Rafael Ortega Basagoiti

Sonrisa handeliana de Les Arts Florissants

Madrid. Auditorio Nacional. Sala Sinfónica. 8-III-2022. Ciclo Universo Barroco del CNDM. Handel: L’allegro, il penseroso ed il moderato, HWV 55. Rachel Redmond, soprano. James Way, tenor. Sreten Manojlovic, bajo. Leo Jemison, niño soprano. Les Arts Florissants. Director: William Christie.

En apenas 48 horas, hemos pasado del Handel más italianizante de 1715 con su ópera Amadigi di Gaula al Handel decididamente británico de 1740, el año anterior a la composición de El Mesías, con esta llamada “Oda pastoral” que, bajo el título de L’allegro, il penseroso ed il moderato, nos lleva, de la mano de un libreto de Charles Jennens (fundamentalmente) y James Harris, sobre poemas originales de John Milton, a lo que, en realidad, es un bellísimo oratorio no sacro. Como todos los oratorios del compositor de Halle, la música retiene el instinto formidable del sajón para el discurso dramático, el retrato de situaciones y el dibujo musical de la atmósfera de los poemas. Sin perder del todo el gusto por el virtuosismo vocal y la coloratura que tienen tanto peso en las óperas italianas del compositor, la escritura adquiere otro carácter, con participación no extensa pero sí brillante del coro. Y ese carácter es sencillamente encantador, sonriente, lleno de colorido, fantasía y riqueza expresiva, como siempre en Handel, muy directo en su forma de llegar al oyente.

No es pues de extrañar que esta obra, curiosamente no muy habitual en los conciertos, sea favorita entre los handelianos de pro, porque sus dos horas de curso están llenas de una belleza y luminosidad muy especiales. Hay ocasión variada para el lucimiento instrumental, desde la flauta en su encantadora y larga aria con soprano Sweet bird hasta el violonchelo en But oh, sad virgin o el órgano en There let the pealing organ blow y en la preciosa fuga que le sigue, el único pero bellísimo número exclusivamente instrumental solista de la partitura, pasando por la trompa con el bajo en Mirth, admit me on thy crew.

Tan lírica, optimista y cautivadora partitura estaba encomendada a un handeliano distinguido y veterano, William Christie, que nos visitaba de nuevo al frente de su conjunto Les Arts Florissants. Se dice pronto, pero el veteranísimo (1944) maestro de Buffalo fundó el grupo nada menos que en 1979. ¡Parece que fue ayer cuando nos dejó pasmados en el Teatro de la Zarzuela con una memorable interpretación de Atys de Lully! El americano nacionalizado francés transita con más fortuna por estas aguas handelianas, al igual que por las de Purcell y, ni que decir tiene, las del barroco francés, que interpreta de manera extraordinaria, que por las de Bach, donde se ha movido entre lo gris y lo abiertamente desafortunado. De forma que los ingredientes para una sabrosa tarde de música estaban servidos.

Antes de entrar en el meollo de su planteamiento interpretativo, conviene sin embargo señalar un par de aspectos que al firmante le sorprendieron. Es cierto que Handel no escribió obertura para esta obra, y que tradicionalmente se interpreta algún concierto suyo al principio de cada parte, por ejemplo, alguno de los Concerti Grossi o de los Conciertos para órgano. En su reciente grabación para Signum, Paul McCreesh abre la primera parte con el Concerto grosso Op. 6 nº 1, la segunda con el op. 6 nº 3 y la tercera con el Concierto para órgano op. 7 nº 1. Ayer estaba anunciado en el programa que Christie abriría la interpretación con el primer tiempo del Concerto grosso op. 6 nº 10. Sin embargo, tal obertura se omitió y se comenzó con el recitativo inicial del tenor, algo que, francamente, creo que no resulta muy adecuado. Ignoro si motivos de duración del concierto estuvieron tras la decisión.

Otro aspecto que me parece discutible en una interpretación que teóricamente se mueve en parámetros historicistas es el asunto del carillon o glockenspiel prescrito por Handel para el aria con coro Or let the Merry bells ring round. En un contexto históricamente informado como este, y cuando además en ese número (y en algunos otros) se elige un niño para encarnar L’allegro, voz que por su propia naturaleza tiene un limitado volumen, sustituir el instrumento prescrito originalmente (también de más corto volumen) por la moderna celesta no parece la mejor decisión. La celesta no solo tiene otro timbre, sino, además, como pudo apreciarse, mucho más volumen. Demasiado, de hecho, tapando de forma excesiva al cantante.

Para terminar con las objeciones más significativas, el asunto de la traducción del libreto en las pantallas, que ya ha sido criticado en otras ocasiones por otros compañeros, resultó ayer realmente risible y merece, de una vez por todas, una vigilancia más estricta. La palabra mirth se tradujo por Leticia en lugar de lo que en realidad significa (júbilo, alegría), de forma que “quiero vivir con alegría” se transformó en “quiero vivir con Leticia”. Pero por si esto no resultara suficientemente cómico, en otro momento las “alegrías frenéticas” se vieron convertidas en “leticias frenéticas”. Uno se imaginaba a una Leticia atacada de los nervios. En fin, sin palabras, nunca mejor dicho.

En lo que a la interpretación se refiere, y dejando aparte la mencionada objeción de la celesta, Christie planteó su acercamiento para que la partitura luciera todo su colorido, fantasía y variedad de expresión y matiz. Fue la suya una lectura sensible, cuidada y, como la propia música, llena de elegancia, poesía y luminosidad, con alegría, con ternura y con humor. El gesto sobrio no resulta siempre diáfano, pero a estas alturas sus conjuntos le conocen sobradamente y no necesitan gran cosa para interpretar lo que de ellos demanda.

Las voces solistas, con la excepción del niño soprano Leo Jemison, proceden, de una u otra forma, de la cantera de voces cultivada por Christie bajo el titulo de Jardin des voix. Ninguna de ellas deslumbró, pero todas mostraron un más que notable nivel. Destacó la soprano escocesa Rachel Redmond, de grato timbre, envidiable agilidad y emisión segura en toda la tesitura. El volumen no es grande, pero sí suficiente, y redondeó una magnífica lectura de su hermosa aria Sweet bird, una de las páginas más largas de la obra, en perfecta conexión con un espléndido solista de flauta, Serge Saitta.

Ágil, decidido, con un bonito timbre y buena articulación de la agilidad, aunque algo corto de volumen en esos pasajes, el tenor Way, que planteó con desparpajo su parte, como quedó en evidencia en la grácil y humorística Haste thee, nymph, and bring with thee. A un nivel algo inferior, más por la escasa presencia de su voz, por lo demás grata, el bajo Sreten Manojlovic, que compensó esa escasa presencia con una notable entrega y convicción, ambas bien evidentes en una solvente lectura de Populous cities please me then. La decisión de asignar determinadas arias de L’allegro a un niño soprano es, sin duda, arriesgada, por las limitaciones de volumen, agilidad y empaque que una voz blanca tiene. Gardiner se apuntó con éxito a esa decisión en su primera incursión discográfica, pero no en la segunda. McCreesh y King lo evitaron en las suyas. Christie se decantó ayer por un joven miembro de Trinity Boys Choir, y a fe que nada puede reprochársele. La voz del joven Jemison no es grande, claro, pero sí muy hermosa, y el chaval mostró además una pasmosa seguridad y aplomo en cuanto a emisión y entonación a lo largo de toda su actuación. Encomiable prestación la suya, sin la menor duda.

Sobresalientes también las prestaciones de coro y orquesta. Lucieron los solistas de trompeta (Rupprecht Drees), trompa (Glen Borling), el ya mencionado flautista Saitta, el violonchelista David Simpson y la organista, con pluriempleo también al clave y la celesta, Béatrice Martin. La velada fue, en fin, un éxito de los grandes, porque cuando una partitura tan hermosa se sirve con tan buenas prestaciones, es fácil que el público disfrute de lo lindo. Lo hicimos ayer, sin duda. Han sido dos grandes veladas handelianas en 48 horas. No es poca cosa.

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