Madrid. Teatro Real. 11-VII-2023. Turandot, drama lírico en tres actos. Música de Giacomo Puccini; libreto de Giuseppe Adami y Renato Simoni. Saioa Hernández (La princesa Turandot). Vicenç Esteve (El emperador Altoum). Fernando Radó (Timur). Martin Muehle (Calaf). Miren Urbieta-Vega (Liù). Germán Olvera (Ping). Moisés Marín (Pang). Mikeldi Atxalandabaso (Pong). Gerardo Bullón (Un mandarín). Coro titular del Teatro Real (director: Andrés Máspero). Pequeños cantores de la JORCAM (directora: Ana González). Orquesta titular del Teatro Real. Director: Nicola Luisotti. Director de escena, iluminador y escenógrafo: Robert Wilson.
Hora de hacer caja, dirían los clásicos. Para el cierre de la temporada del Real, sus mandamases han escogido un título con gancho de Puccini, Turandot, la ópera que dejó inconclusa a su muerte y que ha conocido varios intentos en su finalización, siendo el de Franco Alfano el más habitual, también utilizado en esta ocasión. Pero para hacer caja, además de asegurar taquilla por el título atractivo, hay que ahorrar, así que nada mejor que recuperar el montaje de Bob Wilson (producción del propio Teatro Real, en coproducción con el Teatro Nacional de Lituania, la Canadian Opera Company de Toronto, la Houston Grand Opera y la Opéra National de París) que el coliseo madrileño ya presentó hace cinco años, en 2018.
Dice Wilson, en respuesta a la primera pregunta de Juan Lucas en su entrevista para Scherzo (https://scherzo.es/bob-wilson-turandot-es-un-cuento-de-hadas-pura-fantasia-no-tiene-mucho-sentido-representarla-de-forma-naturalista/) que no se siente especialmente pucciniano. No diríamos que ese es el mejor comienzo, la verdad. El octogenario director de escena se decanta, como en ocasiones anteriores (sin ir más lejos, sus propuestas para Alceste y Orfeo y Euridice de Gluck con Gardiner) por una idea de un estatismo hierático y distante, una dramaturgia gélida y unos movimientos de actores que, con una sola excepción (que se pasa justo por lo contrario) resultan más de una vez de una rigidez casi robótica. Todo ello en el contexto de un decorado prácticamente ausente, salvado en buena medida por un juego de iluminación extraordinario. Hay momentos (la aparición del Emperador, «suspendido», desde la altura) que sí resultan más convincentes.
El hieratismo, la distancia, pueden ir bien a la cruel princesa, que hasta el final parece ajena a todo sentimiento. Pero casan mal con el príncipe que acepta el reto y, mucho más aún, con el personaje más humano y próximo, encarnado por la princesa Liù. Y, en busca de un contraste que acaba siendo irritante, a los tres ministros se les pide el polo opuesto. Primero se demanda de ellos un movimiento constante: dos o tres pasitos y un salto tontorrón, otros dos o tres pasitos y otro salto. Y así sin parar. Luego, se les mantiene en pie pero con un movimiento continuo de cabeza que ya no sabe uno si están lerdos perdidos o es que tienen el baile de san Vito. Pero resulta, la verdad, desesperante, aparte de, supongo, agotador para la musculatura cervical de los tres cantantes. Hay algún otro movimiento escénico absurdo, como el del suicidio de Liù. Y es porque sabemos que se suicida, no porque la escena lo transmita. Hay una especie de gesto de mimo, pero ella sigue en pie, y de hecho camina después de muerta, como un espectro bastante absurdo, la verdad. Otro tanto ocurre con el beso de Calaf a Turandot, de esos que, más que dárselo, se lo tira. En el primer acto hay también otro momento delirante cuando varios de los protagonistas, con vaya usted a saber qué propósito, se pasan un buen rato dando dos pasitos adelante y dos atrás, en lo que una amiga mía describió con acierto como el “momento Chiquito de la Calzada”.
Hechas todas estas puntualizaciones, ya les resultará obvio que la puesta en escena no me entusiasmó (y por lo que leerán después, tampoco a los colegas críticos cuyas reseñas ofrezco al final de este artículo). Supongo que, para ese viaje, casi mejor la versión de concierto ofrecida al día siguiente de la función que se comenta en Granada. Pero hay que señalar (a esto hemos llegado) que, al menos, “no hace daño”, y por “no hacer daño” me refiero a que no introduce tramas, ni personajes, ni músicas que no vienen al caso. Al menos en esto es respetuosa con el original. Y los chinos, menos mal, son chinos, no congoleños ni australianos del norte. “Que nos tengamos que conformar con eso”, dirán ustedes. Y tendrán razón, para qué engañarnos. Es como aquello de la obra de Jardiel: «Que un hombre de mi prosapia, tenga que entrar por la tapia…»
Con tanta función (17, hay que hacer caja), la cosa se ofrecía en tres repartos, alterados además por dos cancelaciones previas en el papel protagonista. El que se comenta es el tercero, también alterado por un accidente: la indisposición sufrida por el tenor que encarnaba Calaf (Martin Muehle), debidamente anunciada por megafonía con el consabido “… pero, por deferencia al público, cantará la función de esta noche”. Servidor, cuando oye este anuncio, se echa a temblar.
Digamos inmediatamente que la gran triunfadora de la noche fue la donostiarra Miren Urbieta-Vega, que sacó el mejor de los partidos de su bella partitura, la más pucciniana de todas, y la más emotiva y humana. Urbieta-Vega sacó su hermosa voz con un volumen más que sobrado, sólida emisión y estupendos matices. Su escena culminante del último acto fue magnífica, aunque la propuesta escénica casara bien poco con la gran expresividad y carga emotiva de su canto. Se llevó, con toda justicia, la ovación de la noche.
Notable la protagonista encarnada por la madrileña Saioa Hernández, que fue de menos a más (quizá lo menos afortunado fue su In questa reggia inicial, comienzo inclemente donde los haya). Quizá le falta el peso de un papel que por momentos pide un peso mayor, casi wagneriano. Pero su interpretación fue dramáticamente convincente y coronó un final francamente notable, más allá del exceso decibélico que llegaba desde el foso.
Estupendos, en lo vocal y en lo dramático (o sarcástico, más bien) Germán Olvera, Moisés Marín y Mikeldi Atxalandabaso en su encarnación de los tres ministros. Se llevaron con justicia la segunda mayor ovación de la noche en el apartado canoro. Más mérito teniendo en cuenta el delirante y pertinaz meneo craneal al que se vieron condenados. Estupendo también el mandarín de Gerardo Bullón, con un canto de notable presencia y autoridad.
No he tenido ocasión de escuchar con anterioridad a Muehle, por lo que, con la indisposición de por medio, no parece el mejor momento para pronunciarse. Lo escuchado dejó una impresión de apurada suficiencia, pero su Calaf pasó de manera más bien gris, incluido un desleído Nessun Dorma. Correcto sin más el Timur de Fernando Radó, como el emperador Altoum de Vicenç Esteve, que por cierto no compareció a la hora de los aplausos finales.
El otro gran ovacionado de la noche fue Nicola Luisotti. El que suscribe debe confesar que no participa del entusiasmo general por su dirección. Intensa y musculada, sin duda, pero con el trazo grueso, proclive al exceso de volumen y al predominio de metales y percusión. A la cuerda, en muchos momentos, se la oía de milagro. Y algunos cantantes (fundamentalmente los dos protagonistas) se las vieron y desearon para alzarse por encima del volumen desplegado desde el foso. Aunque las crónicas de otros días hablan de una magnífica prestación del coro y la orquesta, en lo escuchado el día 12 hay que bendecir la del viento (la cuerda sonó bien… en lo que pudo escucharse) y señalar que hubo un par de momentos de notorio desajuste del coro, por lo demás muy bien empastado, con el foso. Espléndidos, como es habitual, los pequeños cantores de la JORCAM.
Turandot contiene una música exquisita, tanto en orquesta como en cantantes, por mucho que no sea el Puccini más “típico”. Pero requiere unos protagonistas de primera, y aquí, solo Urbieta-Vega y, en parte, Hernández, respondieron a la demanda. Requiere también una orquesta que sonara… como esta cuando Bychkov dirigió el Tristán. Me temo que no fue el caso.
Críticas de Turandot en la prensa:
Primer reparto:
Blas Matamoro: https://scherzo.es/madrid-turandot-en-el-teatro-real-con-luisotti-y-pirozzi-sobresalientes/
Álvaro del Amo: https://www.elmundo.es/cultura/musica/2023/07/03/64a3441ae85ecec93e8b4575.html
Pablo L. Rodríguez (contenido de suscripción):
Alberto González Lapuente: https://www.abc.es/cultura/musica/turandot-20230704131054-nt.html
Arturo Reverter: https://www.larazon.es/cultura/cuento-congelado-turandot-vuelve-teatro-real_2023070564a4e91141e0620001780425.html
Segundo reparto:
Fernando Fraga: https://scherzo.es/madrid-turandot-o-la-nota-ausente-segundo-equipo-del-teatro-real/
Tercer reparto:
Fernando Fraga: https://scherzo.es/madrid-turandot-y-los-cuatro-finales-tercer-reparto-en-el-teatro-real/
Raúl Chamorro: https://www.codalario.com/critica/criticas/critica-turandot-en-el-teatro-real-de-madrid_12482_5_39754_0_1_in.html
Colaboraciones en Scherzo:
Recital de Volodos: https://scherzo.es/madrid-volodos-cuando-el-elogio-queda-corto/
Último concierto de la OCNE: https://scherzo.es/madrid-afkham-con-la-ocne-brillante-cierre-mahleriano-de-temporada/
Colaboraciones en La Lectura: La Lectura 30-6-2023 El verdadero atropellado
Apreciado Rafael: Tras esta crítica , simpática, incisiva, jocosa y refinada, me apena haberme perdido el espectáculo. Muchas gracias
Gracias a ti, Maite. Lo han retransmitido hoy por Opera Player, pero no me extrañaría que en algún momento lo hagan por la televisión.
En Marzo de 2022 tuve ocasión de asistir a una representación de Otello por la Greek National Opera en el Stavros Niarchos Hall. Tengo una muy cercana amistad con Cellia Costea, una de las principales sopranos de la Compañía.
Robert Wilson fue quien perpetró lo que sucedió en escena. No voy a entrar en detalles. Solo dejo este enlace: https://www.nationalopera.gr/en/stavros-niarchos-hall/sn-opera/item/4080-otello
Aprovecho esta ocasión para agradecerle,la amenidad y certeza de sus artículos.
Muchas gracias, María José, por el enlace sobre ese otro dislate de Wilson. Por desgracia, así está el patio. Me alegra que esté disfrutando de mis artículos. Un cordial saludo