Rafael Ortega Basagoiti

¿Como si no hubiera ayer?

Está aún la tinta fresca de la noticia del nombramiento del finlandés Klaus Mäkelä (28 primaveras) como el próximo titular de la Sinfónica de Chicago. Mäkelä es ahora mismo titular en París y Oslo. Se supone que abandonará ambas formaciones cuando en 2027 se haga cargo de Chicago y de la Orquesta del Concertgebouw. Entonces tendrá 31 años. El talento y la atractiva presencia en el podio de Mäkelä han fascinado a muchos, qué duda cabe. Pero estos nombramientos han despertado algunas dudas (dejémoslo en eso) en ciertos círculos. No parece que casi nadie discuta que el finés tiene un talento indiscutible. ¿Entonces? ¿Cuál es la razón de las dudas? ¿Hay resistencia al triunfo del talento joven?

Creo honestamente que no. Olvidamos, por ejemplo, que cierto Herbert von Karajan debutó con la Filarmónica de Berlín con apenas 30 años, y con esa misma edad fue llamado por la prensa “El milagro Karajan”. En otras palabras, el ascenso fulgurante de jóvenes figuras en la música en general, y en la dirección de orquesta en particular, no es algo nuevo. Lo que sí es más nuevo es cómo se produce. El que suscribe no ha tenido ocasión de escuchar a Mäkelä en vivo, porque en Madrid no ha actuado y no he tenido oportunidad de verle en otros lugares. Y con los videos y grabaciones siempre hay que proceder con cierta cautela. Parece haber cierto consenso en que el joven finés tiene mucho talento (dejémoslo ahí, porque el espectro de opiniones va desde “es un genio” hasta “es un bluff”).

Aunque es lógico, y deseable, que la carrera profesional de un músico (y de un director también, claro está) empiece en cuanto el susodicho esté mínimamente preparado, en años recientes parecemos asistir a una carrera desenfrenada por quemar etapas con una urgencia insólita, poniendo a artistas en situación de progresar a una velocidad supersónica, como si no hubiera mañana. Y lo que es peor, casi (o sin casi) como si no hubiera habido ayer. La urgencia mata el ayer, y lo que el ayer aporta. Y en el impaciente camino, la urgencia aniquila el valor de la experiencia y el conocimiento. Porque si no hay ayer, o hay que prescindir de él, tampoco “existen” la experiencia y el conocimiento. Uno de los casos más mediáticos y recientes, muy precoz, pero no tanto como el de este (y otros) finlandeses, es el de Gustavo Dudamel. No creo que nadie dude, yo desde luego no lo hago, del talento del venezolano. Pero aquel ascenso a las mayores alturas, tan pronto, de la mano de todo un entramado relacionado con cierta ideología muy identificable, y en el que intervinieron de forma decisiva Abbado y Rattle, dio como resultado un ascenso demasiado precipitado. Porque a Dudamel, sin duda talentoso, le faltaba (y aún le falta, me parece) recorrido de formación y experiencia. Y eso, requiere tiempo, y tiempo dedicado a adquirir esa formación, a penetrar en el repertorio, desmenuzarlo, trabajarlo con calma, ampliarlo. Si uno quema etapas antes de que ese tiempo haya transcurrido, corre el riesgo de que la siguiente le pille, como decía un profesor mío para referirse finamente a los calzoncillos, “en purigans”.

El de Mäkelä podría ser muy bien un caso parecido. Insisto, nadie duda (vale, algunos lo hacen) de su talento. Pero, asumiendo su talento ¿es realmente el hombre adecuado para asumir el mando de dos de las principales orquestas del planeta? Hay que recordar que la Sinfónica de Chicago está, sin duda, entre las diez mejores orquestas del mundo. Y la del Concertgebouw, también. Pero una cosa es debutar (véase el ejemplo mencionado de Karajan) y otra coger los mandos (Karajan los tomó para la Berliner en 1954, cuando contaba 46; Mäkelä asumirá los mandos en Chicago y Amsterdam con apenas 31). Mäkelä debutó con la Berliner el pasado año, con 27 años. Curiosamente, su concierto no ha sido almacenado en el archivo de la Digital Concert Hall, y ha habido todo tipo de run-run sobre las razones por las que el concierto no ha pasado a ese archivo. El argumento oficial es que se trata de una cuestión de derechos (lo que equivaldría a hablar de Decca: más sobre el asunto Decca después), pero también es cierto que hubo unas cuantas críticas nada favorables a aquel debut.

Se podrá argumentar: “cuando lo han elegido, será por algo”. O no, podría responderse. En estos días, en realidad ya desde hace algún tiempo, ocurren cosas que, como poco, se antojan raras. Es cierto que los tiempos han cambiado. Y como señala Riccardo Muti en una entrevista concedida recientemente a Platea Magazine (https://www.plateamagazine.com/entrevistas/16656-riccardo-muti-la-verdad-desde-el-punto-de-vista-interpretativo-no-existe?fbclid=IwAR2V4ZkqhK56fUV8M9NwdURLi2uohFwQhke7BnXJNZsN9xXgK6u3eSnqYFM_aem_AXGjwZda9XstWrn78HOkfhCkPng2xoesmdMApwXSRPPBXQGdEo4Bcr7bsTX6qonQzuJbYGPJerTx9KpvBaW58KVj), a muchos, entre los que me encuentro, no les parece que lo hayan hecho a mejor en muchos aspectos. El conocido musicólogo Alex Ross recordaba hace apenas unos días, en The New Yorker (https://www.newyorker.com/culture/cultural-comment/conductors-had-one-job-now-they-have-three-or-four?fbclid=IwAR3JacjPx3jsxBkud3e_5QQHCRZ3cOfGiwe438XJPqCGKiBF07jG0KsXVDE_aem_AUsl3PIOymmZa1gqC2v5a1WYXColIdh-DPAI7EmOIsdpxNF7n277TM_leON9ONs0petVoUrIUcmmOeGDW0L7_rI0), cómo habían crecido las carreras de muchos grandes del pasado. La mayoría había empezado como pianistas repetidores o asistentes en teatros de ópera, habitualmente pequeños.

Recordemos al ya citado Karajan, pero también a Klemperer, Böhm, Furtwängler o Solti, y a muchos otros después, incluso a Carlos Kleiber. En aquella famosa carta, a la que ya he hecho referencia en alguna ocasión, en la que Carlos Kleiber rechazaba darle clases de dirección a una directora que se las había solicitado, señalaba el inolvidable y singular maestro, con ácida ironía, que “las orquestas y la observación del trabajo de otros directores, preferiblemente malos, (¡están por todas partes!) le enseñarán todo lo que sea capaz de aprender sobre dirección”. Pero era casi más importante lo que apuntaba a continuación: “Prueba como repetidor o asistente en alguna compañía de ópera de Estados Unidos [la referencia a EEUU obedece a que la aspirante era de ese país]. Cuando el director de orquesta se ponga enfermo, tendrás la oportunidad de hacerte cargo de una representación. Si no la echas a perder, ya estarás dentro. Las «Sinfonías» pueden esperar. La música sinfónica significa, principalmente, ensayo. Ópera significa técnica, en el sentido más amplio de la palabra. Con una buena técnica, puedes olvidar la técnica. Es como con los modales. Si sabes cómo comportarte, puedes portarte mal. Es divertido. (Al menos, ésa es mi teoría).

Creo honestamente que en la última frase está la clave: Con una buena técnica, puedes olvidar la técnica. Sin embargo, en la floreciente generación de directores, son muy pocos los que, como se dice vulgarmente, han “echado los dientes” en un teatro de ópera. Y no durante un mes. En el artículo mencionado, Ross expresa sus dudas y resume su opinión sobre Mäkelä: “produce una fuerte impresión de entrada, pero su capacidad en el largo plazo está por demostrar”, apuntando que “demuestra una técnica segura en el podio, pero aún no tiene una personalidad interpretativa definida”. Más allá de lo discutible o no que parezcan las afirmaciones de Ross, lo cierto es que en todo este fenómeno hay acontecimientos paralelos que, al menos a quien esto firma, le parecen sorprendentes.

En septiembre de 2023 se publicaba el resultado de un sondeo entre críticos de distintos medios (incluido, entre los españoles, nuestro colega Pablo L. Rodríguez de El País; entre los ausentes, el del New York Times, que no autoriza a sus críticos a participar en estos ejercicios) y países para definir (cuestión de relevancia discutible, la verdad) las diez mejores orquestas del mundo y los diez mejores directores (https://bachtrack.com/es_ES/worlds-best-orchestra-best-conductor-critics-choice-september-2023). Entre las primeras, es difícil discrepar mucho en quienes están en cabeza: Filarmónicas de Berlín y Viena, Sinfónica de la Radio de Baviera, Concertgebouw y Sinfónica de Chicago ocupan los cinco primeros lugares del podio. Otra materia, creo, es el podio de las batutas. Que el primer lugar lo ocupe Kirill Petrenko, tras su espléndida labor en la Ópera de Baviera y ahora flamante titularidad en Berlín, puede parecer acertado, más allá de que su repertorio sinfónico, hasta el momento, no parezca excesivamente amplio. Que Rattle se sitúe en segundo lugar, después de tantos años en Berlín, pase, aunque muchos, entre los que me encuentro, se preguntarán qué hace Muti en el séptimo puesto, por detrás de varios, Pappano entre ellos. ¿Y qué me dicen de Christian Thielemann, el último de esa lista de diez, por debajo del propio Mäkelä? Y lo que parece aún peor, batutas como Harding (un soberbio maestro) o Bychkov (otro) ¿fuera de esa lista?

Lo chocante tiene su continuación, y aquí retomo el asunto Decca. Hace cinco años, la primera vez que entrevisté justamente al último director mencionado, Semyon Bychkov, estrenada hacía poco su titularidad al frente de la Filarmónica Checa (otra que, en estos momentos, creo que se encuentra en mucho mejor forma que la Sinfónica de Londres, escuchadas las dos en vivo hace no mucho, y sin embargo aparece fuera de esa lista de diez), acababa de grabar un ciclo Chaikovski para Decca. Se encontraba iniciando también un ciclo Mahler e iba a grabar también Mi Patria, de Smetana (obra que ofreció aquí en memorables conciertos con la Orquesta Nacional, justamente en los días de aquella entrevista). Sin embargo… cosas que ocurren. Decca dio un volantazo (se ve que la política de Bychkov de pulir, trabajar y llevar de gira y después grabar en estudio, que es más caro, no iba bien con el sello, que prefería grabar y luego promocionar el disco en una gira) y plantó a Bychkov y a su orquesta para inclinarse por la Filarmónica de Oslo (orquesta buena pero muy lejos de la calidad de la checa) y su joven y sin duda más carismático (en cuanto a imagen) titular, Mäkelä. El ciclo Mahler de Bychkov y la grabación de Mi Patria de Smetana están viendo la luz en el sello Pentatone. Servidor, qué quieren que les diga, no lo ve del todo lógico. Pero es lo que hay. Se ha dicho estos días que talento superlativo y juventud prevalecen, en el caso de Chicago, sobre experiencia y madurez. Indudablemente ha sido así. Que sea lo más acertado o no, es otra cuestión. El tiempo lo dirá, qué duda cabe.

Pese a ello, uno queda, quizá también por una cuestión de la edad propia, con la sensación de que, en efecto, experiencia, madurez, conocimiento… son valores devaluados, en desuso. Y en todos los ámbitos: la empresa, la política, el arte, incluso este quehacer del periodismo musical. No dejo de preguntarme por qué no es posible una combinación de ambas. Y, francamente, no tengo respuesta. Pero los hechos apuntan a ese prescindir “del ayer”, que tiene como resultado… que el mañana viene, sin duda, muy fresco, pero demasiado a menudo, en ayunas.

Uno diría que el simple curso vital, la cantidad y calidad de vivencias, enriquece el conocimiento e impregna la reflexión, el análisis y el espíritu crítico. Con ese bagaje, lo que uno es capaz de conseguir en una interpretación, y más en algo que, como la dirección orquestal, exige un liderazgo intelectual que va mucho más allá del meramente ejecutor, debe resultar, asumiendo las mismas capacidades, mucho más rico y profundo.

Recuerdo, hace años, a una profesora de música diciéndole a un alumno joven: “lo que te pasa a ti con esta obra es que aún no te has enamorado, y aún no has sufrido desengaños”. Y tenía razón. La música está detrás de las notas, no en su mera ejecución, por técnicamente excelsa que esta sea. Hay músicas que requieren especial tiempo. Muti, por ejemplo, decía no haber podido enfrentar la Missa Solemnis de Beethoven hasta hace poco, en el tramo final de su carrera (y no es el único que se expresa así). Incluso los artistas más superdotados y precozmente maduros admitirán, años después, su progresión y su diferente visión de la interpretación de una obra concreta. Años después. Tiempo. Bien está transitar pronto por las obras (y por las orquestas), pero uno diría que el sentido común sugiere dejar los mayores retos para cuando se haya probado la destreza en la brega con orquestas de menos entidad.

Cuando el recién desaparecido Pollini ganó el concurso Chopin, decidió, con buen criterio, que debía pasar aún un tiempo de estudio y progresión antes de lanzarse a una carrera desenfrenada. Sin embargo, hoy, en la era en que el ayer y el tiempo han quedado engullidos por la urgencia, esa buena amiga de la superficialidad, vemos jóvenes lanzados frenéticamente a con edades en las que, probablemente, deberían estudiar más y pausar la pauta de conciertos. El riesgo del frenesí es fácilmente identificable: que poco después del explosivo inicio se produzca otro tipo de deflagración: la que termine con la carrera del artista de turno como un producto rápida y desgraciadamente desgastado. Igual lo efímero de la trayectoria es el precio de esa urgencia. Un precio que, para el artista, puede ser demasiado caro, y del que, en un momento dado, el interesado puede no ser consciente hasta que es demasiado tarde. La prudencia me obliga a omitir detalle, pero tengo algún nombre (de instrumentista en este caso) que se encuentra en un camino nada aconsejable.

Por si fuera poco, toda esa epidemia de urgencia tiene algún ingrediente potencialmente tóxico añadido. En esta era de la inmediatez, de la brevedad de los 280 caracteres, de los extractos (no los de las plantas), en la que los años, en vez de ser un valor (sí, por la experiencia y el conocimiento, ya sé que soy muy pesado) se presentan como algo de lo que hay que despojarse, otro ingrediente está causando más daño del que parece: la imagen. Recuerdo cuando se me cayó el alma a los pies viendo, hace ya años, el primer DVD de Lang Lang, el de su debut en el Carnegie Hall. Había en él un documental. El joven chino confesaba que estudiaba ante un espejo para analizar sus gestos. Tenía entonces 21 años. Yo estaba atónito. Me pregunté: Pero ¿Qué hace este chico? ¿Qué hace en lugar de profundizar en la personalidad de Schubert, en lo que hay tras su obra, mirándose en un espejo a ver qué cara es la mejor que hay que poner? La crítica de aquel DVD me trajo muchos disgustos (eso ya, para otro día), pero no pude dejar de expresar lo que pensaba. Luego ya vinieron los folletos de los discos en los que a menudo el reportaje fotográfico parecía más el de una revista de moda (y a veces se llevaban un mordisco gigantesco del presupuesto del disco) que de algo que tuviera relación con la música. Después vino el descarte de sopranos con sobrepeso porque al director de escena de turno no le pareciera que daban el tipo (lo de cantar bien ya, si eso, para otro día).

Y unos cuantos años después, aquí estamos, en el imperio de la juventud (en realidad más el de una urgencia joven, entiéndaseme bien) y la imagen. Los guapos y apuestos (aplíquese a las mujeres también, claro está, aunque lo mío no sea el lenguaje inclusivo) al poder. No tengo nada contra los guapos y apuestos, antes al contrario, y menos aún contra los jóvenes, a quienes, como más de uno puede atestiguar, apoyo cuanto puedo (aunque alguno me zancadillee luego, pero así es el patio), pero esto de que, por bueno que seas, como no seas agraciado ni tengas buen tipo, vayas aviado, no me parece justo, ni razonable. Y me dirán ustedes: “Está usted antiguo, Ortega”. Pues sí, puede ser. Pero no puedo evitar pensar que si Sokolov no tuviera los años que tiene (y hubiera llegado donde ha llegado antes de este tsunami de ahora), ese físico rotundo y ese ademán de imponente severidad le estarían pasando factura.

Esto empezó siendo una reflexión sobre lo sorprendente (o quizá no) del fulgurante ascenso del jovencísimo Mäkelä a un par de los puestos más codiciados por los directores de orquesta en el mundo. Pero, como puede verse, ni el fenómeno se llama solo Mäkelä ni es solo musical. En lugar de hacer una inteligente combinación que permita, con tiempo, el sano, necesario y lógico relevo, parece que hemos optado porque el mismo esté teñido por la impaciencia, la prisa y la imagen. Que se mueran los feos, decía aquella canción. Ahora podrían cantar (alguno ya lo insinúa) que se mueran los viejos, y lo malo es que el concepto de viejos se va acortando. Tanto, que los viejos igual no lo son tanto. Por encima de los cincuenta… mal asunto. ¿Se creen que hablo por hablar? No. Ya hacia 2005 escuché a un alto directivo de la empresa en la que estaba, una importante multinacional, decir que “por encima de los cincuenta aquí estás listo de papeles”. La persona en cuestión era una de las máximas responsables de Recursos Humanos a nivel internacional, así que, parafraseando a Berns Schuster, “no hace falta decir nada más”. Todo lo anterior, naturalmente, no es óbice para desear a Mäkelä, y a otros de su generación, el mejor de los éxitos. Pero permítanme entonar un triste canto de lamento por quienes, aparentemente, están quedando, poco a poco (o no tan poco a poco) apartados de la lista de elegidos. Amortizar lo que pueden aportar y enseñar quienes transitaron trabajosamente antes los caminos y atesoran, aunque los liquidadores del ayer no quieran verlo, buena y enriquecedora cantidad de experiencia, madurez, poso y talento, no es, creo, la más sabia de las decisiones. Aunque sea, o parezca, la más tentadora.

Compartir

11 thoughts on “¿Como si no hubiera ayer?

  1. Pues si, Rafael. Todo es urgencia, prisas, desprecio a la experiencia. Y aplicable a todo lo que nos rodea, da igual el campo en el que nos movamos (mi caso particular, pre-jubilado a los 52 años en una de las principales empresas españolas, siendo Directivo. A mi sustituto le cambiaron un par de años después. No entro en mas detalles). Vamos mal y no hay nadie al volante. Un placer leerte, como siempre

  2. ¡Qué magnífica reflexión sobre la valoración contemporánea de la juventud sobre la experiencia! Vivimos en unos tiempos de obsesión insana con la novedad y la instantaneidad, en los que la imagen y la urgencia se imponen sobre la madurez y el conocimiento acumulado. Lo peor de todo es que esto no es algo exclusivo de la música, sino también en la sociedad en general.

  3. Dos artículos seguidos de Ud. de una impecable factura. El primero, sobre el reciente, magistral y conmovedor concierto de Martha en el Auditorio Nacional y éste. Duele que el conocimiento, la madurez dada por la experiencia sean sustituidas por la imagen vacua. Aunque la batalla parezca perdida, no se puede callar.

  4. Acertada opinión que invita a reflexionar sobre el tempo de la madurez. Comentas que te abstienes por prudencia ,pero ¿ quizá la instrumentista no será violinista?
    Un saludo

  5. Aún estando de acuerdo con el 85% de sus apreciaciones, me quedo con esta cita porque creo que la mayoría de las carreras se han sustentado así, y la madurez viene con el ejercicio no con la varita. Saludos
    En el artículo mencionado, Ross expresa sus dudas y resume su opinión sobre Mäkelä: “produce una fuerte impresión de entrada, pero su capacidad en el largo plazo está por demostrar”, apuntando que “demuestra una técnica segura en el podio, pero aún no tiene una personalidad interpretativa definida”

  6. Estoy, como siempre, totalmente de acuerdo contigo. Hoy se premia la Juventud y el palmito, más que el conocimiento que da la experiencia de los años. Y así de vez en cuando vemos algún que otro batacazo producto de ese ascenso tan rápido e incontrolado.
    Siempre es un placer leerte.
    Un saludo

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

 

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.