, mejor corremos un tupido velo. Y en casos como el de este blog, creado y mantenido por el que suscribe sin soporte alguno, más. Lo de “en su día” referido a los discos lo recalco porque ahora mismo, los grandes sellos apenas envían discos “físicos” a las revistas. Con suerte, remiten “archivos sonoros” porque no les compensa el gasto. Con mala suerte, ni eso.
Pero más allá de las entradas, básicamente hago esto porque me encanta escribir y compartir los pensamientos o sensaciones sobre las obras y sus interpretaciones. Si de paso puedo enseñar algo de lo aprendido todos estos años y que la gente lo disfrute, pues miel sobre hojuelas (postre exquisito, por cierto). Así, por ejemplo, hasta que el Teatro Real, literalmente, me expulsó de mi abono, todas las reseñas operísticas que han aparecido en este blog lo han hecho con el firmante pagándose su entrada y sin cobrar un duro por escribirlas. Lo que se dice “por amor al arte”. Pero yo me lo pasaba bien y creo que, al menos algunos de ustedes, también.
Pero volviendo al meollo, el quid de esta reflexión gira en torno a esa despiadada ferocidad mencionada al principio. Recuerdo, hace años, haber leído una anécdota, creo que narrada por el crítico francés Bernard Gavoty, que refería una crítica de un pianista que había actuado en la Sala Pleyel de París: “Anoche actuó el pianista XXX en la Sala Pleyel. ¿Por qué?” En efecto, es difícil ser más cruel y destrozar a alguien de manera más feroz con menos palabras. El susodicho pianista probablemente terminó, con toda la razón, en el diván del psiquiatra.
El que suscribe, especialmente en su juventud, reconoce haber sido vehemente en exceso en alguna ocasión, pero creo haber intentado reservar el lenguaje más agresivo para aquellos casos en que la cosa va de golfos o tomadores de pelo. En el primer caso, como me pasa con los actuales gestores del Real o con el señor Sinónimo, distinguido mandamás de la Fundación Excrementia, no me corto lo más mínimo, y atizo con todo lo que hay a mano. La golfería, la caradura, y los gatos por liebre no es algo que digiero con facilidad. Y ahí sí, ahí reconozco que soy inclemente y que mi pluma será todo lo agresiva que pueda.
En el segundo, aprovechados como Luisito Cobos o advenedizos como el pianista de Sánchez, tampoco encuentro razones para la clemencia o la consideración. Sé que muchos no opinan así, pero yo, lo siento, creo que no hay lugar para la tolerancia en esos casos. Mucha gente con muchísimo más talento pasa muchos apuros para ganarse la vida con la música como para permanecer impasible viendo como algunos desahogados se forran sin mérito profesional alguno.
Pero cuando nos movemos en otro tipo de circunstancia y contexto, digamos, normales, creo que las cosas pueden y deben tratarse de otra forma. No se puede no llamar bolo a lo que sin duda lo es. Hay que decir las cosas, qué duda cabe. Pero tampoco se puede, o se debe, tratar con evidente desconsideración y hasta con desprecio a quien ha tenido, de entrada, el cuajo de enfrentarse al público. Porque el mero hecho de subirse al escenario y exponerse a que la cosa salga mal requiere de entrada un respeto. Insisto, salvo que nos conste que quien se sube es un portador de faz pétrea, en cuyo caso hay que decirlo.
Con los años, creo cada vez más que se pueden relatar interpretaciones o ejecuciones desafortunadas con un lenguaje que, siendo explícito, se mantenga en un marco de respeto y consideración hacia un profesional que, con mayor o menor fortuna, intenta desarrollar su trabajo. Un trabajo para el que le ha costado años prepararse. No me parece que el rigor con el que se ejerce la crítica deba confundirse con una guillotina inquisidora bajo la cual rueda inmisericorde la cabeza del intérprete que, tal vez (ninguno estamos libres) no ha tenido su día o no alcanza el nivel que el crítico espera o desea.
El siempre ácido y provocador George Bernard Shaw, cuyo retrato encabeza este artículo, decía que una “crítica escrita sin pasión personal no vale nada”. Y añadía: “Lo que distingue a un buen crítico es la capacidad de hacer del arte, bueno o malo, una cosa personal. El artista que atribuye mi censura contra él a una animosidad personal tiene razón. Cuando los artistas no producen sus mejores esfuerzos, sino que trabajan mal y con complacencia, los detesto, los odio, tengo ganas de rasgarlos en pedazos y de echar los pedazos por el escenario … De la misma forma, los artistas verdaderamente sinceros me inspiran una amistad de lo más calurosa, a la cual respondo escribiendo mis crónicas sin ocuparme de nociones fantásticas como la justicia, la imparcialidad, y los demás ideales … “.
La idea fundamental tras el pensamiento de Shaw es respetable, aunque la determinación de quién y cuándo trabaja tan mal y con tanta complacencia como para merecer la guillotina citada puede ser resbaladiza. Sin ir más lejos, el ilustre escritor incluyó entre sus soflamas nada menos que el Requiem Alemán de Brahms (aunque luego cambió de opinión). Sin embargo, la acidez de Shaw (como luego la de Beecham, por ejemplo) se movía en el marco de la broma punzante, de manera que hasta el dardo, por incisivo que fuera, tenía gracia. Un ejemplo que relata el barítono británico Frederick Fuller es bastante ilustrativo: “El señor Dolmetsch piensa: Purcell fue un gran compositor; entonces, vamos a dar alguna obra suya… Los músicos ingleses piensan de la misma forma: Purcell fue un gran compositor; entonces vamos a tocar otra vez el Elías de Mendelssohn…”
Se puede, pues, ser punzante sin despreciar, ser crítico sin faltar al respeto. Servidor prefiere intentar seguir la enseñanza de Shaw que tirar de la cuerda de la guillotina, salvo, como antes dije, en el caso de golfos, desahogados, abrazafarolas y demás ganado emparentado.
Por eso mismo, cuando leo alguna crítica como la mencionada al principio, y más si, como es el caso, su autor parece tener especial inquina al intérprete criticado, se me pone mal cuerpo. Y me surge una pregunta como la de la crítica cruel antes descrita: ¿Por qué? Y lo peor es… que no encuentro la respuesta.
Y entonces me viene a la mente otra anécdota, que un miembro del Cuarteto Amadeus relató a mi querido José Luis Pérez de Arteaga en una entrevista en Ritmo hace años. Se refería a Brahms, que había sido objeto de una crítica ácida por parte de algún distinguido crítico vienés. Escribió el compositor entonces una nota al crítico en cuestión, tan breve como rotunda: “Estoy en el cuartito más pequeño de la casa y tengo su crítica delante de mí. Dentro de poco la tendré detrás.” Fin de la cita.
APÉNDICE:
Como de costumbre, enlaces a mis últimas publicaciones en Scherzo
https://scherzo.es/cuando-bernstein-se-marco-un-pilatos/
https://scherzo.es/madrid-interesante-y-muy-bien-servido-menu-por-parte-de-la-ocne/
https://scherzo.es/madrid-sobrecogedor-perianes/
https://scherzo.es/madrid-mozart-por-currentzis-especial-y-magnifico/
Estimado Rafael, absolutamente de acuerdo en tu comentario. De hecho tengo una anécdota muy relacionada con esto, de hace muchos años cuando hacía teatro en un grupo madrileño. Estrenamos una obra de F. Arrabal «El Triciclo», había miembros de un reputado grupo teatral de entonces que luego se hicieron muy famosos, se habló con el autor, entonces todavía se podía hablar con él y nos dio pautas, etc. y yo era, como estudiante de periodismo, actriz (participábamos de todo, incluso nos hacíamos la ropa, escenografía, etc.) que me sirvió para hacer unos cursos super interesantes, uno de ellos con el pintor Gustavo Torner, una delicia de persona y que fue maravilloso, como digo era quien llevaba la parte de prensa. Y, se me olvidó, invité a todo el mundo que era alguien entonces en la crítica teatral pero él, el todopoderoso, el más duro y despiadado, no recibió de mí la invitación y no vino, ¡se me olvidó! un lapsus lo tiene cualquiera y al día siguiente o al otro, vimos con estupor una terrible crítica en «The Country».. terrible sobre todo porque él no había estado, no sabía nada, se lo inventó. Podía haber llamado, haber dicho algo, cuando caí en que me había olvidado de invitarle, era tarde. Estuve con el peso de la culpa durante mucho mucho tiempo, hasta que un día en una de esas veleidades artísticas mías, coincidí con su hija actriz que, mire usted por donde, quería formar parte del grupo de entonces, mucho más reconocido que el anterior al que su padre destrozó en su crítica feroz y él, el todopoderoso, el terrible.. me llamó para pedirme ese favor, que incluyera a su hija en el elenco. Y fui cruel, hizo la prueba y la hizo bien, pero no dije nada y quedé personalmente con él y frente a frente, en una cafetería que todavía sigue abierta al lado del Teatro de La Comedia, le dije todo lo que tenía que decirle ante el estupor del ya más mayor crítico pero todavía todopoderoso.. le dije de todo menos bonito, eso sí, de forma elegante y haciendo que se sintiera culpable, muy culpable.. y le dí a entender sin decírselo, que su hija NO ENTRABA EN EL ELENCO, cuando sí entraba.. le hice pasar por esos días de incertidumbre, mucho menos duras que las que nosotros pasamos, viendo cómo había gente que no venía a vernos, en una obra que era una maravilla, divertida pero ácida, crítica pero incluso para niños. Pasaron unos días, creo que una semana o diez días. Cuando se enteró de que sí había entrado (hoy sigue siendo actriz), me llamó y solo me dijo: soy… gracias, gracias, perdón, perdón.
Había destrozado sin ningún motivo, así como por un ataque infantil de rabieta, a un grupo de teatro que lo hacía bien, casi artesanalmente y nos lo hizo pasar muy mal. Menos mal que el resto de las críticas fueron buenas pero en esos momentos «The Country» era la Biblia en algunas cosas, ya no.
No digo yo que no haya que contar las cosas, pero no como si por hundir a los músicos y salvando esos casos de los que hablas y de los que pienso exactamente lo mismo que tú, te fuera la vida en ello. Ni tú ganas nada, ni la música mejora, ni absolutamente nada de nada salvo hundir a los artistas, a los músicos. Y de esa misma persona, si es quién pienso, creo que he leído algunas de las críticas más duras de mi vida, da bastante miedo.
Aprendo y me lo paso muy bien. Miel sobre hojuelas. Y de acuerdo que es un gran postre manchego. Gracias Rafa.
Qué intriga…
Al menos decidme.. ¿En qué medio escribe?
Jajaja si te digo eso ya te lo he dicho todo. Solo puedo decir que escribe en varios medios y que la crítica es muy reciente