Rafael Ortega Basagoiti

Corti y la Freiburger barockorchester: La Pasión según san Mateo de Bach en el auditorio

Madrid. Auditorio Nacional. Sala sinfónica. 25-III-2024. Orquesta Barroca de Friburgo. Zürcher Sing-Akademie. Director: Francesco Corti. Solistas: Maximillian Schmitt, tenor (Evangelista). Yannick Debus, barítono (Jesús). Kateryna Kasper, soprano. Philippe Jaroussky, alto. Zachary Wilder, tenor. Andreas Wolf, bajo. J.S. Bach: La Pasión según san Mateo BWV 244.

Aunque este año se celebran 300 del estreno de La Pasión según san Juan de Bach, y como siempre en los aniversarios, ha habido varios conciertos donde se ha interpretado ese maravilloso oratorio, lo cierto es que “la hermana mayor”, La Pasión según san Mateo, tiene siempre sitio asegurado, de manera que en Madrid se ha podido escuchar dos veces, en distintas interpretaciones, en dos días consecutivos. Es de esas obras (como El Mesías de Handel o la Novena de Beethoven) que aseguran el llenazo del auditorio. Incluso aunque los precios, como era el caso del concierto que se comenta, no sean precisamente baratos.

No vamos a descubrir a estas alturas la grandeza de esta creación colosal, con pocas dudas una de las obras maestras de toda la historia de la música. Música sublime desde la primera a la última nota, construida con una perfección sobrehumana, con una emotividad que sobrecoge, con una carga emocional que conmueve, con un fondo que hace inevitable la introspección y la reflexión. Música que apela, naturalmente, a los creyentes, pero cuya trascendencia y profundidad son tales que traspasan ese ámbito, porque incluso es difícil que los no creyentes no se sientan tocados en lo más sensible por este cuadro musical lleno, por encima de todas las cosas, de humanidad. Hay en esta música toda una panoplia de sentimientos que no pueden dejar indiferente a nadie con un mínimo de sensibilidad: dolor, paz, tristeza, súplica, anhelo, y también, soledad, desgarro, y recordatorio de la miseria de la que somos capaces los humanos, incluidas la envidia y la cobardía. Música, a la vez, que, como todas las de su autor, es a menudo de complejo desentrañamiento por la propia concepción: dos coros y dos orquestas, a veces combinados, otras veces divididos, otras más actuando solo una de ellas.

Los mimbres de la interpretación escuchada este lunes en el auditorio eran sumamente tentadores. La orquesta barroca de Friburgo es una de las mejores del mundo (si no la mejor) en el campo historicista. Al firmante le quedaba por comprobar si el coro (que no conocía hasta ahora) y los solistas respondían, y si el muy solvente músico que Corti ha evidenciado ser en el campo instrumental salvaba el difícil reto con nota.

Planteó el italiano un contingente razonable en cuanto a orquesta: dos flautas dulces, 4 traversos (dos en cada orquesta), 4 oboes (ídem), 2 fagots (1 por cada orquesta), 6 violines I (3 en cada orquesta), 6 violines II (ídem), 4 violas (2 en cada orquesta), 4 chelos (ídem), 2 contrabajos (1 en cada orquesta), viola da gamba, 2 órganos positivos (1 en cada orquesta) y clavecín (que ejecutaba el mismo Corti). El coro contaba con 24 voces (3 por cuerda en cada coro).

El comienzo del primer número, ese maravilloso, solemne doble coro, dejó claro que el contingente coral iba a quedar corto. Con solo 12 voces en cada coro, el volumen del coro quedó manifiestamente empequeñecido en ese número inicial, que perdió así, pese al bien equilibrado tempo escogido por Corti, buena parte de su impacto. Hay que tener en cuenta, además, que este primer número, como el último de la primera parte, contiene el cantus firmus del coral para un grupo soprano in ripieno (habitualmente asignado a voces blancas, como bien puedo atestiguar puesto que formé parte de ellas) que hoy, supongo que por razones económicas, no estaba. El lector bien puede imaginar que, si se dispone apenas de 3 sopranos en cada coro y hay que “distraer” alguna para el canto de ese soprano in ripieno, el volumen se va a ver afectado. Y, como cabía esperar, así ocurrió. Que Kasper y Jaroussky reforzaran el coro en el último número de la primera parte no terminó de resolver el problema. La cosa mejoró en otros números, especialmente cuando las dos orquestas y coros actuaban en conjunto, pero uno queda con la sensación de que un contingente de 5 voces por cuerda (es decir, 20 por cada coro) hubiera permitido un balance más adecuado.

Tras los primeros recitativos e intervenciones del coro en la narración, quedó también en evidencia otro: el acercamiento del italiano resaltaría el lado más teatral y dramático de la obra, mucho más que el introspectivo o sereno (tipo Leonhardt, diríamos). Propuesta sin duda interesante y plausible, por más que algunos podamos preferir la idea (vista por el firmante en vivo hasta en cinco ocasiones en los últimos cuarenta años, sin que hasta ahora nadie me logre quitar la idea de que bien puede considerarse una de las mejores de las últimas décadas) de Philippe Herreweghe que, sin renunciar al drama, se mueve mejor en la singular retórica bachiana.

Los tempi elegidos se movieron, en general, tendiendo a cierta rapidez, con algunos corales (por lo demás bien fraseados y respirados, evitando esa manía británica de ligar los versos de dos en dos) un tanto precipitados. En el lado positivo, Corti dibujó inflexiones de tempo, no exageradas pero perceptibles, en algunos de ellos, lo que sin duda enriquece la expresión y escapa a la rigidez, pero, con todo, no conviene olvidar que esos corales nacen de los himnos protestantes pretendidos para la congregación. Aunque estos, naturalmente, no estaban destinados a ella, creo honestamente que la rapidez excesiva los despoja de una parte importante de esa esencia de himno. La rapidez también asomó en más de una aria. El ejemplo más visible fue la aria de bajo de la segunda parte Gebt mir meinem Jesum wieder, en la que el concertino de la segunda orquesta, Péter Barczi, demostró ser un virtuoso de primera, porque la velocidad era realmente inverosímil. Tampoco fue corta en otra aria de bajo, Komm süsses Kreuz, donde la gambista Mime Brinkmann pasó perceptibles apuros (uno quedó añorando los tiempos de la gran Hille Perl, que tantas veces nos deslumbró).

Pero Corti, siempre musical, construyó una narración fluida, intensa y emocionante, muy rica en la expresión, matices y contrastes, sin rehuir, gracias a Dios, acentos y reguladores. Que la partitura bachiana sea, en la mayor parte de los momentos, una autopista sin señales de tráfico ni ayuda a la conducción no significa que no deba dirigirse con la adecuada flexibilidad y alejándose de la rigidez y la monotonía. Las intervenciones corales de la turba fueron manejadas con claridad y energía, aunque el empaste, generalmente plausible, hubiera podido alcanzar mejor nivel con ese punto menos de precipitación.

Por lo demás, alguna decisión interpretativa pareció discutible en el fundamento y en el resultado. Dos ejemplos: el aria Geduld, geduld tiene a la viola da gamba como instrumento solista. Introducir en el continuo clave y órgano, y éste con una registración poderosa y un dibujo ornamentado en extremo, hurtó el protagonismo al instrumento al que Bach había asignado el papel solista. Se me escapa el por qué. El segundo: en el coral que sigue a la muerte de Jesús, Wenn ich einmal soll scheiden, Bach no prescribe que la orquesta deba quedar silenciada… pero Corti la silenció, y ejecutó el coral a capella. Sin negar que la decisión tiene su impacto expresivo (el desnudo pianissimo del coro tiene una carga evocadora indudable), tengo mis dudas de su validez. No puedo dejar de pensar que, igual que Bach silenció, con gran efecto, a la cuerda en el recitativo de Jesús, Eli, Eli, lama asabthani, habría  hecho lo propio en ese coral si lo hubiera considerado apropiado.

En el apartado solista, brilló Schmitt como un evangelista de voz poderosa, bien timbrada, rica en el matiz y sin apuros en la tesitura. En su agotador papel, demostró además una notable resistencia, y donde a otros les falta resuello en el tramo final, él llegó en perfecta forma. Notable el Jesús de Debus, de presencia suficiente. Cantó muy bien y con impecable expresión, aunque pudo echarse de menos una voz más imponente. Kasper lució una bonita y bien matizada voz. A más de un historicista le parecería que su vibrato era excesivo, pero al firmante le resultó bastante aceptable. Impecable su canto en ese momento memorable que es Aus liebe Will mein Heiland sterben, con una sensacional intervención de la solista de traverso. No hay demasiados momentos en la historia que con tan poco (Traverso y dos lánguidos oboes da caccia acompañando a la soprano) sean capaces de conmover tanto.

Jaroussky era, a priori, la gran estrella (hasta el punto de que, en la promoción del concierto, él era el protagonista; el nombre de Corti ni aparecía; cierto es que suyas son buena parte de las arias más bellas del oratorio, pero el exceso de propaganda en torno a Jaroussky fue manifiesto). Duele al firmante tener que reseñar que el famoso contratenor parece haber pasado su mejor momento. La voz no corre como la de antaño, los apuros en el grave son perceptibles, e incluso en el agudo, en el que siempre se encontró más a gusto, la emisión no fue siempre redonda, especialmente cuando la nota en cuestión exigía un salto de cierta amplitud. Naturalmente, retiene, y eso salvó en buena medida su intervención, el gusto exquisito en la expresión, pero su intervención en esa aria que nos deja siempre sin habla, Erbarme dich, mein Gott, quedó bastante por detrás de la brillante contribución del concertino, Gottfried von der Goltz. Zachary Wilder es un tenor muy apreciado en este repertorio. La voz es poderosa, sin duda, y no tiene apuros de tesitura, pero la emisión tendió a cierta estridencia en los forte. En cambio, sobresaliente, probablemente el mejor del cuarteto solista encargado de las arias, el bajo Wolf, voz poderosa, de bello timbre, muy bien matizada y de impecable línea. Magníficas todas sus arias, y solemne, muy emocionante, su Mache dich, mein Herze, rein final.

El coro, ya se dijo, evidenció muy buenas maneras, y creo honestamente que el resultado hubiera sido aún mejor si en ciertos momentos la exigencia de velocidad se hubiera atemperado algo. No sorprenderá que diga que la orquesta estuvo espléndida, mejor que en su contribución del año pasado. En aquella ocasión, la manía de Meunier (el director de Vox Luminis, que por cierto repite el año próximo con la de San Juan) de “no dirigir” se tradujo en una rigidez excesiva: todo el mundo estaba preocupado de “ir juntos” más que de extraer de la música todo lo que contiene. Esta vez, por fortuna, no fue así. Los solistas mostraron su estupenda clase, aunque ya se mencionó algún apuro puntual de la gambista. Excelente grupo de continuo, que en algunos momentos (sin que el firmante pudiera identificar un criterio concreto para esa decisión) incluyó al propio Corti desde el clave.

Notable interpretación, en todo caso, de esta impagable partitura. El éxito fue grandísimo, y el público no evitó la generosidad en el aplauso pese a lo avanzado (22:45) de la hora. Impacta anuncia para el año que viene algunas convocatorias de interés (Dido y Eneas de Purcell por Sonya Yoncheva, con la Orquesta y coro de la Ópera real de Versalles, William Christie y su grupo en un programa aún no determinado, recital de Arcadi Volodos) y otras que, a priori, se antojan de más dudoso resultado (vuelve esta orquesta de Friburgo con Vox Luminis para la Pasión según san Juan, el estado de Jaroussky despierta dudas sobre su recital con el pianista Jérôme Ducros, y del recital de Lang Lang mejor no les hablo).

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